Primeros días de otoño. El atardecer en Segovia es poesía silenciosa. Poesía del paisaje, que diría Blas Zambrano, cuando el sol en su caída apura el camino hacia el crepúsculo. La luz se apaga, pero deja espacio para la claridad, que se recrea en siluetas de impresionante belleza atestadas de colores. Los álamos tornan en ocre, desprendiéndose suavemente de sus primeras hojas. Y el cielo aprieta con su azul cobalto sobre la ciudad, que convierte en vieja plata las aguas del Eresma al tiempo que lanza rayos cárdenos sobre sus murallas que -desde el valle- se divisan a lo lejos protegiendo con fuerza medieval el barrio de Las Canongías, entre el Alcázar y la Catedral. El verde ya ha sido vencido por la penumbra, que en el Romeral de San Marcos es temprana. Situado al pie de un farallón de piedra caliza que protege su vegetación, este romeral -antigua huerta- es el jardín particular que nos ha dejado para la posteridad el paisajista Leandro Silva. Su obra más personal, fruto de casi treinta años de trabajo. Fallecido en 2000, Silva es el padre del paisajismo moderno en España. Nació en 1930 en Salto (Uruguay), pero tras estudiar en Versalles se afincó en Madrid. A él se debe la remodelación del Jardín Botánico, al que devolvió al dieciocho, pero también otros jardines de extraordinaria relevancia, como los de Torre Picasso, o los de la plaza de Logroño -estos en Burgos-, además de los del campo de Golf de Valderrama, en San Roque (Cádiz).
El Romeral de San Marcos es una obra creativa asociada a la sensibilidad de su artífice. Dónde el tiempo y la mano del hombre son garantía de vida. Y en el que la vegetación -un conjunto combinado de plantas y árboles de diferente orígen-, crece silvestre, aunque en geometría ordenada, al abrigo del lugar, alimentada por una fuente natural cuyas aguas sosiegan dos albercas, de las que emanan canales. Como en la Alhambra. Visito este jardín invitado por Julia Casaravilla, la viuda de Silva. Es ella quien me adentra en el romeral, situado a los pies del Alcázar, entre la Iglesia de la Vera Cruz y el Monasterio de El Parral. Nos acompaña Monique, entrañable amiga de ambos. Pero mía desde los tiempos de México, donde la conocí cuando trabajaba en la Embajada de Francia. Lugar hermoso este, sobre terrazas fluviales que hacen escalón, alejado de los vientos del norte, donde unos setos de durillo advierten esmero en su poda. Contemplo campos de lavandas. De romeros. Un haya de La Granja. Higueras, laureles y clemátides. Rosales que trepan por los troncos. Tejos, tilos y abedules. Parrotias persas, peonías de China, arces japoneses. En mi camino hacia el jardín secreto, tras dejar la escalera de Ulises y enfilar la colina de Iris, Julia me ofrece una mata de yerbaluisa. Y me cuenta que esta planta -en inglés, lemon verbain– llegó a Sevilla tras la Conquista del Perú, desde donde viajó de nuevo a América a través de La Plata. Identificada científicamente como lippia, debe su nombre a un médico naturalista de Luis XIV, de apellido Lippi. Es medicinal, aromática, pero también de delicada y hermosa flor. La sostengo con una mano y sigo.
El jardín tiene una superficie de poco más de media hectárea. Y conforma un laberinto, al que se accede por un eje central que conduce a un sendero de abedules. Me cuenta Julia que originariamente pudo ser una huerta romana. O tal vez anterior. Leandro Silva trabajó con paciencia la tierra aportándole especies impensables en estos fríos campos de Castilla. Iris, viburnos, rosas, bambúes chinos, crisantemos. Plantó lirios. Y mantuvo sus árboles frutales originarios. Manzanos, avellanos, membrillos. Incluso unos olivos toledanos del antiguo propietario. Incorporó ciruelos, perales, granados y palmera chinas, configurando un oásis en el que se desarrolla con libertad la Naturaleza. En un microclima excepcional. Tenía muchas ganas de conocer este lugar, que algunos músicos frecuentan alentados por su silencio. Y en donde en 2007 el escultor Francisco Leiro instaló temporalmente once de sus obras en sintonía con el paisaje. Algo que me perdí, pero que la imaginación me hace disfrutar. Sobre todo después de este paseo vespertino. Con Julia a mi lado, que me habla de Proust, de sus flores de espino rosa -sus aubepines-, que este jardín también agrupa haciendo camino romántico. Pero la tarde cae, aquí más temprano. Y el jardín se vuelve sombrío, sepárandonos de la luz algunos clarioscuros que buscan espacio entre la arboleda. Contrariamente a la salida, donde el sol de otoño aún resiste con fuerza. Y caminamos hacia Segovia. A un lado, el Alcázar. A otro, la torre cupulada de la Catedral, con su girola coronada de pináculos labrados. Calles que recorría Machado. Donde jugaba de niña María Zambrano. Y que nos llevan a la plaza Mayor, previo paso por la torre de San Esteban. La reina bizantina. Majestuosa ella. Que nos saluda desde su grandeza. Pero yo sigo sin desprenderme de mi yerbaluisa. Que es mi recuerdo de esta tarde de poesía silenciosa.
Me gusta leer estas líneas pues entiendo, cuando las narras, las sensaciones que experimentas. Yo a menudo me voy a caminar por jardines o bosques y en silencio percibo los distintos olores que emanan de la tierra, a veces la hierba mojada, a veces la menta, que si pasas a su lado y la rozas revive y deja su fuerte y aromático olor, y finalmente pero no menos importantes el ronroneo del agua cuando circula por las rieras. Parece una risita burlona y constante como divertida que si te paras un rato, con los ojos cerrados, a escucharla, te traslada a un mundo etéreo y de relajación absoluta. Haber podido pasear por los jardines que me explicas ha sido seguro un gran privilegio.
El Jardín Botánico de Madrid es uno de los diseños más populares de Leandro Silva. Como muchos otros escenarios de mi ciudad, lo visitan más los turistas que los propios madrileños. Muy recomendable.
Mi infancia transcurrió en el campo; allí, aprendí a sentir el sonido de la naturaleza, la tranquilidad más absoluta, los olores de las flores silvestres de mil colores, la de los arbustos aromáticos, la de los almendros en flor, así como la de la alfalfa recien segada y la de la tierra mojada después de la lluvia fina y penetrante. La belleza en estado puro.
Hoy tu me has recordado todas las sensaciones despertadas desde muy pequeña. Gracias Fernando.
Romeral de poesía… que bonito título, por Dios! Y que bien traído!
Tengo que reconocer que, aunque he estado varias veces en Segovia, no conozco el Romeral de San Marcos ni sabía nada de su diseñador, el paisajista Leandro Silva. Ahora, algo ya sé pues, de manera que debo comenzar mi comentario, agradeciéndole a Fernando que abriera esa puerta para mi… eskerrik asko, maitia.
Lo primero que he pensado según iba leyendo su relato es que ese jardín -… donde el tiempo y la mano del hombre son garantía de vida… (sic)- ese jardín, decía. rebosaba, que lo tenía casi todo… troncos, fuentes, lavandas, romeros, hayas, higueras, laureles y rosales, y tejos y tilos y abedules, arces japoneses, avellanos, membrillos crisantemos, lirios, manzanos, olivos –toledanos, eso sí-, ciruelos, perales, granados, manzanos, palmeras chinas… Y qué sé yo! Sin olvidar, la humilde yerbaluisa que Julia le regaló y que puso la guinda del pastel al paseo de Fernando… Y todo ello, además, escondido o repartido –como prefiráis- en trazos laberínticos, como si fuera un juego. Capricho de su diseñador? Seguro que sí, pero no me cabe la menor duda que la naturaleza, entremezclada, echa el resto.
Te sugiero, Fernando, que lo visites de nuevo en primavera, seguro que te topas con un Romeral de San Marcos igual de sugerente pero distinto. Y si te apetece y me avisas con tiempo, me planto por ahí y te acompaño. Que una tarde de poesía silenciosa, tanto da otoñal que en primavera, suele ser más llevadera en compañía…
Describir un paisaje, un lugar, un pequeño rincón, no sólo consiste en detallar con acertados adjetivos los colores, olores y sensaciones que nos transmite dicho espacio. Es transportar a quien lo lee a ese emplazamiento y ser capaz de ver, a cada paso, todas y cada una de sus particularidades.
Tras leer ‘Romeral de poesía’ he podido visitar, durante unos minutos, un idílico jardín en el que se combinan, sabiamente, plantas de diferentes partes del mundo. El tradicional romero descansa junto a exóticos arces japoneses y la escalera de Ulises, inalterable como un héroe griego, da paso a la colina de Iris.
Después de este paseo por el universo de Leandro Silva y descrito asombrosamente por Orgambides sólo se asoma un pensamiento… ‘Tengo una visita pendiente en Segovia’.
Extraordinario artículo de Fernando. Otro más. Los saco todos por la impresora. Los leo en papel. Los guardo en una carpeta. La palabra luce en papel. La poesía se dice, o se lee en libro. No en una pantalla. Envidio a Fernando. El paso del tiempo le ha dado sosiego, lo han llevado a disfrutar de la amistad y de lugares “que algunos músicos frecuentan alentados por su silencio”. De la vida. Tengo la impresión de que a mí, el paso del tiempo me ha embrutecido. A los 19 años yo escribía crítica de poesía en ‘La Estafeta Literaria’ que dirigía Luis Rosales. Disfrutaba de rincones maravillosos como el descrito en ‘Romeral de Poesía’. De ciudades como Segovia. La última vez que estuve en Segovia (2008) fue para ver un partido de fútbol entre la Gimnástica Segoviana y el Club Deportivo´Móstoles. Un compromiso familiar (empate a uno). Y luego recuerdo la cena brutal en Cándido. Una amiga acaba de leer un libro compilatorio de artículos recientes míos que acabo de publicar. Y luego le he prestado otro libro de artículos que publiqué en 1999. Tengo la impresión de que le ha gustado mucho más aquél. Aunque no me lo ha dicho directamente. Es una mujer inteligentísima. También me da pastillas para no soñar. Esa puede ser la causa de todo. Fernando nos habla de una planta medicinal y aromática; de una tarde de poesía silenciosa; de un sendero de abedules… Ya va siendo la hora. Tomo mi pastilla para no soñar. Qué horror. Enhorabuena Fernando, otra vez.
Soy una enamorada de los jardines, Creo que el mundo seria diferente si los paisajistas trabajaran tanto como Leandro Silva , me gusto mucho que hoy hablaras de algo que me apasiona. saludos
Que forma mas pictorica de escribir . Parecia que estuvieras pintando una acuarela , con aromas con musica con elementos como el olfato, el tacto al tocar la yerbaluisa, la vista describiendo colores texturas, frio calor , humedad y para terminar el sentimiento de compartir con estas Señoras y ahora con nosotros. Gracias por esta poesia silenciosa
Como he gozado con la descripción del Romeral de San Marcos, soy paisajista, uno de mis primeros trabajos, fue con el arquitecto mexicano Villaseñor, hicimos varios jardines muy bonitos en Puerto Vallarta.
Voy a ir a Segovia a ver esta maravilla.
Estar en un jardin botanico es algo bonito porque disfrutas de todas las cosas que puedas encontrar en ella sus fragancias sus arboles tal y como lo describes fernando, se puede escribir poesia estando en tanta tranquilidad y silencio pasear por sus alrededores y respirar aire puro.
Poco que añadir a una descripción tan sentida y apasionada de este lugar especial.
La imagen del otoño caído en el Alcazar de Segovia está en mi alma desde mi primer libro de geografía. La fotografía del orgulloso edificio ilustraba una de las páginas y, en mi imaginación, era un castillo de cuento. Como una compensación a la dureza – que hoy agradezco- de tener que aprender en verso los nombres de las ciudades más importantes de cada provincia, de cada región (de las de entonces), podía contemplar lo que mí me parecía una maravilla del mundo. Y me lo sigue pareciendo. Lamentablemente solo he podido visitar Segovia durante la Semana Santa y en agosto, en plena calima. Queda pendiente. A quien se le ocurra escribir el libro de los 1000 lugares que hay que visitar antes de morir (como las 1000 películas que hay que ver, las 1000 piezas de música clásica que hay que oír…) no puede dejar de hacer una reseña expresa a Segovia, a mi castillo encantado de niña, pero siempre en otoño. Me ha encantado hacer una pausa para volver a hojear en mis recuerdos mi libro de geografía
Ante la descripción de un lugar tan bello, narrado con tanta belleza y sentimiento, poco puedo decir, tan solo gracias Fernando.
Felicidades. Precioso artículo sobre Segovia en otoño, digno de un visitante pero no de nadie de aquí, incapaces lo que se hacen llamar escritores, periodistas, locutores, poetas y demás, de plasmar tanta sensibilidad en unas pocas líneas, sin tópicos, sin invocar a la Fuencisla, sin Semana Santa, sin conciertos de Reyes, sin cabalgata, sin dulzainas, sin rondas, sin cadetes, sin curas, monjas o frailes, sin cochinillo, sin bodas, bautizos o comuniones, que hacen que Segovia siga siendo un topicazo del NODO de la España más rancia, más medieval. Leandro Silva no era de aquí, como tampoco Antonio Machado o María Zambrano, o el clan de los Zuloaga… Fueron ellos los que captaron lo que los segovianos, ciegos de folklore, del peor provincianismo, no han visto, ni ven. Lamentablemente tendremos que conformarnos con acuarelas como la suya para saber lo que tenemos, lo que somos y nunca queremos, lo que hemos podido ser y no pudimos. ¿Y NUESTROS POLÍTiCOS? Mejor no hablar… No, no, no. Piensan en Madrid y en Valladolid. Escapan cuanto pueden. Disculpe mi cabreo, pero usted no tiene la culpa, ha sido su artículo tan descriptivo, tan ajustado a la Naturaleza insobornable de Segovia, el que ha ME HA PROVOCADO a decir lo que guardaba y no decía. Gracias, gracias, gracias por sacarme un rato de la triste monotonía.
El paisaje otoñal inspira sensacionales versos, pues -como bien dices- contiene en sí mismo la poesía: “poesía silenciosa”. Muchos hemos querido arrebatar la belleza de su lugar, hacerla nuestra, llevárnosla consigo. Leandro Silva, autor -entre otras obras- del Romeral de San Marcos, modeló el paisaje hasta convertirlo en un jardín, estallido de color y olor. Lo consiguió, porque se enamoró de la belleza y quiso aprehenderla, cual amante posesivo. Pero dejó su huella en el empeño. Esculpió en un alma silvestre su geometría ordenada. No se detuvo en la simple posesión, quiso forjar su espíritu en consonancia con su sensibilidad. El resultadoi es ese lugar hermoso, que deleita los sentidos. La vista lo contempla con embeleso, pero hay más. El perfume de sus plantas olorosas -lavanda, romero, yerbaluisa…- vivifican el ánimo.
Jardín laberíntico al gusto de su creador. Extásis de emociones. Quizás huella romana en sus comienzos, le hace transmitir un sabor añejo. ¿Esta maravillosa creación floral fue posible en un lugar inhóspito por su frío clima? Su autor fue un escultor de formas y de ánimas. Leandro Silva gracias a la fuerza del amor creó en una gélida tierra un oasis, que es remanso de paz.
Acuden allí músicos atraídos por el silencio del entorno, a la espera de escuchar otra música, la de la naturaleza. Lo visitó Machado, el que tan bien trasladó a sus versos esbozos del paisaje que tenía ante sí. Tú te llevaste una ramita de yerbaluisa para el recuerdo…Machado, ¿qué se llevó?
Acabo de llegar de Ibiza, donde paseando por sus campos repletos de almendros, higueras, olivos, algarrobos, romeros…, exuberantes después de las ultimas lluvias, con mil colores y olores que me han llenado los sentidos. He vuelto con las pilas cargadas y con la ilusión de leer lo que habías escrito, ya que llevaba dos días sin ordenador y me encuentro como siempre un artículo maravilloso lleno de poesía, continuación de un sinfín de sensaciones que acababa de sentir en los Campos de Ibiza .
Yo de Segovia como dice José Luis, conocía lo típico y tópico, el cochinillo, la semana santa, el acueducto, la academia ….y ahora gracias a ti, se que hay un jardín bellisimo que no me voy a perder en mi próxima visita.
Poesía es lo que se desprende de tu precioso artículo Fernando, y poesía y otoño de alguna forma conforman un tandem inmejorable porque ambos sintonizan con nuestra parte nostálgica y melancólica. Envidio tu paseo por esos jardines que casi pude oler y acariciar al tiempo que te leía. No me había percatado de la llegada del otoño… hasta hoy.
Adoro la naturaleza y como no los jardines diseñados por arquitectos o ingenieros paisajistas.No conozco el Romeral de San Marcos que por tu detallada descripcion de colores y sensaciones debe saber a gloria conocerlo, sin duda has despertado mi curiosidad por visitarlo.Gracias.
Yo tampoco conocía la existencia del Romeral de San Marcos ni la del Leandro Silva. Me queda tanto por conocer, que no sé si me va a dar tiempo. Otra cosa que apunto a la lista, Segovia.
Sin embargo la lectura de tu artículo me ha traído a la memoria un jardín botánico, el de Cap Roig en Calella de Palafrugell, que junto con el de Blanes, son mis preferidos. Los dos están situados en un acantilado de la Costa Brava, y el paseo por ellos es una maravilla, por un lado todo tipo de vegetación y flores de variados colores y por el otro, el precioso mar de la Costa Brava. Es un recorrido que no deja indiferente y que recomiendo al autor y a todos los comentaristas.
Siempre pensé que hablar de flores era cursi. Igual que la afición a la ópera o la emoción por la poesía. Pero he llegado a un punto en el que estas tres realidades –flores, arias y poemas- me parecen la combinación perfecta para una tarde de lluvia como ésta. La mejor de las tardes. (La lluvia en el Sur, donde escribo, es diferente a otras lluvias. Como más distante). Flores, arias, poemas. Quizás sean las tres palabras que más se parecen a la verdad, si es que hay algo detrás de este soberbio concepto. Quizás sean la materia con la que se fabrica eso que llaman felicidad y que nunca vemos porque, cuando la vemos, es porque ya se ha ido. Flores, arias, poemas. Los mimbres con los que se teje la verdad más cierta, la certeza más verdad de ese que vive en lo más dentro de nosotros, en la más escondida de nuestras vísceras, y tanto se parece a nosotros. Y si es cursi, ¿qué pasa?
Me encantaría vivir en el Romeral de San Marcos. Al menos durante un par de vidas. Allí nadie me estropearía las flores, ni me interrumpirían en un poema ni harían ruido mientras suena mi música.
La poesía silenciosa. La única. La de dentro. “¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste sin gemido/ como un ciervo huiste/ dejándome herido/ salí tras ti clamando/ y eras ido”.
Flores, arias, poemas. Ojalá el mundo tuviera la obligación de pronunciar una de estas tres palabras una vez al día. Mientras se camina hacia el trabajo, mientras nos lavamos las manos, mientras esperamos la cuenta en el bar. Flores, arias, poemas. Y cada uno pensaría en la flor más bonita que nos han regalado. O en la más triste que todavía duerme entre las dos páginas de aquel viejo libro. ((Yo solía reunir margaritas en pequeños ramilletes que después regalaba a mi madre. Todas las veces, sin faltar, esa mujer que me dio la vida repetía con aparente sinceridad: “Hija, son las flores más bonitas que me han regalado nunca”. Gracias, mami, tus mentiras fueron las más sinceras del mundo. También, cuando viví en Boston y llegó el otoño descubrí el color amarillo. No, no el amarillo, en singular, sino las decenas de amarillos diferentes que colgaban de cada árbol a medio desnudarse: amarillo anaranjado, amarillo brillante, amarillo casi marrón, amarillo feliz, misterioso amarillo. Todos nosotros, amigos de blog, deberíamos dedicar un ratito a la belleza: a recordar una flor –o comprárnosla-, a escuchar algo de música –clásica, si puede ser- y a leer/recitar un poema. Así seríamos más felices, más verdad y más nosotros. Flores, arias, poemas. Y así algún día nos encontraríamos todos en el Romeral de San Marcos –o cualquier otro jardín de colores- y nos sonreiríamos y nos reconoceríamos y, de común acuerdo, nos prohibiríamos hablar de crisis, de política y de hipotecas. No estarían permitidas palabras tan feas. Y no sé, quizás el mundo mereciera un poco más la pena. Eso es todo.
No conozco el Romeral de San Marcos, pero por la descripción que nos haces debe ser un oasis de paz y belleza. Un lugar más para visitar.
Este artículo me ha recordado La Cerdaña en otoño, con sus colores amarillos y el parque o jardines de Fontainebleau que fueron incluidos por la UNESCO en el patrimonio mundial en 1981, los cuales visite este verano.
Como dices en el título de este blog, hay mucha poesía en tus palabras y mucha belleza en la imagen que has elegido; una belleza cálida y abigarrada de tonos y seguro que también de olores. Conocí a Leandro una mañana que estaba citasda con María Medina y me ha alegrado mucho ver ese trocito de su jardín.
El otoño es una de las estaciones que mas me gusta, por el color de los bosques, los jardines, el campo, tienen un color y un olor especial.
Cerca de mi casa hay un parque muy bonito que tiene hasta pequeños estanques con nenúfares, y también todo tipo de plantas, ahora está muy agradable para pasear.
Me ha gustado mucho conocer El Romeral de Segovia, la foto es preciosa, no me lo voy a perder
Fernando, amigo…
Con esta cadencia del otoño nos describes el paso instántaneo por la vida .
Me arrebatan sensaciones que brotan del perfume de las flores. Y me invade la melancolía inevitable que vuela con las hojas ocres del otoño.
Gracias por obsequiarnos un canto de poesía que brota de la memoria infinita de tu alma.
Yo disfruto mucho del otoño en el campo, donde suelo ir casi todos los fines de semana, a la Cerdanya lugar precioso donde doy largos paseos.
Has expresado y descrito, paisajes, olores, sensaciones, que yo siento pero no se expresar, de esa forma tan bonita como tu lo haces, has dado en el clavo.
Gracias.
Sinceramente soy más amante del mar que de la montaña, aunque debo decirte que el olor que desprenden las flores i los bosques en primavera son maravillosos. Tengo la suerte de tener una casa en la Cerdanya y de vivir cerca del mar, así puedo disfrutar de los dos lugares.
Leandro Silva fue un estudioso de los jardines hispano-musulmanes, que conoció primero en Andalucía y Mallorca, completando sus conocimientos con viajes a otros paises como Marruecos. La descripción que usted hace del Romeral de San Marcos, que no conozco, con sus albercas, el eje central y los canales me inclina a pensar que en el diseño de este jardin de Segovia tuvo presente este antecedente, que en la España musulmana acompañó a las principales edificaciones árabes, llámese Alhambra, patio de los naranjos de la Mezquita de Córdoba o jardines propiamente dicho como los del Generalife o Medina Azahara. De ahí su pasión al mismo tiempo por el romero y el mirlo, las rosas y los jazmines, tan presentes en algunas de sus obras públicas de urbanismo verde. Por cierto, ¿cómo se puede visitar este jardín? ¿Tiene horario de visita al público? Le agradezco pueda facilitarme esta información.
Siempre me he sentido atraida por el otoño. No se porqué será pero me seducen los tonos ocres, el crepúsculo, el silencio. Al leer tu descripción del Romeral me siento invadida por esa paz que invita a la lectura, a la reflexión a esa sintonia con la naturaleza, reina del silencio.
No conozco Segovia, es una asignatura pendiente. La imagino con ese aroma intelectual de 1900 con la creación de su Universidad Popular, A.Machado, Blas Zambrano.
Has descrito un entorno maravilloso.
Espero ir pronto e intercambiar esas impresionantes sensaciones.
Una poesia de otoño, ya que se niega a entrar.
ALMA DE OTOÑO
!Què tristes son los días otoñales
cuando gana a los árboles la histeria!
La lluvia de hojas muertas es muy seria
y hasta mueren cobrizos los nogales.
!Cómo hielan los vientos invernales
cuando huelen a blanco de Siberia!
Nos dejan el jardín hecho miseria
con desnudos impúdicos rosales.
Pero el alma también tiene estaciones
y más tristeza y frío siento yo
cuando se desvanecen ilusiones.
de un amor sin raíces que murió.
Sólo espero las nuevas floraciones
que siempre Primavera prometió.
JOSEP
Un descripción precisa y preciosa de una ciudad en la que nunca he estado, pero que gracias a Fernando se me antoja bella y misteriosa a la vez, llena de tradición e historia. Sin duda, una ciudad digna de ser visitada en más de una ocasión.
No se puede leer un relato como el tuyo sin llegar a imaginarse uno en el lugar, imagino leyendo tus paginas en un lugar tan agradable como el que describes y aunque me es desconocido si que se asemeja a muchos de los paisajes que por suerte guardan rincones de nuestra naturaleza , quizás no en los colores o en la variedad, pero sí en la armonia que desprende, la tranquilidad que transmite y los olores que te llegan a saciar …..leyendolo uno se contagia de esos primeros días de otoño en los que la luz del día se nos va escapando, en los que ya no sientes el calor de los días de verano, en los que las montañas se entristecen para vestirse de blanco o los arboles no lucen sus hermosos tonos verdes…. cuando pienso en el otoño a mi mente llega el recuerdo de una canción del maestro Serrat.. llueve detras de los cristales llueve, sobre los chopos medio deshojados sobre los pardos tejados..sobre los campos llueve.. una balada en otoño..un canto triste de melancolía que nace al morir el día….
Gracias por tus relatos que cada día hace que un momento de nuestras vidas escapemos a un sinfin de lugares cogiendo a escondidas ese ratito de paz
Para mí, un jardín es la parte más íntima de la naturaleza, un pequeño misterio, un lugar reservado a la imaginación, un estado anímico, natural, simple… El equilibrio entre cielo y tierra, las aves, las plantas… todos ellos buscando refugio en él . En cada uno de ellos he sido, he sentido, he vivido, me he perdido, me he encontrado y sin embargo hace mucho tiempo que no paseo por ellos, he perdido el olfato, la mirada perdida y el tacto.
Gracias, Fernando, me has hecho recordar mi jardín secreto.