En mi tiempos de México solía viajar con cierta frecuencia a la ciudad de Dolores, uno de los 46 municipios del Estado de Guanajuato. Y cuna de la independencia del país puesto que allí dio el grito emancipador el cura Hidalgo, acontecimiento que se rememora cada 16 de septiembre en una ceremonia cívica en la que interviene el presidente de la República desde el balcón del palacio del Zócalo capitalino. En aquel grito que levantó a los mexicanos contra el dominio colonial español, el sacerdote Miguel Hidalgo estaba acompañado de otros dos próceres, Ignacio Allende y Juan Aldama, ambos oficiales de Caballería destinados en un regimiento de Dragones de Guanajuato y miembros de familias pudientes de origen vasconavarro. Aquello ocurrió en 1810, pero al año siguiente tanto Hidalgo como sus dos acompañantes fueron apresados en Acatita de Baján, Coahuila, cuando intentaban alcanzar Texas y después Estados Unidos para recabar el apoyo de ese país, y fusilados por los españoles en Chihuahua, norte de México. Los españoles sesgaron sus cabezas del tronco. Y las enviaron en cajones de sal a la ciudad de Guanajuato para ser expuestas como escarmiento en la Alhóndiga de Granaditas. Esa exhibición macabra duró hasta 1821, justamente diez años después. Cuando Guanajuato se adhiere a la independencia de México. Y acaba la dominación española en esa parte del territorio. Dolores es una ciudad pequeña, pero su comarca es densa. La mayoría de sus pobladores trabaja artesanalmente desde el siglo XVI la cerámica vidriada. De hecho existen más de dos mil talleres de alfarería, en el que otrora mediante la utilización del torno y la batida del barro a pie, y ahora con moldes de yeso y molinos de bola, se fabrica la talavera, cerámica originalmente blanquiazul que incorpora técnicas y diseños italianos, chinos y españoles, además de indígenas. Es diferente a la alfarería española de su mismo nombre, aunque a decir verdad la auténtica talavera mexicana está asociada a la ciudad de Puebla. Dolores y Guanajuato pertenecen a la región de El Bajío, por la que discurre el río Lerma. Tras la conquista de Nueva España, después México, esta región fue poblada por españoles dada la riqueza agropecuaria de sus tierras y la existencia en sus alrededores de minas de oro y plata. Entre los españoles, destacaron los vasconavarros que, primero a través de Sevilla y después de Cádiz, establecieron un flujo migratorio que se fue incrementando entre los siglos XVII y XVIII. Muchos de estos vasconavarros eran originariamente pilotos navales y comerciantes, pero ya en El Bajío se convirtieron en ricos hacendados, en muchas ocasiones por matrimonio, o en administradores de ranchos y fortunas. Unos mezclaron su sangre, pero otros no. La madre del cura Hidalgo, que era mestizo, se llamaba Ana María Gallaga Mendarte y Villaseñor. Mientras que Allende y Aldama eran criollos, pero también de padres vascos, por lo que se educaron refinadamente y se emplearon como oficiales del Ejército realista.
Junto a estos tres próceres mexicanos que participaron en el grito de la independencia hubo otro oficial de Dragones nacido en Dolores que escapó del ajusticiamiento en Chihuahua pese a ser también apresado. Y aunque oficialmente está reconocido como benemérito caudillo por la República federal mexicana, sobre él circula una leyenda negra acerca de si se trataba o no de un insurgente convencido. Me refiero al también vasco de orígen Mariano de Abasolo, desterrado a España tras su juicio y fallecido en 1816 mientras cumplía condena en el castillo de Santa Catalina, en Cádiz. Magdalena Mas es una reputada historiadora mexicana con conocimientos profundos de ese periodo. El Gobierno de su país le ha encomendado la semblanza de Abasolo, pero se detiene parcamente en los últimos años de su vida. En su conclusión, advierte que aquel se debatió siempre entre la influencia de su amigo Allende y las súplicas de su esposa para que no acometiera la empresa libertadora, “por lo que para algunos fue un traidor a la causa”. Por el contrario, explica que en 1823 fue reconocido a título póstumo en su grado heroico y, a día de hoy, su nombre está inscrito en el muro de honor de la Cámara de Diputados como recio valor de la independencia de México. Aunque advierte que, a diferencia del resto de próceres martirizados, sus restos nunca fueron exhumados ni repatriados, por lo que no llegaron a ser enterrados para la posteridad como los de aquellos otros en la Catedral Metropolitana de México. Lo que podría interpretarse como “un acto de justicia póstuma” puesto que Abasolo no reposa ni es honrado con quienes dieron su vida por la causa. Dejando a un lado las dudas sobre la conducta de Abasolo, si en algo México procede con generosidad es con su pasado. Con la excepción del dictador Porfirio Díaz, que reposa con honores franceses en el cementerio parisino de Montparnase, las figuras más controvertidas de la reciente historia de México descansan en casa. Es como asumir lo peor y lo mejor de cada momento, por eso el tirano Agustín de Iturbide, fusilado en 1824 en Padilla, Tamaulipas, fue enterrado con honores catorce años después en la catedral mexicana. Y por eso también los restos de Hernán Cortés, fallecido en 1547 en Castilleja de la Cuesta, Sevilla, fueron repatriados a los diecinueve años de su muerte por el país que conquistó, recorriendo varias iglesias hasta que en 1794 fueron depositados en el Hospital de Jesús. Fundado por él. Si bien tuvieron que ser ocultados tras la independencia hasta que en 1947 fueron devueltos con sigilo y discreción a ese mismo lugar, donde hoy reposan humildemente.
Durante mis estancias en Cádiz suelo pasear por los alrededores del Castillo de Santa Catalina. Conocí en los años 80 el interior de esa prisión militar porque allí estaba destinado un capitán amigo. Construido a finales de el siglo XVI por encargo de Felipe II como baluarte defensivo, se trata de un edificio de planta pentagonal que se adentra en el mar como parte de la fortificación de Cádiz. Hoy es un espacio rehabilitado, y abierto al público, integrante de un enclave de extraordinaria belleza conformado por la playa de La Caleta y un segundo castillo militar llamado de San Sebastián, en el que se erige un faro. En el año en que visité aquella dependencia militar era un lugar inhóspito y de doble sufrimiento, puesto que a la falta de libertad de sus presidiarios se añadía la fuerte humedad que invadía sus celdas. Desde que Carlos III lo convirtió en prisión en 1796, por allí han pasado muchos presos ilustres. Y tantos otros que no. Cuando Fernando VII traicionó la Constitución de 1812 sus celdas se abarrotaron de liberales doceañistas hasta el punto de que hubo de ser rehabilitado también como prisión el vecino castillo de San Sebastián para cubrir el excedente. En este último sufrió carcel quién fuera años más tarde gobernador político y militar de Cienfuegos (Cuba) Ramón María de Labra, padre de Rafael María de Labra, ideólogo republicano y confundador de la Institución Libre de Enseñanza. Con toda probabilidad, Labra padre y Abasolo cumplían en el mismo período de tiempo condena en Cádiz, aunque en diferentes castillos. Uno por defender la libertad en España y otro por participar en la libertad de México, pero ambos bajo las cadenas del rey felón. De Abasolo se ha escrito que tuvo dudas y que, incluso ya detenido, delató a otros insurgentes, pero lo cierto es que, pese a que salvó su vida, murió a los cinco años de su destierro en esa húmeda prisión gaditana cuando sólo contaba 32 años. Casado con Manuela de Rojas y Taboada, de padre español como él, no sólo tuvo en ésta a una mujer preocupada y afligida por su suerte sino a una leal y entregada compañera. De familia influyente, batalló hasta el final llamando a todas las puertas para conseguir que su esposo no fuera ajusticiado. Y lo consiguió. Condenado Abasolo a cumplir su condena en España, y desprovista su familia de todas las propiedades y bienes, Manuela suplicó en el puerto de Veracruz al comandante Francisco Javier de Ulloa para que le dejara hacer la travesía con él a Cádiz en la fragata de guerra Prueba. Y Ulloa -marino gaditano que años después llegaría a capitán general de la Armada y ministro de Marina- encontró tan desesperada a aquella mujer que, pese a no ser común, le permitió licencia para ello. Y le ayudó en lo que pudo. Ya en la capital gaditana, la esposa de Abasolo deambuló por sus calles y plazas embargada por la pena, pero insistiendo en permanecer cerca de su esposo, hasta que logró que el gobernador, o alcaide, le permitiera residir junto a éste en la celda que ocupaba, probablemente ya enfermo. Abasolo fallecía en prisión unos años después acompañado de Manuela, amor y socorro en su destierro. Y era enterrado el 14 de abril de 1816 en una sencilla sepultura castrense del Cementerio de San José de Cádiz. De la que no queda hoy día rastro. La doliente esposa iniciaba semana después su regreso a México para entregarse a la educación de su único hijo, Rafael, de 10 años entonces. La independencia le repuso los bienes y propiedades familiares, entre ellos la Hacienda de El Rincón, hoy rancho Santa Margarita. Pero vivió apenada de por vida por el desgraciado destino de su amado. Años atrás en Dolores. Y ultimamente en Cádiz. Me sigue conmoviendo esta historia. No sé más de lo que cuento, pero tengo el presentimiento de que aquel oficial de Dragones que atendió la llamada del cura Hidalgo, y acabó sus días entre las humedades de La Caleta, fue más héroe que villano.
Me encanta leer algo de usted, no se pero su prosa me envuelve y no soy capaz una vez empezado a leer de parar ni pá coger aire, bueno en total que este articulo me ha gustado una jarta, muchas gracias, Don fernando
Estos días releo Los años con Laura Díaz, de Carlos Fuentes, y no recordaba que Porfirio Díaz zarpó de Veracruz en el vapor alemán Ipiranga. Entrañable tu historia de Manuela y Mariano.
La historia de amor de Abasolo y Manuela de Rojas y Taboada nada tienen que envidiar a la de Dante y Beatríz o Romeo y Julieta ¡preciosísima!. Más por favor.
En la magnifica presentación de tu libro “Viento de palabras” nos manifestaste tu gran pasión por Mexico considerando este pais como tu segunda patria y buena prueba de ello, es este esplendido artículo que para los que hemos conocido México
como turistas, desconocemos -al menos yo- la parte historica que nos relatas.
Bonita muy bonita la historia de Abasolo y Manuela de Rojas
Asi es, como concibo yo el AMOR en mayúscula en lo bueno y en lo malo, la historia de Mariano y Manuela me ha emocionado, a mi tampoco me importaría compartir el destino de la persona amada, aunque hoy día no creo que fuera posible tanta licencia.
Fernando!!! Felicidades por la presentación de tu libro en Barcelona. Fue divertido escuchar tus anécdotas junto a tus compañeros y amigos periodistas.
Invito a los que no tuvieron la oportunidad de asistir, a pasar un buen rato en yotube viendo tu presentación.
De nuevo felicidades.