Tuve el privilegio meses atrás de compartir mesa con Carlos Fuentes en el Gran Café de la Parroquia, en el Puerto de Veracruz. Junto al gobernador Fidel Herrera, amigo común. En la nueva sucursal que este histórico café abrió en 2008 -coincidiendo con su bicentenario- en Boca del Río, en el ensanche de la ciudad. El escritor se sentía allí como en casa. No en vano -aunque nacido circunstancialmente en Panamá- Veracruz es su tierra de origen. Donde en el siglo XIX se establecieron sus abuelos -canario él y alemana ella- como otros muchos emigrantes europeos atraidos por la aventura americana. Y que contribuyeron a crear riqueza en la región. Desde la banca. Y desde el cafetal. Que fue el caso de la familia del escritor. La Parroquia está unida al corazón de Fuentes. En ella recreó pasajes de su novela La silla del águila, editada en 2004. Pero que desarrolla de modo futurista en 2020, con un político real -ya fallecido- dentro de la trama. Y que ocupa con su anciano poder una de la mesas de este café haciéndose acompañar de un loro charlatán. Es el presidente mexicano Adolfo Ruiz Cortines, que representa la sabiduría en la política. Cual viejo zorro de sus manejos. Y que el loro sustenta repitiendo consignas históricas del PRI. Cada vez que Fuentes acude a Veracruz bucea sus recuerdos de infancia en este emblemático café. Al que acudía su abuelo con novelas de época, que leía placidamente tras repasar los periódicos del día. Junto a un lechero (café con leche servido en mesa) con chilindrinas, que es un pan dulce mexicano. La Parroquia le trae esos recuerdos, que él trata de rememorar cada vez que pisa el establecimiento. Buscando imaginariamente la mesa del abuelo. Que no es una mesa exclusiva, porque todas -incluida la suya- llevan consigo prolífera historia. Que no es otra que la de este maravilloso Puerto de Veracruz, que otrora fue puerta -de entrada y salida- de Europa.
Estaba yo esos días en Veracruz en un viaje de nostalgia. Buscando lugares que dieran vida a mis lecturas históricas de México. El Hotel Las Diligencias. El puerto. San Juan de Ulúa. Los viejos ferrocarriles de la Revolución. Y el Gran Café de la Parroquia. En todos ellos me sentía feliz, con la compañía generosa de mi anfitrión, mi buen amigo Armando Quintero Mateos. Pero de todos esos lugares el que más repetí fue La Parroquia, atraido por su singular historia. Y por la del patriarca de la familia que actualmente lo regenta. El montañés don Fernando Fernández Lavid. Nacido en Santa Olalla de Molledo, a 25 kilómetros de Torrelavega. Y que vino a este lugar en 1936 al calor de unos parientes, indistintamente establecidos en Cuba y en México. Don Antonio Fernández Fernández, hermano de su padre. Propietario del Café El Carrio, en la vieja Habana. Y don José Fernández Fernández, tio paterno también. Que regentaba La Parroquia veracruzana. Con un pasaje desde Santander que le costó 800 pesetas, una pequeña maleta y unas fotografías familiares, don Fernando se presentó con apenas 14 años ante su tío en Veracruz nada más desembarcar del Cristobal Colón. Fue una vida de sacrificios. También de aprendizaje. Pero provechosa. Donde ocupó todos los empleos, hasta que en 1946 fue nombrado gerente. Y más tarde se hizo con el negocio comprándoselo con facilidades a su pariente. No sin antes adquirir -gracias a sus ahorros- una casa en Santa Olalla de Molledo. Siguiendo así la tradición de los emigrantes montañeses en México. Que siempre tuvieron sus ojos puestos en España. Hoy La Parroquia la dirigen sus hijos Fernando, Ángel y Felipe Fernández Ceballos, que se independizaron de otra rama familiar que explota un negocio similar con el mismo nombre. Pero la autenticidad de La Parroquia está unida a don Fernando y a esas viejas cafeteras metálicas de origen italiano que presiden los dos establecimientos, el del Malecón y el de Boca del Río. Cafeteras artesanales ya de colección fabricadas en Turín que los Fernández Ceballos han conseguido repetir para su nuevo establecimiento con réplicas exactas a la primitiva gracias a las manos artesanas de los operarios de un taller veracruzano. Y que son su signo de distinción histórica de cara al mundo.
El Gran Café La Parroquia tiene su origen en un establecimiento llamado El Caballo Blanco fundado en 1808 por un estadounidense en las inmediaciones de lo que es hoy la Catedral de Veracruz, entonces parroquia. De ahí su nombre. No tardó mucho en denominarse como hoy día porque en 182o el negocio fue traspasado a un ciudadano francés que lo bautizó como tal. Tuvo varios propietarios, pero desde 1867 todos fueron ya españoles. Don José Capdevila, catalán. Don Rafael Menéndez y don Manuel González, asturianos. Y la familia actual, de Cantabria. Primero don José Fernández Fernández y después don Fernando Fernández Lavid, el patriarca de la saga que lo regenta. Ha sido un café errante, porque del primitivo local pasó a otro situado junto al Malecón. En la calle Valentín Gómez Farías. Y que ahora son dos con el de Boca del Río. Frecuentado en otros tiempos por Bernard Schaw, Truman Capote, Agustín Lara y María Felix -así como por todas las celebridades que llegaban al puerto de Veracruz-, fue el último establecimiento que pisó el presidente Porfirio Díaz antes de embarcar hacia su exilio parisino. La memoria de un mesero (camarero) de nombre Agustín García -y que le llamaban Mérida por ser de esa ciudad yucateca– ha dejado registrado para la posteridad su último desayuno en tierra mexicana. Un lechero, una canilla y una ración de papaya. Otro mesero, Pedro Degollado -con cincuenta años de oficio en la casa- sirvió en 2008 a modo honorífico el primer lechero del nuevo local de Boca del Río. Degollado y Fernández Lavid ha extendido desde el Malecón a esa otra parte moderna de la ciudad los secretos de toda una vida entre aromas de café. Y la clientela, que en Veracruz es tradición que pasa de padres a hijo, ha aportado la peculiar llamada al mesero haciendo sonar la cucharilla en el vaso. Que se trata de una forma amistosa de reclamar el café. Y que tiene su origen en el paso de los viejos tranvías junto al primitivo local. Cuando los conductores hacían sonar la campana para que les llevaran el café junto a la ventanilla. Lechero. Cuarto de carga. Media carga. Express. Americano. Champola (leche malteada). Dos siglos de historia de Veracruz. Tierra jarocha. Puerta abierta de México a Europa.
Nota del editor: Fernando Fernández Lavid falleció en Veracruz (México) el 4 de septiembre de 2010. Nueve meses después de la publicación de este artículo.