Me refugio en Tarazona huyendo de Merkel. Y de Sarkozy. De las amenazas de la agencia de calificación Satandar & Poor’s a la eurozona. Y de la sobredosis de merengue con la que nos ha obsequiado a los españoles José Bono en el día de la Constitución. Había decidido no comprar la prensa, pero me he visto en la obligación porque existe un quiosco frente al hotel. Así que no tengo más remedio que rendirme ante el periódico. Hoy ha sido El País, ayer fue Heraldo de Aragón. Hace frío en estas tierras del Moncayo, cubiertas por un cielo gris ceniza que apenas deja pasar los rayos del sol. Tarazona se encuentra en el valle medio del río Queiles, a 86 kilómetros de Zaragoza y a poco más de veinte de Tudela, capital de la Ribera. Estoy en una encrucijada de caminos de lo que fueron los reinos de Castilla, Aragón y Navarra. De fronteras medievales y culturas diversas. Pero también de leyendas que nacen entre viejos muros de piedras y majestuosas catedrales. Puesto que tanto Tarazona como la vecina Tudela son sedes episcopales. La ciudad que visito es un municipio de origen romano, en cuyos dominios se asentaron sucesivamente visigodos, árabes, judios y cristianos. Tiene muy definido su barrio cristiano, pero también su judería. Que es de las mejores conservadas de la península. Tarazona está asociada en la mitología a Hércules y a Tubalcaín, éste último instructor bíblico de la metalurgia y creador del gremio de herreros. Los árabes tuvieron también aquí su morería, de la que da fe la Cuesta de San Juan. Pero fundamentalmente Tarazona es una ciudad cristiana, cuyo peso en la historia se hizo notar hasta bien entrado el siglo Siglo XIX. Por aquí pasó Gustavo Adolfo Bécquer -reconocido en una lápida frente al consistorio-, que se inspiró en la ciudad para escribir Cartas desde mi celda. Y aquí nació Raquel Meller, de nombre Paca Marqués López, la gran cupletista que hizo célebres las dos mejores composiciones del maestro Padilla. La Violetera y El Relicario. Y una de las primeras actrices españolas del cine mudo.
En Tarazona existe un café llamado Amadeo I. Me sorprende que un establecimiento de esta ciudad aragonesa lleve el nombre del duque de Aosta. He preguntado. Y nadie me ha dicho el por qué. Que yo sepa El Rey Caballero apenas se ausentó de Madrid en los dos años escasos en que reinó. Y menos para viajar a estas tierras del Moncayo. Hasta ahora sabía que una calle en Valencia -y otra en Alicante– llevan su nombre, pero hasta ahí la cosa. Amadeo (de Saboya) es un rey que me genera ternura. Y también respeto. Por eso me congratulo de esta honra. Ha sido el único monarca elegido en España por un Parlamento y, cuando lo despacharon, hizo las maletas en un periquete, se refugió en la Embajada de Italia y pidió modestamente volver a casa. Como no creó problema alguno, la I República se instaló en España al instante. Gana Tarazona dándole a uno de sus cafés el nombre de este rey de origen italiano. Como gana también recreando algunas de sus leyendas. Cada 27 de agosto se celebra aquí la fiesta del Cipotegato. Una figura originariamente asociada a la Iglesia que representa al bufón popular. Y que es recibida a tomatazos mientras huye por las calles de la ciudad en un recorrido que sólo el personaje conoce. Callejeando me he encontrado con el Arco de la Traición. Espectacular nombre para incluirlo en una novela de intriga. Son varias las leyendas que circulan sobre el origen de su denominación. Y todas relacionadas con amoríos. Pero la más sorprendente se refiere a un contecioso entre un padre y su hijo por la posesión de la esposa de este último. Que le fue arrebatada a traición. Gustavo Adolfo Bécquer da nombre a dos calles de la Judería. El poeta sevillano viajó al Moncayo junto a su hermano Valeriano (pintor) y sus familias para pasar una estadía en el monasterio cisterciense de Veruela, pero antes se alojó en una fonda de la ciudad. Uno escribía. Y otro pintaba. Fue de tal honor para Tarazona aquella visita -de diciembre de 1863 a junio de 1864- que los hermanos Bécquer son hoy día reclamos del Moncayo. Como también lo es la vecina población de Lituénigo, que conserva el viejo rito de pesar publicamente en el mes de septiembre a los niños nacidos en el año. Y ofrecer al arcángel San Miguel su peso en trigo.
La catedral de Tarazona se ha adelantado al sistema del copago. Permite el acceso gratuito al culto solamente unas horas al día. Y después cobra cuatro euros por la visita guiada, que se rebaja a tres si el interesado es un desempleado que acredita su condición mostrando la cartilla del paro. La Iglesia siempre va por delante en cuestión dineraria. Y aquí en Tarazona las cuentas tienen aspecto de estar muy ordenadas. Me sorprenden de esta catedral las celosías en yeso de su claustro y una pintura de la Virgen preñada que está expuesta al culto en la capilla del Sagrario. Debe ser de las pocas iconografías de este tipo que han llegado a nuestro tiempo porque desde el Siglo XVI la autoridad eclesiástica trata de borrar el lado humano (y mortal) de María para presentarla exclusivamente como madre de Dios. Lo que me parece absurdo por parte de la Iglesia. Y también contradictorio con los tiempos en que vivimos. Junto al sagrario existe una bóveda que alberga unos frescos en tonos negros y grises. Y en los que cohabitan ángeles caídos con monstruos de orejas picudas. A bote pronto, creo tener delante el Guernica. Pero no me consta que Picasso haya pasado por Tarazona. Lo registro como una coincidencia exagerada de mi parte, aunque me marcho de la catedral sin saber quien es el artista. Porque los guías no dan importancia a estos frescos. Y lo adjudican a un autor anónimo del Siglo XVIII. Tarazona se halla enclavada en un paisaje único. Y a la falda del Moncayo, la montaña por excelencia del paisaje zaragozano. Tiene una espectacular plaza de toros octogonal -y abalconada- que data de 1792. Pero en la que no se dan corridas desde 1870 porque su inmenso ruedo -que cae en pendiente- no se adapta a los cánones reglamentarios. El arte mudéjar está magificamente representado en la torre de Santa María Magdalena. Y el Renacimiento está también presente, en este caso en las Casas Consitoriales, ubicadas en la antigua Plaza del Mercado. Fue lonja, granero público y mirador sobre la plaza. Y en su friso está representada la comitiva real de Carlos V tras su coronación en Bolonia como emperador a manos del papa Clemente VII. Cuando en Europa se vivían tiempos de grandeza. Y un rey de origen español administraba la mayor parte de su territorio. Ya en el hotel, apuro el periódico acompañado de un café. Zapatero y Rajoy han formalizado su pareja de hecho. Quizás animados por el tandem Merkel-Sarkozy. Y Undargarin será imputado en dos meses, pero no le acompañará en ese viaje su esposa Cristina. Que es descendiente de Carlos V. En Tarazona la noticia sigue siendo Bécquer, que forma parte del paisaje del Moncayo. Y también de sus leyendas. Volverán las oscuras golondrinas/ en tu balcón sus nidos a colgar/ y, otra vez, con el ala a sus cristales,/ jugando llamarán.