El Ponte Vecchio fue por su belleza el único que las tropas del III Reich no destruyeron cuando evacuaron Florencia en 1944. En los últimos años, los enamorados solían dejar atrapado al busto que lo preside -el del escultor Benvenuto Cellini- un candado como profesión de amor eterno al tiempo que arrojaban su llave al cauce del río Arno. Siguiendo una tradición que se inició tiempo atrás en el Puente Milvio de Roma al paso del Tíber. Y que ha llegado incluso al sevillano Puente de Triana. Pero fue tal la cantidad de candados depositados en el viejo puente florentino -más de 5.000-, que se llegó a temer por la seguridad de su estructura. Que data de 1345. Y está basamentada en piedra. La costumbre se ha hecho común en Italia. Pero en Florencia ya no es posible porque las autoridades han decidido que el denuedo puede ser sancionado con una multa de 160 euros. Me imagino la desilusión de los enamorados. Que se ven obligados ahora a buscar alternativas para evitar la sanción. Esta medida recaudatoria -aunque de competencia municipal- es anterior al primer ministro Monti. Y me cuesta creer que se adoptara en tiempos de Berlusconi, tan arrogante él en cuestiones amorosas. Pero lo cierto es que en Italia hasta el amor se sanciona si tiemblan sus finanzas. Otra cosa es que los italianos paguen las multas. Que me cuesta creerlo. Paso los últimos días de 2011 en Florencia, con escapadas al puerto de Livorno que me conducen al Mar de Liguria. La monumental Pisa, ciudad en la que nació Galileo Galilei. Y Siena. Que se precia de haber sido fundada por Asquio y Senio, hijos de Remo. La prima de riesgo italiana supera los quinientos puntos. Y aquí nadie se inmuta. Tal vez algunos lleven la procesión por dentro pero los periódicos italianos se han cansado ya de destacar como titular de primera página una noticia que se presenta crónica. En Il Campo de Siena -uno de las plazas más bellas del mundo- existe una oficina del Monte dei Paschi (Piedad). Importante banco italiano con 3.000 oficinas, 33.000 empleados y cuatro millones y medio de clientes. Sorprende cuando advierte a modo de reclamo que fue creado en 1472. Y que desde entonces ha estado en servicio ininterrumpidamente, lo que le acredita como el banco más antiguo del mundo. Yo creía que estas cosas no existían, pero en Italia todos es posible. Tal vez, por su proximidad a Florencia (y también por ser coetáneos, pudo ser el banco de Miguel Ángel, pero estoy convencido que de sus finanzas se encargarían primero los Médici (que eran los banqueros del Renacimiento) y después los diferentes pontífices que acogieron al artista en Roma, entre ellos Julio II. Que fue quien le encargó los frescos de la Capilla Sixtina. En Florencia se encuentra David, la obra cumbre de Miguel Ángel (y de todo el Renacimiento italiano). Hasta 1910, David era una de las esculturas expuestas publicamente en la Piazza de La Signoria. Junto a la fuente de Neptuno de Amantini. Y Hércules y Caco de Baccio Bandinelli. Pero fue trasladada a la galería de la Academia florentina. Donde se muestra ya bajo techo. Mientras una espléndida copia (también en mármol) se encarga de sustituirla en el mismo lugar que ocupó durante siglos.
Si Il Campo de Siena es una de las plazas más bellas del mundo, ésta de La Signoria merece trato parecido. En ella se ubica el Rivoire, establecimiento fundado en 1872 por Enrico Rivoire, que había sido maestro chocolatero de la Real Casa de Saboya durante el decenio en que Florencia fue capital de Italia (1861-1871). Desde allí se contempla de forma privilegiada los principales monumentos civiles de esta impresionante ciudad de la Toscana. A la derecha, la Loggia dei Lanzi, también conocida como el Pórtico de los Lasquenetes. Levantado en el Siglo XIV para reunir a los principales funcionarios públicos, hoy acoge un conjunto de estatuas clásicas y modernas que pertenecieron a los Médici, entre las que destaca Perseo (bronce) de Cellini y Rapto de las Sabinas (mármol), de Gianbologna. Majestuoso, y en frente, se levanta el Palazzo Vecchio, el edificio administrativo más importante de la Florencia medieval. Y que está conectado por una impresionate (y kilométrica) galería con el Palazzo Pizzi, para lo cual atraviesa otro palacio -el de los Uffizi (Oficinas)-, determinadas mansiones y torres privadas e, incluso, el propio Ponte Vecchio, puesto que concluye más allá del río. La galería -llamada Corredor Vasariano– fue construida en 1565 (y en sólo cinco meses) por el arquitecto Giorgio Vasari por encargo del Gran Duque Cosme I de Médici. De esta forma, Cosme I -casado con una nieta del II Duque de Alba llamada Leonor Álvarez de Toledo y Pimentel-Ossorio– evitaba la ciudad para ir de un palacio a otro. Y exponerse públicamente a unos súbditos disconformes con su forma de gobernar. Como la galería discurre por el Ponte Vecchio, cuentan que otro gran duque –Fernando I de Toscana, quinto de los hijos de Cosme I y Leonor-, atufado por el olor que despedían las carnicerías, pescaderías y curtidoras que allí estaban emplazadas, mandó quitarlas. Y en su lugar dispuso que se establecieran los orfebres de la ciudad. Ese es el origen de las tiendas de joyas de oro (y piedras preciosas) que se suceden a lo largo del puente. Y que constituyen un referente gremial único en el mundo por su ubicación. Leonor fue una gran mecenas de las artes. Y protegió a artistas de la talla de Bronzino y Pontormo. Murió de una afección pulmonar en Pisa, después de dar a luz nueve hijos. Dos llegaron a ser grandes duques de Toscana –Francisco y el ya citado Fernando-, otro fue cardenal –Juan-, y el más pequeño, de nombre Pedro, le salió criminal, bribón y despilfarrador. Casó con una prima española, a la que engañaba con putas. Y cuando la desdichada conoció a un hombre con el que inició una relación oculta, su esposo -enterado de la infidelidad- se la llevó a una villa campestre. Donde (tras quedarse ambos sólos) la estranguló con un trozo de tela. Enviado a España, Pedro de Médici murió en Madrid atrapado por las deudas tras una infame vida dedicada al juego y a sus apuestas.
He elegido el Grand Hotel Baglioni durante mi estancia en Florencia. Ubicado frente la Estación Central. Y en paralelo a la Basílica de Santa María Novella. El establecimiento data de 1903, cuando fue reconvertido para su actual uso un palacio de mediados del XIX que pertenecía al príncipe Carrega de Lucodio. De manera que aún conserva parte de su estructura palaciega, si bien no deja de ser un hotel de época que dispone de salones para la lectura familiar. Y para los juegos de tablero. Que conserva también un viejo piano que nadie toca. Y mantiene permanentemente abierto un cocktail-bar que le ofrece al huesped todos los periódicos importantes de la vieja Europa. En este local me he enterado de las medidas que ha preparado Monti en su programa Salva Italia. Entre ellas la reducción a mil euros del tope del pago en efectivo (para combatir la evasión fiscal). Y el aumento del IRPF y del impuesto de bienes inmuebles por parte del Gobierno de España (para recaudar los primeros 6.200 millones de euros del ajuste ya anunciado). También en el cocktail-bar observo que los japoneses vuelven a viajar por Europa. Y me informo que el alza del yen lo favorece. De forma que les resulta más barato desplazarse por Italia, Francia y España que por su propio país. Entre japoneses que van (y vienen) a la Piazza del Duomo para observar la cúpula de Santa María del Fiore y el campanile del Giotto. O aguardan en fila su entrada en los principales museos y galerías de la ciudad. Camino por las calles de Florencia recordando su esplendoroso pasado. El Renacimiento está tan presente aquí que los problemas del mundo (y especialmente de Europa) se quedan en lo irrisorio. Esta tarde he visitado la iglesia de Santa Margarita. Que es donde Dante conoció a Beatriz Portinari. Y ayer estuve contemplando la impresionante fachada del Palazzo Pitti. Que debe su nombre a un banquero arruinado como consecuencia de su construcción. Y cuyos familiares terminaron vendiendo el edificio a Leonor Álvarez de Toledo, la esposa española de Cosme I. En el Quattrocento, los Médici eran unos banqueros muy ricos que, mediante una impresionante red de sucursales por toda Europa, facilitaban créditos a comerciantes y prestaban dinero a reyes y grandes gobernantes. También dirigían las finanzas de los papas de su época, tres de los cuales fueron Médici. Con el dinero ganado, sufragaron grandes obras de arte. Y retuvieron en Florencia a los mejores artistas del momento. Entre ellos Miguel Ángel, que ha dejado en la ciudad valiosas obras. Me pregunto quién identificaría hoy a un Médici con un banquero. Y regreso al Ponte Vecchio para comprobar si alguna pareja de enamorados se ha saltado la regla. Todo sigue igual, salvo la historia.