Asomado al mar (1)

Yo nací en una ciudad del Atlántico, pero con apenas ocho años mis padres me asomaron al Mediterráneo. Que más que un mar es la génesis de nuestra civilización. La vieja Roma le llamó Mare Nostrum porque todas sus orillas fueron conquistadas bajo su dominio. Y la Italia de Mussolini también. Pero su nombre viene del latín medi terraneum, que significa en medio de la tierra. Lo ví por primera vez desde un mirador de Algeciras. Que no sólo es el confín más occidental de este mar. Cincuenta veces distinto como cincuenta son sus Nereidas. Sino donde regenera sus aguas por mor del Estrecho de Gibraltar. Confín también de Hércules, que lo cruzó camino de Erythea buscando a Gerión y su rebaño de bueyes. Siempre según la mitología griega. Algeciras era en aquellos 60 una ciudad de caserío blanco de media altura y calles empinadas. De comercios familiares y bulliciosos cafés a los que acudían corredores y tratantes. Bañada de azules y coronada por la Plaza Alta, icono de la ciudad. Con su fuente de cerámica rematada con farolas. Y a la que dan escolta cuatro ranas verdes que viajaron hasta allí desde las alfarerías de Triana. Conservo en la retina esa bella estampa. Iglesia de la Palma. Capilla de Europa. Y calle Convento. Como también conservo recuerdos de La Perseverancia. El viejo coso taurino. O de la Plaza Baja. Con el Mercado de Abastos en plena algarabía. Que cubre la gigantesca cúpula racionalista de forma octogonal obra del ingeniero Eduardo Torroja Miret. Primer marqués de Torroja por decisión de Franco. Premio Nacional de Arquitectura. Y abuelo de Ana Torroja. La cantante de Mecano. Muy cerca de la Plaza Baja está la Acera de la Marina. Que entonces era como un zoco injertado a Europa. Y de donde partían los coches de línea. Con el Comes para Poniente y el Portillo para Levante. O La Valenciana -que en realidad era un Comes– para La Línea de la Concepción. Correos de la Trasmediterránea que zarpan desde los muelles dejando a un lado Gibraltar. Virgen de África, Victoria, Ciudad de Tarifa. Vendedores de alhajas cubiertos con fez de fieltro rojo recorriendo las mesas de Casa Alfonso. Sopa de picadillo, filete de cerdo y melocotón en almíbar. Y soldados que embarcan hacia Ceuta con el fajín verde (o azul) de los Grupos de Regulares. Luchar, vencer y resistir. Cambistas. Matuteras (o estraperlistas). Mozos de pensión. Y mozos de equipaje. Trasiego de la estación al barco. Y del barco a la estación. Sir Artur Conan Doyle y el Rey Idriss I de Libia en el Hotel Cristina. Olor a tabaco rubio inglés. Y a especies. Cruce de sirenas. Termos de café con leche. Y una voz que en medio del trajín pregona el España de Tánger. Aquel periódico que fundara Gregorio Corrochano. Puerto de Algeciras. Mi primer Mediterráneo.

algecirasDurante tres años Algeciras fue mi puerto de entrada a España cuando pasaba el Estrecho desde Ceuta o Tánger. Entre 1985 y 1988. Años en que residí en Marruecos como corresponsal del diario El País. Así que conozco aquella silueta. Que sigue siendo hermosa desde la boca de su bahía. Iluminada cuan antorchas de fuego a ambos lados por los faros de Punta Europa, en Gibraltar, y Punta Carnero, en el Cerro de la Horca. Que es donde acaba la ensenada de Getares. Y donde se encuentra una pequeña isla llamada Cabrita. Más bien un islote sobre el que descansan las gaviotas. Y contra cuyas piedras rompe en rugido el Mediterráneo desprendiéndose de todo su poder antes de rendirle pleitesía al Atlántico. Que le sale al encuentro midiéndose en vientos ya en Tarifa. En mis juveniles años como periodista escribí una historia de aquel litoral con ocasión del fallecimiento en un hospital de Cádiz (San Juan de Dios) de Junio Valerio Borghese. El Principe Nero. Un aristócrata fascista que siguió activo en la Italia de la postguerra. Borghese murió en agosto de 1974 tras sentirse indispuesto en Conil de la Frontera. Donde pasaba el verano en un cortijo propiedad de un alemán que había sido capitán de la Legión Cóndor. Joaquim von Knobloch. Pero un año después se desató una polémica en Italia ante la sospecha entre algunos correligionarios de que hubiera sido previamente envenenado. Sospecha que presiento fue lanzada para reavivar el mito. Aquello lo conté en Diario de Cádiz en el verano de 1975. Cuando tenía yo 21 años. Y a quien sienta curiosidad le digo que con casi toda seguridad murió por causas naturales. Pese a que los investigadores Jack Greene y Alessandro Massignani volvieran a la carga en The Black Prince and the Sea Devils (Da Capo Presse, 2004). Con una peculiar biografía del Principe Nero que sin embargo no aclara su final. Pero no voy a detenerme ahora -si me lo permiten ustedes- en estas divagaciones. Borghese -que se inició en el mar como oficial de la Regia Marina (Armada italiana)- es un manantial de historias. La mayoría relacionadas con el Mediterráneo y, muy especialmente, con la costa de Algeciras. Que es donde se encuentra El Pelayo, la pedanía a la que pertenece la finca Huerta Grande. Un paraje agreste de montaña que desciende hacia el mar que unos llaman Huerto del General. Y otros Casa del Comandante.

Le mostré aquel lugar hace unos años a Catalina Luca de Tena horas después de que desembarcara en Tarifa procedente de Tánger. Y lo hice porque recuerdo que Abc -periódico que preside y que fundó su bisabuelo- publicó en 1982 una foto en exclusiva del lugar. Reconvertido en prisión militar para Milans del Bosch por el 23-F. Y donde sólo permaneció tres meses. Era entonces una dependencia militar, que solían utilizar como recreo los generales-gobernadores del Campo de Gibraltar. Un poder fáctico que duró hasta hace muy poco. Y que fue nefasto para el desarrollo de la comarca por la interferencia que ejercía sobre el poder civil. Hoy el Huerto del General depende de la Junta de Andalucía. Que lo explota indirectamente como alojamiento rural dentro del Parque Natural de los Alcornocales. Y como centro desde donde se organizan actividades relacionadas con la práctica del senderismo o del piraguismo con kayacs. Pero allí sigue la casa. O mejor dicho, las dos casas. La del general, un cortijo de cal blanca que también llaman del comandante. Y la del espía, que es una estancia contigua (y con techo de pizarra) llamada así porque fue habitada en la Segunda Guerra por un agente secreto italiano experto en transmisiones. Que la utilizó también como base operativa de apoyo a la Decima Flottiglia Mas. La unidad de submarinos italianos que llegó a mandar el Principe Nero. Y con la particularidad de que disponía de comandos de hombres ranas. Expertos en el dominio de los fondos y costas del Mediterráneo occidental, especialmente del Estrecho. Paso obligado de convoyes británicos. Y enclave estratégico controlado por la Royal Navy desde Gibraltar. Borghese encabezó la víspera del 8 de diciembre de 197o una intentona golpista en Italia que terminó en fracaso. Y que le empujó a exiliarse en España. Donde los servicios secretos de Franco le dieron protección. No en vano este príncipe romano descendiente del papa Pablo V había sido combatiente voluntario en la Guerra Civil como comandante de un submarino clase Perla de la Regia Marina que fue bautizado por los nacionales con el nombre falso de González López. En recuerdo de un marino insurgente muerto en Cartagena el 19 de julio. Pero que en realidad se trataba del Iride (Arcoiris). El submarino italiano que el 3 de octubre de 1937 atacó por sorpresa al destructor británico Basilisk frente al Cabo de San Antonio. En la costa de Jávea. Donde me encuentro (sábado 13 de noviembre) asomado al Mediterráneo. Intentado rescatar de su leyenda secreta pequeñas historias recientes.

                                                                                                                                       (Continuará)