Miércoles 20. Hoy he amanecido frente a la Giralda. Cuyas campanas dan puntualmente los cuartos. Que son como heraldos que van anunciando las horas. La Giralda tiene 25 campanas, de las cuales 18 son de volteo. Todas tienen nombres de santos, excepto la que llaman del Reloj. Que es la más antigua. Pués data de 1400. Sevilla está de Semana Santa, pero el martes fue día de lluvia. Y las hermandades que hacen estación de penitencia en la Catedral suspendieron su salida. Excepto una que llaman aquí La Bofetá, por representar el misterio de Jesús ante Anás. La Bofetá decidió salir en un momento en que clareó la tarde. Pero al poco tiempo estaba de vuelta en su templo. La Parroquia de San Lorenzo. Así que los tradicionales desfiles procesionales del martes santo fueron sustituidos por nubes de paraguas que iban y venían por las calles de la ciudad a la deriva. Y por nazarenos y nazarenas compungidos por la frustración de tener que retornar a casa sin cumplir la tradición. Porque la Semana Santa en Sevilla se mantiene por el relevo de padres a hijos. Y porque cada hermandad es un barrio. O una familia. Más allá de lo religioso. E incluso de la jerarquía eclesiástica. Es posible que diga un disparate. Pero Sevilla es igualmente bella con lluvia que sin ella. Con o sin hermandades en la calle. Ya se despierte pagana. O se acueste cristiana. Lo observo en este amanecer frente a la Giralda. Que lleva ahí desde el siglo XII. Primero como alminar de la antigua mezquita de la ciudad. Y después como torre campanario de su catedral cristiana. Con sus 101 metros coronados por el Giraldillo. Una veleta de bronce que representa la victoria de la Fe. Y que fue añadida a la torre en 1561 según un molde en yeso que dicen que salió de las manos de Juan Bautista Vázquez El Viejo. Un escultor salmantino que se afincó en esta ciudad andaluza atraído por sus años de esplendor.
Un día que paseaba por La Habana descubrí una veleta de similares características al Giraldillo que corona la torre vigía del castillo de la Real Fuerza. Otrora residencia del gobernador de la colonia. Hoy la reemplaza una réplica, porque la auténtica se conserva en el Museo de la Ciudad para preservarla de los huracanes. Curiosamente le llaman la Giraldilla. Y tiene un enorme parecido a la veleta sevillana, si bien esta última está representada por una figura femenina y aquella otra por una masculina. Que en su mano derecha sostiene una palma y en la izquierda la Cruz de Calatrava. El Giraldillo sevillano también porta una palma en su mano derecha, pero con la izquierda sostiene un escudo guerrero. Quiérase o no, el Giraldillo está más cercano de lo pagano que de lo propiamente cristiano. Y pese a representar el triunfo de la Fe se trata de una versión cristianizada de la diosa Minerva. Como diosas paganas son también las tres esculturas de piedra que Manuel Tolsá ha dejado para la posteridad en el remate del frontal de la catedral de México. Y que representan a la Fe. La Esperanza. Y la Caridad. La Giraldilla habanera es obra del escultor Jerónimo Martín Pinzón. Siglo XVII. Y aseguran en Cuba que representa a Inés de Bobadilla, esposa de Hernando de Soto. Séptimo gobernador español de la isla. Soto se ausentó de Cuba al frente de una expedición destinada a explorar La Florida. Y nunca regresó porque perdió la vida a consecuencia de unas fiebres mientras surcaba el Misisipi. En su ausencia dejó al frente de la administración colonial a su esposa Inés. Pero la gobernadora se pasaba las horas en la torre vigía esperando impaciente la llegada de su esposo. Hasta que le sobrevino la muerte hastiada por la pena de quien jamás volvió a sus brazos.
Los periódico sevillanos llevan en portada hoy el súbito desafío de La Bofetá a la lluvia. E inundan sus páginas interiores de fotografías de nazarenos y nazarenas de otras hermandades que -abrazados entre sollozos- muestran su impotencia al no ver cumplidos sus espirituales deseos. Es una estampa que se repite cada Semana Santa que llueve en Sevilla. Y que sucede según el azar de los tiempos. Todo lo contrario al Giraldillo. Que siempre está ahí. Coronando a la Giralda como testigo giratorio de una ciudad empujada por sus vientos. Y que cuando encharca sus calles emerge pagana. Alameda de Hércules. Calle Mármoles. Caños de Carmona. Casa de Pilatos. Y los paños de muralla de la Macarena. La lluvia aligera a la ciudad de su equipaje barroco. Despierta su pasado almohade. Y va desnudando sus edificios hasta desenterrar sus pilares romanos. Es lo que adivino en la Giralda, que durante unas horas ha sido más que nunca Kutubia. La Biblioteca. Y en el Giraldillo, que se revolvió en Minerva. Diosa de la Sabiduría. Probablemente es un delirio que me ha producido la lluvia en este amanecer de miércoles santo. Después de un martes pagano. De nubes de paraguas que iban y venían a la deriva. De nazarenos y nazarenas a lágrima viva en la espera de lo que no llega. Como Inés de Bobadilla en su torre de La Habana. Pero los cuartos que son heraldos me acercan a la realidad. Y las 25 campanas de la Giralda apagan mi sueño. Repican el triunfo de la Fe. Que no es la de todos. Y anuncian que hoy van a salir las hermandades. Que tampoco son de todos. Con el consuelo de que cruzarán calles con nombres que estas tierras dieron a Roma. Trajano, Adriano, Teodosio. Y con la mirada atenta (y vigilante) de Minerva sobre la ciudad. Ya sin lluvia, pero con olor a incienso. El mismo que Nerón mandó prender ante la tumba de su depravada mujer Popea.