Barcelona, 30 de abril. Estoy en el salón de te de la pastelería Brunells contemplando una foto de los emperadores de Japón probando unos panallets. Que son dulces tradicionales de otoño. Es común en este histórico establecimiento de la esquina de Montcada con Princesa agasajar con sus productos a los personajes ilustres que pasan por sus puertas en dirección al Museo Picasso. Que está aquí al lado. Pregunto. Y me responden que la foto es del 13 de octubre de 1994. El mismo día que le concedieron el Nóbel de Literatura al escritor japonés Kenzaburu Oé. Enorme casualidad. Casi siempre que acudo a Barcelona me topo en sus calles con turistas japoneses. Pero esta vez sólo he contado tres. Y además de una misma familia. Lástima porque representan el turismo vacacional de calidad. Como los estadounidenses. O los británicos. Que son (por estadística) sus primeros visitantes. Pero Japón sufre las consecuencias de su reciente tragedia. Y sus gentes no creo que estén aún para viajar. De todas maneras Barcelona está hermosa. Y llena de visitantes extranjeros. Procedentes fundamentalmente de cruceros. Y de los numerosos vuelos low cost que llegan a El Prat. Destacan los jóvenes. Con prendas deportivas. Guías en la mano. Y planos del Metro. Me ha entristecido ver esta mañana en Las Ramblas a un grupo de fornidos albanokosovares engañando con el trile a unos turistas despistados. Tienen aspecto de haber sido militares. O policías. Y actúan entre La Boquería y la Rambla de Santa Mónica. Por lo que me cuentan llevan ya casi cuatro años estafando a los extranjeros. Y disponen de protección estrategicamente desplegada en ese tramo para prevenir la presencia de la Guardia Urbana. Si es que aparece. Barcelona es el quinto destino turístico de España. Y tengo que reconocer que ha hecho grandes esfuerzos para que el visitante se sienta cómodo. Woody Allen ha ayudado mucho en el reclamo. Y si el Paseo de Gracia tiene aspecto de boulevard parisino, el espiritu multiétnico que impregna a la ciudad la asemeja a Nueva York.
Yo en Barcelona soy sobre todo observador. Y como conozco algo a la gente de la tierra no exagero si digo que está pidiendo cambios. Treinta y dos años largos llevan los socialistas gobernando aquí. Y todo parece indicar que el alcalde Hereu va a perder la ciudad como el Rey Chico perdió Granada. O como sus mayores perdieron hace unos meses la Generalitat tras el desastre del tripartito. Barcelona y Sevilla son las dos grandes ciudades españolas gobernadas por los socialistas que las encuestas vaticinan que cambiarán de mano el 22 de mayo. Nacionalistas convergentes para la primera. Y Partido Popular para la segunda. Los socialistas gobiernan actualmente en ambas coaligados con Izquierda Unida, con la diferencia de que los concejales de esta formación en Barcelona entran en lo razonable mientras que en Sevilla la primera tenencia de alcaldía la ostenta un estalinista llamado Torrijos que lleva cuatro años perversamente confrontando a la ciudad. El alcalde Hereu quiso reformar la Diagonal. Y sometió su proyecto a consulta obteniendo un estrepitoso fracaso. Pero al menos contó con la opinión de la ciudadanía. Todo lo contrario a lo que ha hecho el Ayuntamiento sevillano. Que ha instalado unos gigantescos parasoles a modo de hongos en el centro histórico de la ciudad que han levantado sonora polémica. A mi me gustan, pero habría preferido que el alcalde Monteserín hubiera convocado un referendum como el de la Diagonal para conocer la opinión de los sevillanos. Que sería lo más sensato. Y democrático. Porque ser político no conlleva tener siempre la razón. Y un error de cálculo de un alcalde es tan determinante en el resultado electoral como dejar de barrer las calles. Permitir que se instale la corrupción. No abordar la inseguridad ciudadana. Y cometer abusos en los precios del transporte público. 1.45 euros cuesta el billete sencillo de autobús en Barcelona. Uno de los más caro de España.
En otro tiempo me habría enrabietado por un cambio político en detrimento de los socialistas. Porque así funcionan las ideologías. Y porque en Barcelona han existido excelentes alcaldes de izquierdas. Pero hoy lo que más deseo es que al frente de cualquier ayuntamiento de este país haya gente honesta (y capacitada) que sepa sacrificar sus posiciones personales en virtud del interés general. La democracia lo permite. Y así creo que debe ser la política. Estas reflexiones -que algunos creerán ingénuas- me salen de dentro con más facilidad en Barcelona que en cualquier otro lugar de España. Porque en esta ciudad las divergencias están muy repartidas. Y las que son profundas se resuelven casi siempre con ejemplar civismo. Así que sigo paseando por la calle Montcada en dirección al Born a ver qué me encuentro. Aunque de entrada no me queda otra que dar fe de la alegría generalizada que estos días inunda a los transeuntes por la ventaja culé frente al Real Madrid en las semifinales de la Champions. Es igual que sean turistas o escolares. Jóvenes con empleo o en paro. Emigrantes o nacidos aquí. Todos irradian felicidad. Y muchos caminan enfundando con orgullo sus camisetas del Barça. Con el nombre de Messi al dorso. O el de Piqué. Tengo dos lugares preferidos en el Born. El primero es una pequeña plaza en ángulo que se llama de la Puntual. Y que aloja un busto del escritor (y pintor) Santiago Rusiñol, ideólogo del movimiento modernista catalán. Es una plaza que me produce nostalgia, pero también rabia. Porque el turista sabe quienes son Gaudí o Picasso. Pero apenas conoce a Rusiñol, por otra parte uno los mejores paisajistas españoles del entresiglo. El segundo lugar es la Basílica de Santa María del Mar. Templo que junto a la Catedral y la Sagrada Familia constituyen el triangulo monumental religioso de Barcelona. Santa María del Mar se construyó en el siglo XIV a la par que la Catedral, con la diferencia de que esta última estaba sostenida con recursos de la nobleza (y del clero) de la época. Y aquella era la iglesia de la gente de los oficios del mar, especialmente los carpinteros de ribera y los bastaixos (estibadores). Me parece maravilloso que en aquella Barcelona medieval existiera rivalidad entre las clases sociales para levantar un templo. Y que los humildes hayan dejado para la posteridad este impresionante edificio del gótico catalán. No sé si en el resto de España ocurrió algo parecido en el siglo XIV. Pero aquí sí. Y por eso pienso que en esta tierra siempre pasan cosas diferentes.