12.32 del mediodía. El trayecto en ferrocarril desde la barcelonesa estación de Sants a Vic ha durado apenas hora y media. Hoy es domingo, víspera de Nochevieja. Así que el tren va lleno. Familias que se trasladan de un pueblo a otro. Y excursionistas que abandonan de asueto Barcelona aprovechando que es festivo. También viajan grupos de emigrantes marroquíes en el convoy. Que luce el reclamo de Rodalies, la marca comercial mediante la que explota la Generalitat los servicios ferroviarios de cercanías transferidos por Renfe. La de Vic es una línea de montaña. Porque en realidad los trenes tienen como destino Puigcerdà, en el Pirineo Oriental. Con enlace hacia la pequeña localidad francesa de Latour de Querol -de 401 habitantes–, cuyo nudo ferroviario concentra tres anchos de vía. El internacional hacia el interior de Francia. El ibérico en dirección a España. Y el métrico, o de vía estrecha, por el que circula el tren groc (amarillo) que une las comarcas de la Cerdaña y el Conflent. Pese a ser invierno, luce en Vic un magnífico sol que caldea la frías temperaturas. Y convierte en agradable el paseo desde la estación hacia el centro de la ciudad. Durante el trayecto en ferrocarril he dejado atrás pequeñas estaciones (y andenes) de vieja arquitectura, pero de sencilla planta. Granollers-Canovelles. Les Franqueses del Vallès. La Garriga. Figaró. Centelles. Y Balenyá. Hermosos nombres en catalán de municipios especialmente singulares. Hoy en su mayoría separatistas, pero otrora destacados enclaves de las guerras carlistas. Un sino de aquellos tiempos. Como ahora este otro de la pretendida independencia. La línea Barcelona-Vic concluyó su trazado en 1873, pero no entró en funcionamiento hasta dos años después como consecuencia de aquel litigio dinástico entre Borbones que enfrentó a los españoles. Tan absurdo como el independentismo, pero en este caso todavía más doloroso porque sesgó tres veces con sangre la convivencia entre quienes pensaban (y sentían) diferentes. Vic es una ciudad que muestra con gran alarde de esteladas su clamor separatista. La banderas cuelgan desde balcones y ventanas de domicilios particulares, pero también se encuentran desplegadas en grandes dimensiones a lo largo de las fachadas de algunos de los principales edificios públicos. Me sorprende que Vic se encuentre a la cabeza de la segregación porque, si repasáramos sus anales, no sólo comparte abundante historia con el resto de España sino que es un referente clásico dentro de ésta. Y de manera muy particular durante todo el XIX. Pués aquí nació Jaime Balmes, el pensador español más importante de ese siglo. Y en su catedral reposa el santo Antonio María Claret, confesor de Isabel II, fundador de la congregación que lleva su nombre y copatrono de la Diócesis de Canarias. También aquí en Vic estudió mossen Jacinto Verdaguer, capellán de los vapores de la Compañía Trasatlántica que cubrían la línea de La Habana. Y uno de los escritores más universales de nuestra literatura, tanto en su lengua natal como en castellano. Por eso no es de extrañar que de su cuidada prosa fuese devoto Unamuno. Que fuera loado por Menéndez Pelayo. Y que en su poema épico La Atlántida, concluido en alta mar en su última travesía a España, se inspirase Manuel de Falla para componer la cantata escénica del mismo nombre. Inacabada a la muerte del gaditano en Alta Gracia (Argentina). Pero concluida después por el también compositor (y discípulo de aquel) Ernesto Halffter.
Esta plana de Vic está poblada desde el siglo IV antes de Cristo porque aquí se asentaron los ausetanos. Tribu ibérica que sucumbió ante los romanos en el siglo I, también previo a Cristo. Y cuyos guerreros se habían enfrentado primero a Aníbal, cuando procedía a alcanzar los Pirineos, y después al general Escipión el Africano, héroe de la segunda guerra púnica contra Cartago y conquistador para Roma de la Hispania meridional, campaña que concluyó en el 206 (a.c.) con la toma de Gades, hoy Cádiz y quizás alguna vez parte de La Atlántida. Entonces Vic se llamaba Ausa, nombre que dio lugar a Osona, que es como se denomina la comarca a la que pertenece esta ciudad barcelonesa. De la dominación romana, de Hispania en suma, Vic muestra al visitante un templo hexastilo, y con capiteles corintos, del siglo II (época imperial) en magníficas condiciones de conservación. El templo fue descubierto en 1882 al derribarse las murallas del castillo de los Montcada, señores feudales de Vic, puesto que había sido incorporado al edificio medieval en el siglo XI como integrante de un patio interior. Los Montcada fueron también señores de Bearne, territorio ultrapirenaico vecino al reino de Aragón que se quedó dentro de las fronteras francesas desde el año 841. Vic tiene en la actualidad una población estimada en 38.000 habitantes, de los cuales el 24% son inmigrantes. En su mayoría marroquíes. Al frente del Ayuntamiento de Vic se encuentra el ingeniero agrícola (y ganadero) Josep Maria Vila D’Abadal, que es también presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia de Cataluña. No me gusta nada Vila D’Abadal, que se desgajó recientemente de Unió Democràtica de Catalunya, la fachada más españolista de la coalición que sostiene a Artur Mas. Pero mi rechazo no es porque se exceda en sus ideas separatistas, ni porque gobierne en coalición con Convèrgencia y Esquerra, sino porque ha sacado a flote los presupuestos de su municipio para 2013 gracias a los votos de un partido xenófobo. Y porque hace dos años vetó el ingreso de emigrantes marroquíes en el padrón para “salvar la ciudad”. Los antecedentes familiares de cada cual nunca constituyen argumento alguno para justificar una crítica política, pero a veces hay que recordar no sólo a donde se dirigen las personas. Sino de donde proceden. Y Vila D’Abadal proviene de una familia tan exquisita como peculiar de Vic. Su abuelo, Lluís Vila D’Abadal era hijo de un prohombre carlista Y durante su juventud escolar defendió con tesón el pensamiento tradicionalista, aunque desde la órbita catalanista. El solar familiar, la masía Caballero de Vidrà, llegó a albergar el cuartel general y la escuela militar carlista. Esto por los Vila, porque por los D’Abadal la historia familiar no es moco de pavo. Por ejemplo, su antepasado Ramón D’Abadal i Calderó, copropietario de la cementera Asland, fue diputado por el Partido Conservador en 1899, perteneció a la Lliga Regionalista de Cambó y se exilió en la Italia fascista cuando estalló la guerra civil en Cataluña. Es interesante igualmente saber que otro D’Abadal (i de Viñals) llamado también Ramón y sobrino del anterior, fue miembro del Consejo Privado de Don Juan de Borbón al concluir la Guerra Civil. No sé, pero tanta pluralidad en una misma familia me produce confusión. Y también pasmo. Fundamentalmente cuando el separatismo muestra sus biceps con la suma aritmética.
El corazón de la ciudad de Vic late en torno a El Mercadal que se asienta en su Plaça Majó. Y sobre la que se asoman los principales edificios de la ciudad. Modernista, como la Casa Comella. Barroco, como la Casa Tolosa. Renacentista, como la Casa Moixó. Y gótico, como la Casa Beuló. El general Prim nació en Reus (Tarragona) pero, tras dejar la capitanía general de Puerto Rico, fue elegido en 1851 diputado por Vic. Nacidos en la ciudad fueron, sin embargo, Aulo Mevio, tribuno de Roma. Miguel de Avilés, gobernador de Chile y virrey de La Plata y del Perú. Guillem de Clariana, embajador de Pedro IV de Aragón ante el rey de Túnez. José Sadoc Alemany, arzobispo de San Francisco, California. Y el jesuita Luciano Gallisa Costa, a quién los italianos llamaban por su sabiduría el San Agustín mudo y por el que se interesó Napoleón para que dirigiera una de sus bibliotecas. También natural de Vic fueron Guillem de Mur, que participó junto a Jaime I en la rendición de Xátiva. San Miguel de los Santos, sacerdote trinitario que estudió en Alcalá, Baeza y Salamanca y que es el patrón de la ciudad, pese a estar enterrado en Valladolid. El teniente general Plácido Graell Anglasell, jefe de la caballería en la guerra del Río de la Plata. Y el II marqués de Avilés, que, al ocupar la Ciudadela, reintegró en 1782 Menorca a la Corona de España tras décadas de dominación inglesa. Vic está considerada la ciudad de Sert (José María). No en vano, su catedral alberga un conjunto de murales de este genial artista que representa un ciclo alegórico sobre la redención del hombre. Y en el que se empleó durante casi cuarenta años. Sert nació en Barcelona, pero esta obra le ha vinculado universalmente a Vic. Como también le han relacionado para la posteridad sus murales con la sede de la Sociedad de Naciones de Ginebra y con el Rockefeller Center de Nueva York. Jose María Sert fue uno de los encargados de salvaguardar las obras del Museo del Prado que fueron depositadas en Suiza bajo protección internacional durante la guerra civil. Y fue amigo personal de Salvador de Madariaga, ministro de Instrucción Pública durante la II República y uno de los grandes intelectuales del exilio que hizo grande el concepto España. Las calles del centro histórico de Vic van ensombreciéndose a medida que la luz del sol se encamina hacia el ocaso. Panaderías, charcuterías y las tradicionales tiendas de embutidos han cerrado ya tras agotar sus pedidos. Mientras las banderas esteladas siguen luciendo con fuerza, pero no con la suficiente para ocultar la historia de España que acopia (y desprende) la ciudad. El chador se han instalado en las calles pese al alcalde Vila D’Abadal, autor de la frase “Jesucristo sería claramente independentista porque, de hecho, Montserrat también lo es”. Los Vila impusieron durante años sobre Vic la boina roja carlista. Y los D’Abadal la caciquearon desde la Restauración. Ahora un Vila D’Abadal le quiere ceñir a presión la barretina con la suma del matrimonio Esquerra-Convergència y su padrino xenófobo, el PxC del ultraderechista Josep Anglada. El tren de regreso a Barcelona parte a las 16.02 horas. Pero todo en Vic es cercano. En el camino de vuelta a la estación recuerdo que en La Atlantida, Mossen Cinto describe la gesta de Heracles contra Gerion, la desaparición de aquel reino oceánico y el nacimiento del Mar Mediterráneo. Antes que a Dios, España, te arrancarán tus sierras/ pués hondas sus raices como las tuyas son./ Se secarán tus ríos, irán al mar tus tierras,/ más no podrá apagarse tu fe/ que es tu blasón (1).
(1) Y ans que ton Deu, oh Espanya, t’ arrancarán les serres,/ que arrels hi té tant fondes com elles en lo món./ Poden tos rius escorres, venir al mar tes terres,/ no l’ ull, però, aclucarshi del sol/ que may se pon.
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