La noche de San Juan vino a cenar a mi casa madrileña María Tena, buena amiga y excelente escritora, como lo precian sus dos recientes novelas, Tenemos que vernos y Todavía tú. Siempre que me encuentro con María me viene a la memoria su padre, el embajador Juanchín Tena Ibarra, hombre de gran cultura -por desgracia ya ausente- e impecable diplomático español que concluyó su larga y fecunda carrera en el servicio exterior como cónsul general de España en Puerto Rico, en cuya Universidad llegó a dar clases. Recuerdo que en enero de 1993 me tocó viajar a la isla por la polémica desatada por el entonces gobernador Pedro Roselló -tercera generación de una familia de mallorquines-, obsesionado en poner fin al castellano (o español) como único idioma de Puerto Rico, lo que logró para siempre mediante ley parlamentaria. Nunca me gustó Roselló, psiquiatra formado en Estados Unidos, de gustos bostonianos y próximo al Opus Dei, no sólo por sus ideas anexionistas -intentó sin éxito convertir a Puerto Rico en el Estado 51 de la Unión-, sino porque me pareció siempre una persona que se avergonzaba de su orígen.
Con ocasión de aquel viaje, Tena Ibarra me organizó un almuerzo en su residencia con los principales intelectuales de la isla -entre los que recuerdo a Luce López-Baralt- para que yo conociera cómo pensaban. Todos los comensales estaban comprometidos con el idioma, por lo que hicimos piña y, agotado ya el cruce de comentarios sobre Roselló, nos pusimos a hablar de otras cosas, sobre todo de literatura, que es lo que más gustaba. Desde el principio salió a relucir el nombre de Juan Ramón Jiménez -nóbel fallecido en la isla- y el nivel de la conversación fue creciendo sobremanera, comprobando yo que aquellos intelectuales hacían al poeta y a su esposa, Zenobia Camprubí, tan suyos como nuestros. Allí me ganaban todos porque mis conocimientos sobre la obra de Juan Ramón eran básicos y poco podía aportar yo a la conversación de mi cosecha. Pero tenía recursos de periodista y conté algunas curiosidades por mi leídas, como su estancia como interno en el Colegio San Luis Gonzaga, de El Puerto de Santa María, donde conoció al poeta sevillano Fernando Villalón, y el intercambio de cartas que sostuvo con la gran poetisa gaditana Pilar Paz Pasamar, ella entonces una niña.
Aunque quedé bien en líneas generales ante mis compañeros de mesa, aquella laguna intenté subsanarla cuanto antes, por lo que me puse a leer la poesía de Juan Ramón casi de inmediato y pasé a interesarme por aspectos de su vida, como sus años de juventud, el amor hacia Zenobia, el exilio o los motivos de sus crisis depresivas. Pero no me conformé con aquello y, en la primera ocasión que tuve, hice un viaje en solitario a Moguer para hacer un recorrido lugareño por donde yo creía poder encontrarme a Juan Ramón. Recuerdo que era una tarde calurosa de verano en que el pueblo dormía siesta. Entré en la Iglesia Mayor, visité la Confitería La Victoria, pasé varias veces por la calle de la Ribera y, por último, me detuve en un café de la plaza del Cabildo. Salí de Moguer convencido de que había visto al poeta en esos rincones pero, ya de vuelta a Sevilla, me dí cuenta de que mi visión era tan necia como irreal. Sin embargo, hace unos días escuché a Caballero Bonald en Cádiz y sus palabras me han hecho regresar a ese momento de duda, que hoy quiero disipar. Contaba el maestro como, en sus paseos estivales por las playas de Sanlúcar de Barrameda, cuando se topa con un objeto metálico desechable, o un trozo de cerámica rota, su imaginación le hace creer que se encuentra ante piezas originarias de la civilización tartésica que supuestamente existió un día en ese entorno, lo que alimenta su fantasía literaria. Y es que la fantasía es también el mejor de los sueños imaginados.
Que belleza de escrito , lo he leido varias veces y, cada vez le encontre algo nuevo e interesante. No puedo hacer ningun comentario. Solo que es un buen regalo para el alma.
¡ Que bonito lo cuentas todo!.
Desde que sigo tu blog, estoy gozando por el mero placer de leer, tu buena prosa, y además , consigues que intente subsanar mis lagunas, por el gran interés que despierta en mi todo lo que nos cuentas.
Precioso, Fernando… sencillamente, impecable!
Ya no escapo más, aunque lo hago un poco obligada para que no me llamen ” canalla”… Es verdad, la fantasía puede ser el mejor sueño imaginado, todo cabe, pero no es menos cierto que la realidad, muchas veces, supera la ficción…para mí está claro que encontraste a “tu” Juan Ramón . Es eso irreal…?
Por cierto, me ha hecho gracia que estudiara en El Ptº. Lo que sabes!
Me ha emocionado mucho el recuerdo de Juan Ramón pero aún más tus palabras sobre mi padre.
La mejor herencia que me ha dejado es los amigos que, como tú, le siguen recordando. Por él y mi madre, por su pasión por la literatura, soy escritora. EÉl era además hombre de juntar amigos de armar conversaciones interesantes alrededor de una comida rica, en eso me recuerda a mi amigo de la calle de la Bola. Gracias Fernando y un besa, María
Hola Fernando, tengo la oportunidad de leer tus artículos gracias a la recomendación de nuestra amiga en común Patricia Alvarado, periodista mexicana. Desde tierras mayas los leo y los disfruto enormemente, son tan amenos!!!
En el mes de mayo estuve en Cádiz y me gustó muchísimo.
Felicidades por tu tierra y por tus escritos.
Un abrazo de una mexicana que te admira.
Fernando, durante mi último curso de instituto, antes de embarcarme en la gran aventura de la universidad, iba tres tardes en semana a Sevilla a una escuela de doblaje de cine. Mi compañero de viaje era Juan Ramón. Fue entonces cuando me sumergí en Platero y yo y descubrí que no es un libro para niños. Es más el mismo Juan Ramón indica que él nunca ha escrito nada para niños. Es la mejor guía, por cierto, para conocer (y entender) Huelva.
Por otra parte, yo hago como hiciste tú aquella vez. Cada vez que una conversación me abre una puerta para el conocimiento aprovecho que esta abierta y me cuelo (claro, si el tema es de mi interés).
Un saludo y sigue escribiendo, me gustan tus historias. Por cierto, me advirtió de este artículo Luis, que me llamó enseguida diciéndome que me iba a interesar, y llevaba razón.
Este articulo es genial. Solo me queda bajar a Abacus y com-
prar para el finde Tenemos que vernos, `pues no he leido —
nada de Maria Tena y ya va siendo hora.
Te animo a que escribas mas articulos sobre escritores-as que
no te hayan dejado indiferente, pues tener en la mesita de noche siempre una buena obra que te llene es algo que todos
añoramos cuando carecemos
Platero y yo no es un cuento para niños. Porque Platero termina muriéndose. En su cuadra. Sin que ningún brazo, ni ningún viento juguetón, pueda salvarlo. No se duerme. Y eso es más de lo que un niño puede entender. Y es más de lo que pueda entender yo.
Hay otro cuento infantil, más allá de el de la vendedora de fósforos, que me parece terriblemente doloroso: el de la sirenita. Que pierde la voz. Sin piernas se puede ir por el mundo. Incluso con ellas, voy a rastras. Sin voz, estoy perdida.
Para mí, este blog tuyo, es tu voz recuperada. Ha vuelto Fernando. Y con él han vuelto los sueños, los viajes, las personas que nunca conocí pero que me conformaban sin yo saberlo. Volvió Fernando. El que cena con una amiga que escribe un Tenemos que vernos, un Todavía tú, Fernando. Para que yo piense: los escribió para él.
Hablas de tu viaje solitario a Moguer buscando a Juan Ramón. Necio e irreal, dices. No lo sé. Yo también lo hice, pasando por las mismas calles, por la misma confitería. Incluso dudo que no lo hiciera contigo. Buscando siempre. Donde es posible y donde no lo es.
Me recuerdo sentada en un banco. Esperando escuchar los pasos de Platero en las piedras de la plaza del convento. Se asomará al pozo y beberá en mis manos.
Para mí, Platero es Juan Ramón, y Juan Ramón es Platero. Así de simple. Seguro que me pierdo al gran poeta. Pero no quiero más. Así me vale. Ya vendrá.
Y vino. Vino un día cuando pintaba un dibujo para mi hija. Siguiendo un pasaje de Platero, lo pintamos en el prado verde. Comiendo hierba. Del cielo azul llovían amapolas rojas. Hermosas. No se veía el pueblo. Pero se intuía en los ojos del animal. Las casas blancas, encaladas, de Moguer. Las ventanas enormes, capaces de abarcar el mundo, con sus rejas rectas, casi a ras del suelo, para mirar hacia fuera. El misterio estaba en las ventanas. Desde donde se ven las islas. Se ve el mar.
A la mañana siguiente, Platero se fue, trotando nervioso, con los otros niños a la escuela. Ahí sigue. Con los niños. Como lo describió el poeta.
Y yo sigo en la plaza empedrada de piedras pisadas y de tapias encaladas. A ras del mar. Con su pozo de agua fresca. Me pinto un hueco. Desde aquí te leo. Buscando al poeta. Y del cielo de Huelva llueven amapolas revoltosas cuando llegas. ¿Qué flores te llueven en otros sitios, Fernando?
“Platero y yo” fue un querido libro que me acompañó durante mi infancia. Fue además un regalo muy especial en una circunstancia jubilosa, muchos años atrás, e inolvidable. Yo también hablaba con “Platero” en mi soledad inocente.
Después, en la Universidad, en la asignatura de Literatura, descubrí realmente a su autor, nuestro gran Nóbel, Juan Ramón Jiménez. Y digo “nuestro,” porque realmente el idioma hace “Patria”, aunque el exilio alejó a su autor de su entrañable Tierra. Pero nunca le arrebató la palabra.
Tu blog me guía por el Mundo, por rincones que nunca he visto y que despiertan mi ávida curiosidad. Y cuando has mencionado la localidad de Moguer, he rescatado una hermosa referencia de Juan Ramón Jiménez:
“Te llevaré Moguer a todos los lugares y a todos los tiempos, serás por mí, pobre pueblo mío, a despecho de los logreros, inmortal. “
Te sigo desde el primer día. Y con tus historias, que espero avidamente cada día, has conseguido indignarme, divertirme, emocionarme, entristecerme…..He recomendado mucho tu blog, muchos amigos, me dicen que lo leen diariamente , disfrutan, aprenden ,y como yo, lo esperan; pero no se atreven a escribir el comentario, yo desde aquí les animo , todos los comentarios son enriquecedores e interesantes.
Sigo leyendo y recomendando cada post. Cada uno es una experiencia y una manera de viajar y conocer con un fabuloso “guía”.
Francisco Umbral siempre señaló a Juan Ramón como el creador de la prosa poética, lo mencionó como uno de sus grandes maestros -tal vez el primero-. La obra de Juan Ramón está viva. En parte gracias a lo que en Huelva se ha denominado Trienio Juanramoniano, impulsado en 2006 por la Diputación Provincial, que ha incluido seminarios, visitas a Moguer, y la reedición de toda la obra del poeta. Además de la publicación de varios ensayos sobre JRJ. En las principales librerías de Madrid, por ejemplo, pueden hallarse ahora libros de Juan Ramón que no hace mucho eran prácticamente inencontrables. Es un acierto que Fernando reflexiones sobre JRJ. Doy fe de que conoce Moguer a la perfección y ha revivido en esta localidad la sombra de JRJ. Admiro y leo a Juan Ramón. Al poeta. Mantengo ciertos recelos hacia su persona. Debió ser un tipo extraño. Rosa Montero formuló una lectura de Juan Ramón despiadada en un artículo publicadoen ‘El País’, que luego recogió en un libro que ha conocido varias reediciones. Decía Rosa Montero que JRJ era incapaz de tirar un periódico y que vivía, pues, rodeado de papeles viejos. Y que hacía que, en la época en la que se hospedaron en un hotel, Zenobia pasara horas y horas encerrada en un cuarto de baño mientras él escribía en la habitación. Yo nunca le perdonaré que matara a Platero, en un libro editado por Losada que mi padre me regaló cuando yo tenía ocho años. Pero Juan Ramón es Juan Ramón. Un poerta inmenso. Hace 18 años, Nuria Esperto realizó en el Teatro Felipe Godínez de Moguer una lectura de poemas de JRJ y de Federico García Lorca. El entonces gobernador civil de Huelva, en el hall del teatro, antes de la función, un tipo natural de Granada, me dijo que ya vería cómo Lorca sonaba mejor que Juan Ramón. Yo creo que no. Que me gustaron mucho más los poemas de Juan Ramón. Aunque sólo fuera por llevar la contraria al gobernador civil, naturalmente. Adoremos a Juan Ramón, que jamás sonrió en una fotografía. Pero que nos ha dejado un legado poético colosal.
Por más que se empeñen algunas pequeñas personas en derribar lo universal, estas cosas, por definición, siempre permanecen, si no, es que, en verdad, nunca fueron universales.
Esto ocurre con el español, ocurre con Juan Ramón Jiménez. Su obra trasciende lo local y lo personal. Se puede hablar de él en cualquier lugar y cualquier persona del mundo se puede sentir ese Juan Ramón que paseaba por la pequeña localidad de Moguer a principios de siglo. Ahí radica la universalidad.
Espero no dejarme llevar por mi pasión de onubense, pero considero que Juan Ramón es equioparable al portugués Fernando Pessoa en un aspecto. Leyendo al autor te enamoras del sitio en el que vivió, en el que creó. Quieres ver lo que el vio para ver si eres capaz de sentir lo mismo. He tenmido el privilegio de estar en Lisboa y en Moguer, y a los dos sitios me llevaron dos escritores, dos poetas. Los recuerdos son ya imborrables.
Me he metido en tu blog, por indicación de una amigo común, y me parece buenisimo. He recomendado su lectura a mis dos hijas de 14 y 11 años, y están encantadas. Gracias te seguiremos.
Leí Platero y Yo, cuando era niña . Me han dado ganas de releerlo y de conocer su poesia, y por supuesto de visitar Moguer. ¡¡ Fernando, entusiasmas!!. Tambíen he comprado el, libro de María Tena ” Todavía tú”
Efectivamente, el espíritu juanramoniano está en cada esquina de Moguer. Enhorabuena, Fernando.
Soy de Huelva, crecí leyendo a Platero, alguna biografía, visitando su Casa-museo y viendo un gran poster en mi habitación sobre un simposio que se le dedicó a comienzo de los 80 en Sevilla, al que mi hermano mayor Enrique asistió y gracias al cual he podido curiosear sus obras completas , de las que ‘Piedra y Cielo’ es quizás la más excelsa. Más tarde, estudiando literatura he podido enorgullecerme cada vez que leía un artículo o cita que le colocaba como referente de la poesía del S XX para todos los grandes, dentro y fuera de España, más allá de la concesión del Nobel. Sin embargo, nunca me consideré ‘juanrramoniano’ , no llegué a tanto, aunque presumo de haber compartido las aulas del centro donde estudió y que conserva ese examen reliquia de su graduación, como caliz del templo que es el Instuto La Rábida.
Pero nunca fui tan consciente de la admiración enorme que siento por Juan Ramón como cuando se usaron sus versos a modo de estampado decorativo sobre la nueva central elétrica de la Punta del Sebo. Versos sublimes de genio sobre fondo azul para invitar a visitar una Huelva milenaria e intentar tapar las herrumbres y los humos que acotan su estuario místico.
Otra ofensa reciente fue escuchar que su Nobel fue político (como casi todas las decisiones de la Academia sueca, valientes, sabias y con intención ) como si con ello quisieran restarle méritos a su obra y al esfuerzo titánico que hizo Zenobia, hasta su último aliento en los años antes de morir, porque ese reconocimiento le fuera otorgado a él, a ese onubense universal, desterrado, distante y enfermizo, sí, complicado, y marcado por la figura de su padres, claro, como lo somos todos.
Pero para mi satisfacción fue mayor cuando a los pies de la cuesta que sube a nuestro instituto, a 100 metros de la casa de mis padres, colocaron hace dos años una enorme estatua en bronce de casi 3 metros del Poeta, presidiendo una enorme rotonda en la que el genio está absorto, sentado y pensando en sus poemas. El otro día unos pequeñines eran preguntados por su maestra al rodear en Bus la plaza: ¿Y quien es este hombre que hemos estudiado? Y salta una avezada niña: ¡Jesús, seño, Jesús¡….Hasta sus compañeros se rieron de la pobre. Qué va aser Jesús, que estamos en Huelva, que es Juan Ramón.
Agradezco la sensibilidad exquisita que hacen los comensales de este blog de delicatessen que, eso sí, necesita degustarse con tiempo, al socaire del buen chef que lo administra. Y gracias a Luís por hacerme recordar los verdes prados moguereños de Nazaret en un breve periplo sentimental.
Siempre he considerado a Juan Ramón Jiménez como uno de nuestros mejores poetas cuya obra aprendí a valorar ya en mi Juventud.
Sus poemas muestran una gran espiritualidad, inclinación por la melancolía, y un lenguaje musical que lo distingue de cualquier otro poeta. Perfeccionista. Siempre insatisfecho con el resultado de su trabajo.
No he estado nunca en Moger, lo que remediaré próximamente.