Tengo recuerdos imborrables de Valencia, ciudad en la que viví a finales de los noventa, cuando se estaba produciendo su gran transformación. Gruas enormes junto al viejo cauce del Turia anunciaban entonces el cambio de su fisonomía urbana, con espectaculares obras civiles dirigidas por los mejores arquitectos del momento y con la vieja idea de abrir la ciudad al mar y a su puerto -allí el grau-, durante tantos años separados. En medio de aquella revolución -que hoy le ha dado otro aspecto a la ciudad-, los vecinos de El Cabanyal -arrabal histórico de marineros y pescadores- luchaban denodadamente contra los efectos destructores de la piqueta, impulsada por los gobernantes municipales en momentos de feroz especulación inmobiliaria. Los hombres de El Cabanyal llevan ocho siglos surtiendo de la pesca a Valencia, haciendo trabajos portuarios, construyendo buques, formando parte de sus tripulaciones e, incluso, atendiendo los balnearios de mar que en el estío acogían a las clases pudientes de la sociedad mercantil y agraria. Inseparablemente unido a ese Mediterráneo azul y luminoso que plasmó Sorolla y al que le puso letra Blasco Ibáñez, El Cabanyal llegó a ser municipìo autónomo con el nombre de Poble Nou del Mar, pero siempre fue de caserío frágil, pese a que su arquitectura representa un caso único y admirable del modernismo de inspiración libre y popular.
Pertenece el barrio de El Cabanyal a los poblados marítimos de Valencia, junto con El Canyamelar -su hermano gemelo y separado por la que fue acequia del Gas-, la Malvarrosa , el Grao, Betseró y Natzarè. Con casas de media altura y vistoso azulejo, perfectamente alineadas, el barrio que ha llegado a nuestros días (de chamizos y barracas, además de alguna que otra alquería, en su origen) fue levantado entre mediados del XIX y principios del XX , en parte gracias a los terrenos ganados al mar décadas antes con motivo de la construccción del puerto. Desde entonces sigue manteniendo su sabor vecinal, con sus calles estrechas y soleadas en las que también transita la brisa del mar. Castigado por la guerra civil, por el hambre y la pobreza que le siguieron, así como por el desarollismo franquista, sacó hacia afuera todas sus emociones solidarias en los años previos a la transición, como sólido baluarte comprometido con las libertades, para caer después -ya en la democracia- en el paro y en otros males de nuestros tiempos, y de los que poco a poco va recuperándose. El Cabanyal es tan valenciano como la ciudad y sus huertas, con singularidades tan admirables como su Semana Santa marinera, pero sigue amenazado por la piqueta, el Ayuntamiento y la razón que le han dado a éste los tribunales.
En el corazón de El Cabanyal -con el drama de verse obligado a prescindir de más de 1.500 viviendas por la ampliación de una gran avenida- existe (aunque alejado de la piqueta) un rincón mágico que se llama Casa Montaña, icono también de este barrio. Está ubicado en la calle José Benlliure, justamente a donde otrora llegaba el mar, en lo que fue un almacen de aceites que abrió sus puertas en 1836, pero que pocos años después se convirtió en un despacho de vinos, cuyas instalaciones de origen, a la que se accede por una puerta de inspiración modernista, nos permiten viajar a otra época. De sus paredes de azulejo -que dan cabida a vetustos barriles de vinos generosos– cuelgan espejos comerciales de antiguas firmas jerezanas. Y en su trastienda, a la que se accede levantando la tapa del mostrador, Emiliano García Domene –alma mater del negocio y excelente sumiller– habla a diario con sus vinos, al tiempo que ofrece una corta pero suculenta carta de cocina mediterránea, que incluye michirones (habas cocidas) y titainas (ensalada con tonyina). Casa Montaña es más que un santuario de la buena mesa porque Emiliano ha ampliado sus fines más allá del negocio. Y cito una de sus más sorprendentes iniciativas, que tiene que ver con el consumo de las cloxinas, o mejillón valenciano. Sabroso molusco que -entre mayo y agosto- producen unas bateas instaladas en el puerto y que dan trabajo a 600 personas, en su mayoría de El Cabanyal. Es también plato tradicional de los poblados marineros de Valencia, que esta vieja bodega ha incluido en carta junto a vinos blancos del país, maridaje regional con el que obsequia al cliente advirtiéndole que el 7% de su abono va destinado a la Fundación Aixec, que atiende a niños con parálisis cerebral. En tiempos de comunicación rápida gracias a Twenti y, en el caso que sigue, a la oportunidad que me brinda Facebook, no se me ocurre otra cosa en este momento que pulsar la tecla me gusta.
Que bonito lugar, hay que salvarlo de la piqueta, porque aunque de momento no esté amenazado, todo puede llegar, la especulación inmobiliaria no tiene limite. Tenemos que conservar lugares tan hemosos y tradicionales como este y que hay tantos en toda España, que forman parte de nuestro patrimonio. Basta ya de pan para hoy y hambre para mañana.
Me gustaria conocer Casa Montaña, siempre nos introduces a lugares privilegiados dignos de ser visitados, espero poder ir pronto.
Es una vergüenza tener la costa levantina tan cerca y no conocerla y por tanto tampoco “Casa Montaña”. A pesar de ello leyendo tu artículo me han entrado ganas de conocerla y no tardaré en hacerlo.
Creo que la crisis inmobiliaria favorecerá que todos los proyectos queden paralizados, quizaS para siempre, si es así podremos disfrutar de este entorno maravilloso que describes.
Yo también me sumo a la iniciativa de pulsar la tecla “ME GUSTA”. El local con todo su contenido y sobre todo la iniciativa da donar un 7% a una fundación para niños con parálisis cerebral. ¡Vamos a Casa Montaña!
Me encanto tu relato de hoy. Hay tanto que ver en este mundo . Tengo que ir a conocer Casa Montaña tengo que ir a comer cloxinas . Tengo que ir a Valencia. Pero tambien quiero decirte que gracias a tu relato estoy leyendo mucho, es como mi tarea.
Tu blog siempre tan sorprendente, tus conocimientos son tan variados (como todo periosta que se precie) no puedes hacer otra cosa que esperar el siguiente para sorprenderte de nuevo.
Sin duda “la casa Montaña” debe permanecer intacta con todo su encanto para poder degustar en ella las tapitas asi como paladear los mejores vinos de nuestro pais; por ello en el supuesto caso de su desaparición, se debería emprender acciones para que así no suceda.
Tuve oportunidad hace dos años de visitar Casa Montaña de la mano de una persona afincada en Valencia hace muchos años y que tuvo la generosidad de enseñarme esos rincones de la ciudad que bien por su historia o bien por su tradición siguen ignorantes a esa modernización malas veces entendida y que en la mayoría de los casos nos priva de rincones como este, estuve en ese barrio que respira mar y que me recordo mucho a Barceloneta, aunque reconociendo que ni sus calles son tan estrechas ni están llenas de tantos chiringuitos, comí las cloxinas y las anchoas y disfrute de un paseo por una ciudad que aunque ya conocía sus monumentos re
No conozco Valencia, no al menos como deben conocerse rincones, pueblos y ciudades, pisando sus calles, hablando con los lugareños, oliendo su historia. Solo he estado de paso, fugaz e impersonal estancia… Pero sé que si vuelvo a Valencia, me plantaré en El Cabanyal y visitaré Casa Montaña para probar sus cloxinas que, seguro, seguirán ahí, a pesar de planes de urbanismo y presiones inmobiliarias. Los parajes con alma son irreductibles y Fernando, tú nos has dejado bien a la claras que éste, lo es!
Ten por seguro, que en mi próximo viaje a Valencia, no dejaré de visitar Casa Montaña, me has dado suficientes razones para hacerlo.
Ahora que están de moda las guías de lugares secretos con encanto, deberías escribir una, te aseguro el exito, ¡¡¡hay que ver lo que sabes ¡¡¡. Me parece una iniciativa solidaria, la donación. ¡¡¡ Vamos a comer cloxinas¡¡¡.
Valencia es una de las ciudades que mas debo visitar por
culpa o gracias, segun se mire, mi trabajo.
En octubre vuelve a tocarme y no me pierdo la visita.
Tengo debilidad por los establecimientos modernistas que
no se porque causa solo observandolos me produce un
sentimiento de paz y sosiego. (hay que aprovecharlo)
Casa mONTANA promete no defraudarme
Buenos días Sr. Orgambides y demás amigos de este magnífico blog.
Me llamo Alejandro García, hijo de Emiliano, y desde hace 5 años gerente de Casa Montaña. Simplemente agradecer la sensibilidad de su artículo y las respuestas amables de la gente. Por otra parte, lo referido en especial a Casa Montaña le hace a uno emocionarse y levantarse cada día con la fuerza necesaria de continuar trabajando con la mayor de las ilusiones, tratando de perpetuar los valores de Casa Montaña y aportar lo que sólo con esfuerzo e ilusión se puede conseguir.
Un saludo y un abrazo.
Alejandro García LLinares
Gerente de Casa Montaña
Lo mejor que tenemos en Valencia, sí señor, Casa Montaña. Enhorabuenas y felicitación, Emiliano y Alejandro.
Me gusta mucho Casa Montaña. Buenísimas las anchoas y todos esos vinos de selección tan estupendos. Enhorabuena!
Precioso lugar, tengo muchas ganas de visitar Valencia concretamente los llamados barrios marineros, el Cabanyal por ejemplo se por desgracia se ha hecho famoso a raíz de los derribos llevados a cabo por el Ayuntamiento de la ciudad. Esto de derribar patrimonio histórico artístico debe de estar “totalmente prohibido y perseguido por la ley” con las dichosas especuluaciones se están cargando el arte de nuestras ciudades “que verguenza” deberian recoger firmas por toda España para prohibir esto totalmente. El Cabanyal y muchos otros barrios poseen hermosísimas casas que si algun dia por desgracia desaparecieran nunca se volverian a construir.
BUEN SITIO HAS ELEGIDO.
Leí tu artículo sobre el barrio del Cabanyal y Casa Montaña, me gusto mucho, y, me quede con las ganas de ir a conocerlo.
No hace mucho, estuve en Valencia, me di una vuelta por el Cabanyal y comí en Casa Montaña. ESTUPENDO ¡¡¡¡
Gracias das unas informaciones buenísimas.