Tarifa es la ciudad más meriodional de España. Lleva algunos años de moda, que es de lo que vive. Aquí viene gente de toda Europa. También de toda España. Llegan como pueden, pero llegan. Buscan el mejor rincón de la ciudad. De su blanco caserío entre murallas que dan al mar. O de sus alrededores, según gustos. Y se instalan. El paisaje es espectacular, con África al fondo. Y el paisanaje, tranquilo. De gente sencilla, como el de cualquier pequeño pueblo de esta provincia de Cádiz tan sorprendente como distinta. Queda el pasaje, que en los meses templados -todos menos los de invierno- convierten las estrechas calles de la ciudad en un hormiguero humano. En el que todo el mundo se respeta. Donde fluyen los idiomas. Y donde nadie conoce a nadie porque no le interesa. Así que la concibo como una ciudad de libertad. Que es como son las ciudades con vientos. Y que en Tarifa son acelerados. Levante cálido. Poniente frío. Vientos que llenan estas costas de tablas. De surfistas. Que mueves molinos eólicos. Vientos que transitan apresurados por las pequeñas calles y plazas. A veces huracanados. Pero siempre renovando con brisa sus espacios. Desplazando dunas. Provocando balanceo en los palmerales. Retando veletas. Picando el mar, para sosegarlo después. Cuando se alejan. Dejando que el sol reine en solitario, que es otro don de la Naturaleza en este rincón del Estrecho. De playas de arena fina. Donde convergen dos mares. De transparentes aguas. A las que se asoman sus dehesas. En las que desde siglos pasta el toro bravo. Bella estampa en un lugar de leyendas. Mitológicas. También medievales. Melkart, Hércules, Anteo, Tariq, Muza, Guzmán. Y aquel Sancho llamado el Bravo, que aquí posa sentado recordando la toma de la ciudad.
Siempre hago una visita a Tarifa en tiempos de frío, que es cuando recupera su estado más primitivo. Cuando regresa a lo que siempre fue. Un pueblo sencillo del sur de España. Cuando las campanas de San Mateo se mezclan con las sirenas del pequeño ferry. Otrora la lancha de Tánger. Sentado en el Bar Central, histórico café de la Calzada, la principal calle de Tarifa. Que discurre en forma de cauce, porque antes fue arroyo -el del Papel-, con puentes y tablas. El de don Carlos, que conducía a la casa de Carlos Núñez Lardizabal, fundador del Casino Tarifeño. Allá en 1875. O la del Cura, la tabla por donde accedía a San Mateo el arcipreste. Hoy la Calzada es una calle empedrada. De piedra de Tarifa. La que algunos llaman losa. La misma que emplearon los romanos en la cercana Baelo Claudia, hoy Bolonia. Piedras calizas de color gris azulado. Piedras de sillerías que surgen junto al mar. Lastre de los primeros barcos que viajaron a América. Piedras también que calzaron las calles de La Habana, de Sevilla. O de Cádiz, donde cuando eran jabalunas le llamaban losas del jamón, por tirar a rojiza con vetas blancas. Esto lo contaba el marqués de Arellano, que cuando niño iba de losa en losa por las calles gaditanas jugando a los bolindres, que es como allí llaman a las canicas. El Bar Central luce desde hace unos años aspecto hippie -como muchos establecimientos públicos de Tarifa-, pero tenía que cambiar porque si no se lo llevan los tiempos. Sin embargo, no ha sido maltratado. Y conserva parte de su sabor, aunque está más en conjunción con el vecino Hotel Misiana, new concept adaptado a Tarifa, propio del nuevo perfil que visita la ciudad y que tiene como artífice a Ana Torroja, su primera propietaria. Live music.
Fundado en 1894, el Central fue el café de Tarifa. Donde se hacían tratos, donde se cerraban corridas de toros, donde se compraba ganado, donde almorzaban los viajantes, donde los lugareños acudían en familia a merendar, donde la ciudad hacía su vida. Recuerdo sus mesas a la calle, que eran de mármol. Hoy lo son de madera, de las que fabrica Juan Polanco, pero allí siguen igual en número y ocupando los mismos lugares de siempre. Recuerdo su solería, su amplio mostrador, sus ventanas con balconcillos, su marquesina. También están, lo que para mi es ya suficiente. El Bar Central fue elegido en los años cincuenta por el director Ladslao Vadja para rodar unas secuencias de Tarde de Toros. Y pese al new concept, en temporada de invierno regresa a su origen primitivo, convirtiéndose en el café de siempre, al que acuden muchos tarifeños con sus medias docenas de dulces de la también vecina Pastelería Bernal. Soletillas, tranvías, sultanas de coco, caracolas de crema, pastas de almendras, bizcochos borrachos, rosquetes de cidra. Corto de café con leche templada, cortado, vaso de leche, batido de vainilla. El Central en invierno vuelve a ser el de siempre. El de una Tarifa universal, donde caben todos. Los que están a favor del nuevo puerto. Los que no quieren que este rincón distinto de Andalucía se masifique. Porque en esta Tarifa de hoy anda la gente dividida. Enconada. Quieren ampliar el puerto. Con brutal impacto medioambiental en este cruce de mares. Para descargar el de Algeciras, que es su autoridad portuaria. Y de la que depende en lo maritimo. Cual sucursal. Para crear un segundo paso del Estrecho. Nuevos accesos, rampas gigantes, camiones, hileras e hileras de automóviles. Más tráfico rodado. A mi no me gusta nada esto. Es más, firmaría ya en contra. Y aunque comprendo que la ciudad tiene que sostenerse, la prefiero con el espíritu que la hizo resurgir. Sin dependencia que enfrente a su gente. Con su pasado formando parte del new concept. Puerta de Jerez, Hotel Misiana. Con el Bar Central, entre ayer y hoy. Con Juan Luis Pérez Tirado. Con Chema Cobo. Con Pérez Villalta. Torroja, Arroyo, San Juan. Con el otro Juan Luis (Muñoz Alonso), al que le llaman sabio. Todos juntos. Tarifa de hoy, Tarifa de ayer, Tarifa diferente. También con el Casino, en cuyo gabinete de lectura existe un viejo locutorio telefónico ya en desuso donde se dejó de oir hace mucho eso de Algeciras, dígame. Bolas blancas que dicen sí. Bolas negras que dicen no. New concept. No al megapuerto.
Ofreces este rincón del Estrecho con auténtica orfebrería estilística. Descripciones con bellas frases que expresan nobles pensamientos.
Quiero resaltar la idea de respeto que señalas ante la diversidad de visitantes, que tú transformas en libertad. Coincido. El respeto entre unos y otros nos hace más libres.
Una imagen que me ha gustado es la del poder del viento. A veces sopla de modo acelerado y hasta huracanado; es un espacio frecuentado por el viento. pero tú no lo presentas con la carga de molestia con que suele tratarse. Tus vientos son renovadores: desplazan, purifican.
Tus palabras me han sugerido una idea progresista de la libertad y de la renovación, frente a lo que sería la intolerancia y el anquilosamineto espiritual, que eso sí que nos convierte en esclavos.
¡Cómo te felicito por lo que has sabido hallar en ese extraordinario lugar!
Tarifa, rincón de soñadores…paraíso del viento, meca de surfers..dejémos que siga auténtica. Ahí. En la esquina de España…sin mega-puertos, sin mega-cambios.
que siempre nos quede éso…
que siempre nos quede Tarifa.
Progreso, progreso, que mania con el progreso! Un rincon mirando al mar, donde solo se acercan las aves, donde caminas en las tardes primaverales, te sientas a tomarte un bocadillo, de repente se convierte en algo que no lo conoce ni la madre que lo pario ¿Como era aquello que cantaba Roberto Carlos?¿Yo quisiera ser civilizado como los animales? Pues eso
Programa de televisión: http://www.rtve.es/television/20100115/polemica-ampliacion-del-puerto-tarifa/312414.shtml