Cuando paso estancias largas en Barcelona acudo cada mañana al Bar del Pi a leer La Vanguardia. Me gusta de siempre este periódico. Y se lo comentaba el otro día en Madrid a mi querido amigo Xavier Batalla, su corresponsal diplomático. La Vanguardia es de los pocos diarios que siguen contando historias. Y además ofrece una información de calidad sobre América Latina. Pero hoy estoy en Cádiz, donde los ejemplares llegan contados al quiosco. Conseguido el periódico, me he sentado con él junto a una mesa del Café Andalucía. Que para mi es como el Pi pero en la capital gaditana. Porque tanto uno como otro establecimiento tienen la virtud de ser miradores privilegiados del ritmo de sus respectivas ciudades. Así que me he puesto a leer la crónica y el editorial sobre la vuelta de Hugo Chávez a Caracas tras someterse a una intervención quirúrgica de cáncer en La Habana. Y su discurso a las masas adictas el martes desde el balcón principal del Palacio de Miraflores con motivo del bicentenario de la independencia venezolana. No sin dejar de contemplar de vez en cuando el trasiego ciudadano de ida (y vuelta) hacia el Mercado Central de Abastos. Que está muy cerca de este café. El Bar del Pi se encuentra en una de las encrucijadas de la Ciutat Vella. Ubicado en la plaza de su mismo nombre (o de Sant Josep Oriol), dispone de un pequeño salón interior ambientado con obras de Moscardó (José), Mariscal, Alberti y Bussom. Es un local al que acuden políticos, escritores y artistas. Y también los pintores que cada fin de semana se reunen en aquella plaza para exponer sus obras. Tiene algo de Montmartre el Bar del Pi. Como también este Café Andalucía en el que me encuentro. Otrora preferido por la bohemia local. Y por los actores de las compañías que acudían de gira a los teatros de la ciudad. Ambos locales han sido escenarios de históricas tertulias, si bien el Pi atesora la leyenda de que en sus salones se fundó en 1936 el Partido Socialista Unificado de Cataluña. En lo años 80 participé en algunas tertulias del Pi. Todavía recuerdo a dos viejos republicanos recien llegados del exilio discutiendo como riña de gallos sobre quien de ellos había conocido antes a Ramón Mercader. Aquel Jacques Monard que asesinó a Trotsky en México por orden de Stalin. Y al que accedió tras engañar a su enamorada secretaria. Las tertulias políticas del Café Andalucía de mi adolescencia eran menos apasionadas porque corrían tiempos represivos. Pero esas tertulias compartían espacio con otras de gente sencilla llena de sabiduría. Donde prevalecían las anécdotas, más que el fondo político (o no) de lo que se trataba. Esas me gustaban más, porque salía de ellas aprendido. La mejor de entonces la dirigía desde años antes Agustín Fernández (López) El Melu, tablajero gaditano cuñado del guitarrista Víctor Rojas Monje, hermano de Pastora Imperio. Que las desplazaba al vecino Café (o Recreo) de Morante cuando estaba en la ciudad José Brea (Romero) Breita-, criador y exportador de gallos de pelea. Y cuñado del gran cantaor flamenco Manolo Vargas. Que se pasaba la mitad del año en Venezuela, donde gozaba de gran prestigio e influencia. Porque fue amigo personal de Rómulo Betancourt y de Raúl Leoni, los primeros dos presidentes constitucionales que tuvo Venezuela tras la caída del dictador Pérez Jiménez. Y que eran grandes aficionados a las peleas de gallos, en algunas ciudades de allí llamados también de combate.
Cádiz era en la década de los 60 una ciudad privilegiada en información sobre América Latina. Porque las asonadas, revueltas y revoluciones que en esa región se sucedían las contaban por los cafés de la ciudad en calidad de testigos de excepción los pasajeros y tripulantes de las líneas americanas de la Compañía Trasatlantica que rendían aquí viaje. Fueron los casos de Cuba y Venezuela. Breita de joven había sido novillero, pero en un festival celebrado en Algeciras en 1936 (y en el que compareció con 40 de fiebre) se dio cuenta de que lo suyo no era ponerse delante de un toro. Y trabajó después como vendendor de automóviles y promotor de espectáculos taurinos. Hasta que encontró su estabilidad profesional en el mundo de los gallos. Que en un principio criaba en la azotea de su casa y después -tras progresar en Venezuela- en una finca de su propiedad situada en el Barrio de Jarana de Puerto Real llamada por agradecimiento Acarigua, nombre de una ciudad arrocera del llano venezolano perteneciente al Estado de Portuguesa. Me complace estar leyendo noticias actuales de Venezuela en estos lugares de Cádiz donde medio siglo atrás atrás el bueno de Breita le contaba de viva voz (y con orgullo) a El Melu su experiencia personal durante el difícil tránsito que llevó a aquel país americano de la dictadura a la democracia. 1959. Y que garantizó otro amigo personal suyo, el general Josué López Enriquez, ministro de la Defensa. Superviviente un año después junto a Betancourt de un atentado con coche-bomba perpetrado el mismo día que el país conmemoraba la Batalla de Carabobo. Las novedades que proporcionaba Breita en cada viaje las repetía El Melu con el paso de los años (y en ausencia de su amigo) a los tertulianos que le acompañaban. Hasta llegar incluso a mi generación. Familiarizándonos a todos los que le escuchábamos con historias emocionantes de Venezuela, algunas de las cuales él también había vivido de forma casual al acompañar a Breita en algunos de sus viajes transocenánicos. En aquella tertulia dirigida por El Melu supe que Betancourt había sido comunista de joven. Que rompió ya en el poder con Fidel Castro. Y que reprimió a los totalitarios en Venezuela durante su mandato. Lo narraba tan magistralmente que parecía que había estado en el mismo Palacio de Miraflores. Y entre anécdotas flamencas, riñas de gallos y grandes tardes de toros hablaba de Kennedy y de Nixon como si los estuviera viendo en grandes autos por las calles de Caracas. O de Trujillo, que ideó en aquellos años desde la República Dominicana un compló contra Betancourt, y de Di Stéfano, que en 1963 fue secuestrado por un grupo guerrillero que lideraba el hijo de un anarquista español exiliado en Cuba cuando el Real Madrid disputaba en la capital venezolana la Pequeña Copa del Mundo.
Hace años le pregunté a Di Stéfano por aquel secuestro que El Melu narraba en su tertulia citando a Breita. Y me dijo que lo tenía olvidado, si bien poco después -concretamente en 2005- tuvo un encuentro forzado en Madrid con su secuestrador –Paul del Río– con motivo de la presentación de una película documental sobre la historia del Real Madrid. Que fue cuando Del Río reveló que aquel secuestro fue llevado a cabo para sensibilizar a la opinión pública internacional contra Franco por la ejecución de Julián Grimau. 1963. Hoy Paul del Río es a sus 68 años un artista plástico que preside una fundación antimperialista venezolana que le hace el juego a Hugo Chávez. Y que vive -después de haber participado en algunas guerrillas latinoamericanas- entre cuadros de Bolívar, el terrorista Chacal -de nombre Carlos Ilich Ramírez– y el propio Chávez. Es uno de los pilares que sostienen al Gorila rojo en un país que cada día es menos libre. Pero también más débil. Como aseguraba en su edición de hoy La Vanguardia, cuyo ejemplar dejo sobre la mesa pensando que por allí pueden pasar de un momento a otro Breita y El Melu camino del Café de Morante, hoy llamado Ninos Columela. E interesados en saber cómo aquella Venezuela de la que otrora hablaban con orgullo se rompe hoy a pedazos. Pero Breita primero. Y El Melu después nos dejaron hace ya algún tiempo. Aunque en ese Café de Andalucía -situado puerta con puerta con el de Morante- permanece todavía el espíritu de aquellos tiempos. Y de aquellas tertulias de hombres llenos de sabiduría. Cuando Breita contaba que -como los toros- los gallos de pelea tienen nombre. Y requieren el mejor de los cuidados. El solía darles de comer maiz, pan de leche y acelga picada. Y en cada expedición llevaba a Venezuela alrededor de 150 gallos. Yo le conocí siempre impecablemente vestido. Con traje de paño inglés y sombrero fedora en invierno. Y guayabera blanca de hilo con manga hasta el puño. Contaba que con ocasión de su 130 viaje al puerto de La Guaira, la Compañía Trasatlántica le rindió en 1964 un homenaje a bordo como cliente ditinguido. Y aunque estaba considerado el mejor exportador español de gallos de pelea a América, siempre respondía con humildad que había otro con más mérito: Manolo el Pinto, que trabajaba para Puerto Rico. Donde la riña de gallos es deporte nacional. El viento de poniente refresca en esta mañana gaditana de recuerdos venezolanos. Dicen en México que quien es gallo donde quiere canta. Pero en Venezuela los gallos han dejado de cantar. Quedan estos hermosos recuerdos de españoles que encontraron allí su bienestar. Y que supieron transmitir sus vivencias de manera sencilla (y coloquial) a otras generaciones más jóvenes contribuyendo en torno a una taza de café a que supiéramos más. Yo se lo agradezco.