El puerto del Escudo está asociado a los partes radiofónicos de mi niñez. Cuando en mi casa de Cádiz nos agrupábamos en torno a aquella vieja radio Zenith de madera barnizada para escuchar los diarios hablados de la España franquista. Noticias impactantes. 1961. Galvao secuestra el paquebote Santa María. 1962. Argelia obtiene la independencia de Francia. 1963. Kennedy es asesinado en Dallas. 1964. Krushev es desposeido de todos sus poderes. 1965. Un avión de Iberia cae al mar junto a cabo Espartel. Los diarios hablados de Radio Nacional concluían con el parte metereólogico. Y la referencia al Escudo era obligada en días de temporal de nieve. Cuando no cerrado, con cadenas. Desde entonces siempre tuve interés en conocer este punto montañoso de carretera. Que separa Burgos de Cantabria. Dejando atrás el Páramo de Masa. Los cañones del Ebro. Descendiendo hacia los verdes valles pasiegos. Lo visité por primera vez en 1975. En mi viejo seiscientos. Descubriendo una tierra que hice mía para siempre. Que me resultaba ya familiar. Por haber crecido en Cádiz en la cercanía de la colonia montañesa. Que llenó de nombres cántabros la industria sencilla de la ciudad. Rio Saja, El Sardinero, La Flor de Carriedo. La Pasiega. El Cantábrico. El Nansa. La Montañesa. La Santanderina. Selaya. Colonia importante la de Cádiz. Del gremio de ultramarinos y coloniales. Con ordenanzas propias desde 1833 para la venta de comestibles. Mayoristas, minoristas. Cafés, vinos y licores. Montañeses reclamados por montañeses. En tránsito hacia América. De vuelta también. De los que se quedan. Y de los que retornan. Que se reunían los domingos en la bolera del Céntro Cántabro. Círculo centenario. Segundo más antiguo de España tras el de Baracaldo. Gente del Norte aquella. Toda la vida detrás de un mostrador. En la trastienda. Al frente del negocio. Mariano González. David Fernández. Ángel Barón. Indalecio Serdio. José García. Francisco Sánchez de Cos. Antonio Ruiloba. Gerardo Gómez. Joaquín Díaz Revilla. Fidel Borbolla. Robustiano Díaz de Liaño. Gente popular. Vicente, Atilano, Laureano, Ezequiel, Adolfo, Juanito, Higinio. Pepín. Julio. Gente con posibles. Tánago, Bárcenas, Gamito, Galnárez, Gómez de Barreda, González de Peredo.
Dos veces al año suelo descender desde el Escudo hacia Ontaneda, ya a la vera del Pas. Río salmonero. Atrás queda la niebla. Dejando al descubierto hermosas montañas verdes. Praderías separadas por muros de piedra. Que acogen cabañas pasiegas. Donde pastan vacas frisonas. También tudancas. Raza auctótona de Cantabria. Leche pura. Hermosas casas de indianos. Junto a viejos solares blasonados que esconden historia. Balnearios de estíos. Hornos de sobaos y quesadas. Casa Luca, Casa Olmo. Que bañan de aroma dulce a Ontaneda. Adelantada de los valles pasiegos. Dependiente de Corvera. Valle de Toranzo. Donde busco ahora el cauce del Pisueña, antes de que se junte con el Pas en Vargas. Escobedo. Villafufre. Saro. Santibáñez. Villacarriedo. Selaya. Cruzando valles hasta llegar a Vega de Pas. Para volver a Ontaneda. En el camino boscoso que lleva a Entrambasmestas. Me acompañan en este recorrido los nombres de aquellos montañeses que conocí en Cádiz. Que me brotan aquí con fuerza desde mi memoria de infancia. Entremezclados con otros que he conocido después. En Sevilla, en México. Jándalos unos. Indianos la mayoría. Gente que un día emigró de la tierra dejando atrás estos verdes valles entre montañas alomadas. Por donde discuren ríos de aguas cristalinas. También el Miera. Junto a bosques de robles y hayas. Que frecuentan buitres y mirlos. Donde vuela el martín pescador. Terruco también de preciados tesoros. Como el Palacio de Soñanes, en Villacarriedo. Reconvertido en hotel, sin perder la belleza monumental que le define como el edificio civil más suntuoso del barroco cántabro. Levantado en el siglo XVIII por Juan de Arce, sobre diseño de Cossimo Fontanelli. Junto a las propiedades de Manolín Abascal, montañés de México.
Era costumbre de notorios pasiegos dedicar parte de sus fortunas obtenidas en otras tierras al bien común de sus paisanos. No sólo levantaron iglesias, hicieron obras pías o reforzaron la arquitectura civil de estos valles con sus casa blasonadas o de indianos, sino que mandaron construir colegios, como el de los Escolapios de Villacarriedo, ubicado junto al Palacio de Soñanes. Y que se edificó gracias a la herencia testada de Antonio Gutiérrez de la Huerta, que fue administrador de las aduanas de Cádiz en pleno esplendor comercial de la ciudad. Allá en el XVIII. Durante mi estancia en los valles pasiegos recorro estos espacios naturales cargados de historia como paseante libre al que no obliga el destino. Que encuentra sosiego en el hotel Jazmín (Santibáñez). Fonda familiar. Que se deja llevar en el buen yantar por Alfonso, el propietario del restaurante Las Piscinas (Villacarriedo). Cocina pasiega. Que busca conversación con los paisanos en el Café Español (Selaya). Fundado en 1910. Con sobaos de El Macho. Otra de las acreditadas Casas del Pas. Y junto a la vieja bolera, que llaman allí Corro de la Colina. La más bella y antigua de la comarca, a la que dan sombra centenarios plátanos que se alinean cuales celosos guardianes del vecino Palacio de Donadio, construcción del siglo XVI de la que emerge una torre defensiva con el escudo de los Arce. Y que hoy invoca paz. Como estos verdes valles pasiegos. De gente noble y trabajadora. Donde el martín pescador busca las aguas cristalinas del Pisueña. Ya próximo al Pas. Compartiendo valles con el Miera. Donde nacieron muchos de aquellos montañeses de Cádiz. Y a donde viajo fugazmente dos veces al año. Sin despedirme. Puerto del Escudo, atrás Cantabria. Después Burgos. Cuando no cerrado, con cadenas.