Comienza la primavera en Madrid. De momento no se nota el cambio de estación, aunque hoy ya no llueve. Y luce el sol mientras se lo permite un cúmulo de nubes bajas que se van sucediendo unas tras otras. Templando a los transeuntes con sus rayos. Cirros le llaman a esto, nubes blancas, transparentes y sin sombras. No como este país. Que está lleno de nubes, pero con inmensas sombras. La España soleada lleva un tiempo combatiendo a la España umbría, aunque de momento vence esta última. Sufrimos una crisis institucional derivada de la corrupción. Y de otras alegrías que se han permitido los poderes públicos. Y la banca. Este país necesita más que nunca un noray (o bolardo) donde las gazas de los cabos se encapillen. Y susciten calma. Esta mañana he acudido al banco. Y he comprobado que existe pánico entre los ahorradores por el pretendido corralito que tiene en trance a Chipre. Los periódicos no ayudan, porque especulan. En incluso nos aterran con informaciones llenas de nubarrones negros. Que son reales, pero que nos muestran un paisaje tan gris como desolado. Primero fue Bárcenas, después Barcina. Le siguió Oriol Pujol. Y en paralelo Corinna. Detecto rima, pero todo esto es mucho más profundo que un encadenado de palabras musicadas. Juan Carlos I está a día de hoy más cerca de convertirse en duque de Toledo que de seguir siendo el rey constitucional de España. Es una pena que este hombre, otrora jaleado por haber pilotado la Transición, se vea envuelto ahora en escándalos imperdonables en los que su joven amante -o amiga entrañable, como se define ella- haya mediado como comisionista en asuntos de Estado. Mantuviera para su real uso en los últimos años una estancia del Patrimonio Nacional próxima La Zarzuela. Y se moviera por la corte política como favorita consentida en el ejercicio del mayor de los descaros. Juan Carlos I no quiere dejar en modo alguno el trono, pero si no desea que se repitan las mismas escenas que enviaron a Alfonso XIII al exilio en 1931 debería de facilitar ya mismo el paso a su heredero. Y éste asumir la jefatura del Estado iniciando un nuevo tiempo en los que sobran los soldaditos de plomo, los padres, las hermanas o el cuñado, y el borboneo que en los últimos siglos ha rebozado de frivolidad a este país. Las cosas grandes tienen comienzos pequeños, suele decir el cantante Loquillo.
De la monarquía absoluta nos condujeron con el tiempo a la monarquía parlamentaria, pasando por diferentes suplicios. E incluso alguna que otra farsa. Porque aquella iniciativa del malogrado Prim por elevar al trono a un rey italiano tuvo más tinte de comedia que de solución de Estado. Madrid se prepara estos días para recibir la Semana Santa, para unos tiempo espiritual. Y para otros, paréntesis de asueto. Siempre fue este período liturgico un parteaguas que divide el frío invierno de la cálida primavera. Brinda la posibilidad de guardar la ropa de abrigo. Y de acomodar en los armarios prendas que son ya más ligeras, algunas de estreno. Alfonso XIII pasó su última Semana Santa en Madrid (abril, 1931) compartiendo oficios religiosos y escapadas a los pueblos de la Sierra al volante de su automóvil deportivo sin tener idea de que dos semanas después sería destronado. E incluso se permitió en sus vísperas investir caballero del Toisón de oro al duque de Medinaceli, con el boato que ello conlleva. Adolfo Suárez esperó a un sábado santo (abril, 1977) para legalizar al Partido Comunista de España, noticia sorpresa que el locutor de Radio Nacional encargado de su anuncio –Alejo García– trasladó con voz entrecortada porque ni él mismo se lo creía. En esta Semana Santa que se aproxima, los españoles estamos preparados para recibir cualquier buena nueva (o mala) inesperada. Pero dudo que se produzca lo que muchos ya desean. Por lo que habrá que aguardar a un nuevo cambio de estación. En la jerga exclusiva de la Monarquía existen los llamados títulos de pro memoria, de pretensión y de incógnito, entre otros. Los de pro memoria son los empleados por las casas reales destronadas. Conde de Covadonga fue el cadete Alfonso (XII) antes de la restauración borbónica. Pero también su nieto Alfonso Pio de Borbón y Battemberg, primogénito de Alfonso XIII y por tanto príncipe de Asturias, cuando -ya en el exilio y atacado por la hemofilia- renunció a sus derechos para casarse con la cubana Edelmira Sampedro y Robato, hija de un plantador de caña. Que falleció en 1994 en Miami a los 88 años con ese título pese a haberse divorciado de su esposo tras cuatro años de marital convivencia. Los títulos de pretensión lo ostentan quienes se sienten con derecho a reclamar, como fue el caso del conde de Barcelona, padre de Juan Carlos I. Y de incógnito, los que emplean los reyes para pasar a pies juntillas. O para enmascarar sus actividades privadas. Fue el caso de Alfonso XIII, que siendo rey empleó el título de duque de Toledo para llamar así a su propia cuadra de caballos de carrera. Y que llevaba como distintivo el morado de Castilla con la cruz (o aspa) de Borgoña, hoy en el trasfondo del escudo de la Casa Real de España.
El escritor cubano Alejo Carpentier cuenta en sus Conferencias (1987) una anécdota que tuvo como protagonistas en un carabet parisino a su compatriota el compositor Eliseo Grenet y a un señor muy ceremonioso que resultó ser Alfonso XIII. Grenet acababa de interpretar a piano su célebre composición ¡Ay, mama Inés! Y entonces aquel señor se le acercó educadamente ofreciéndole una copa de champaña. Al preguntarle de quién procedía tal cortesía, el gentilhombre le espetó en tercera persona: “De Alfonso XIII, duque de Toledo, que está de incógnito en París“. Pero ahí no quedó la cosa, porque al día siguiente, fecha de su onomástica, y cuando salía del local donde ensayaba, el mismo señor se presentó con su automóvil en la puerta con un paquete que contenía un regalo, volviéndole a preguntar Grenet por su procedencia. Y respondiéndole éste: “Del duque de Toledo, que le desea todos sus parabienes, pero quiero recordarle que, además de ex rey de España, es caballero del Santo Sepulcro, caballero de la Orden Pontificia, caballero de la Orden de Malta, caballero del Unicornio, caballero de la Jarretera, en Inglaterra, y caballero de la Orden del rey Cristián de no sé qué…”. Grenet, tras escuchar todo aquello, no se le ocurrió otra cosa que decirle: “Bueno, ¿quiere tomar algo?”. El bueno de Carpetier escribe en sus Conferencias que “todo lo que pudo tener de sinvergüenza Alfonso XIII lo tenía de muy ingenioso y muy simpático”. Y añade: “Además, si los reyes no fuesen simpáticos ¿qué les quedaba?”. Pienso que si Juan Carlos I hubiera acudido a Botswana como duque de Toledo otro gallo cantaría. Y que si sus encargos a Corinna llevaran el remite de una dignidad de incógnito, los españoles nos lo hubiéramos tomado de diferente forma. Porque un bribón es mejor recibido cuando se muestra simpático. Repasando la historia, observo que otra real persona que utilizó títulos de incógnito fue la rebelde infanta Eulalia, hija de Isabel II. Un día se registró en un hotel parisino como condesa de Chipiona porque andaba de amoríos con un barón francés con quién engañaba a su marido (y primo) Antonio de Orleans. Fue esta infanta la que más dignidades de esta consideración ha utilizado mientras gobernaban en España los Borbones. Pués como condesa de Avila escribió un escandaloso libro de memorias. Y como condesa de Manzanares o de Bonanza viajó por diferentes paises de Europa. Enfrentada a Alfonso XIII, durante un tiempo lo consideró más duque de Toledo que rey de España. Murió esta infanta en Irún un mes de marzo como éste (pero de 1958) a los 94 años después de haber vivido modestamente en un piso de la plaza de la Alcaldía hasta que el general Franco se apiadó de ella y le encargó al coronel de fronteras que le facilitara un coche y un chófer de por vida. Al tiempo que el Ayuntamiento de Madrid desbloqueaba una propiedad en el barrio de Salamanca que, tras su venta, le permitió construirse una villa en la carretera de San Sebastián. De incógnito se ha ido el invierno. Y de igual forma ha llegado la primavera. Los noticieros de radio anuncian que la juez Alaya ha vuelto a la carga con los eres andaluces. Pero en Sevilla todavía faltan días para que brote el azahar.