Suenan violines

Suenan violines en el túnel peatonal que separa Ondarreta de La Concha. En lo que aquí en Donostia llaman Pico del loro. Una joven pone música a la mañana del sábado. Que ha amanecido gris, con intervalos de llovizna. Un gris que reviste el mar de plata vieja. Y ensombrece el verde de los montes. Uniformando de invierno la ciudad, pese a ser primavera. Pero hay otros colores: el arcoriris que conforman con sus equipaciones los alevines que disputan una liguilla de futbol playa aprovechando la bajamar. Los piraguistas que ensayan frente a La Perla. Y los iniciados en vela ligera que practican entre la isla de Santa Clara y el monte Urgull, ya cerca del Paseo del Muelle. Es maravilloso escuchar violines en San Sebastián. Que es un instrumento que Yehudi Menuhim nos dejó asociado a la paz. Menuhin descendía de rabinos jasídicos, tradición judaica que rechaza cualquier religión puramente cerebral. O desapasionada. Euskadi ha sufrido religiones pasionales a lo largo de su historia -el carlismo fue una de ellas-, aunque todavía no se ha repuesto de la más trágica (y sangrienta) de todas. Que ha sido la última. Pasional también es la religión en Irán, pero cuando hay hambre huelgan los fanatismos. Que se lo digan a la joven que sorteó recientemente la seguridad presidencial de Amaniyedad recriminándole la falta de víveres. Y pasional ha sido igualmente la nacionalización de Repsol YPF por la presidenta argentina Cristina Fernández. Pero este zarpazo petrolero no puede convertirse en un asunto de Estado. Ni en un enfrentamiento entre españoles y argentinos. Será el tiempo el que ponga cada cosa en su sitio. A la petrolera, considerada ya bono basura. Y a ella, mujer de ultratumba. Que por mucho que remueva los cementerios no podrá devolverle la vida a Evita. Ni a su esposo Kirchner. Por El Diario Vasco me entero de que Fernández es de origen gallego. Y de Lugo. Como los hermanos Castro. Le quedan tres primos octogenarios que residen en la aldea de Mazaeda. Y habitan la casa que fuera de don Pascasio Fernández, el abuelo que emigró en 1920 a Buenos Aires. En donde aprendió el oficio de sastre. Uno de ellos declara al periodista que firma el reportaje: “Si viene Cristina, la invitamos a un tazón de leite con pan”. Sopla viento moderado del sur en San Sebastián. Hay gente con chubasqueros (y paraguas) apostada en la barandilla de La Concha. Las caseras del mercado de La Bretxa ultiman sus ventas de quesos, hortalizas y verduras. Y en la calle Loyola se producen aglomeraciones frente a una feria de flores y plantas. La catedral del Buen Pastor acoge un exposición de Teresa de Calcuta. Pero también una boda elegante que es despedida con aurresku. Y que traslada en el Txu-txu (tren turístico) a los invitados que van a asistir al convite.

Quedo con un grupo de amigos al otro lado del Urumea. Frente al nuevo Kursal de Moneo. Y en un lugar de diseño llamado Viento Sur, que es una taberna de pintxos pero con materia prima andaluza. Lo dirige una joven pareja sevillana, él en la cocina. Y ella en el lobby. Viento Sur no sólo está de moda sino que forma parte ya de la oferta gastronómica de la ciudad. Me gustan estos mestizajes. Y máxime en San Sebastián, que es una ciudad muy exigente en cuanto a gustos culinarios. Porque la cocina aquí no sólo es tradición. Innovación. O iconografía de la ciudad, como cada año nos recuerda la tamborrada. Sino que desde 2011 forma parte también de la ciencia (y el estudio del conocimiento) gracias al Basque Culinary Center. Que es un centro de investigación (y formación) dependiente de la Universidad de Mondragón. Sin embargo, a la hora de exigir prefiero un clásico. Y nada más llegar el viernes a Donostia me fui a almorzar a Juanito Kojua, en la Parte Vieja. Entre bodegones con motivos vascos. Y un reloj de pared con carrillón que marca horas y cuartos. Pero del que nunca he adivinado su melodía. Llevo muchos años viniendo a Guipúzcoa. Y en particular a San Sebastián. Pese al gris que hoy se ha adueñado de su cielo, la ciudad suele tener una luz espectacular. Otras veces he amanecido con esa luz en Igueldo. Y he recorrido con esa luz la bahía desde el Peine de los Vientos a la Construcción Vacía. Las puntas de herradura que se reparten Chillida y Oteiza para grandeza del hierro. Pero nunca hasta la noche del viernes había estado en Pasajes de San Juan, pequeño pueblo marinero del Siglo XVII (y con edificios anteriores) a diez kilómetros de Donostia. Y sí en el de San Pedro. E incluso en el Antxo. En Pasajes de San Juan residió un tiempo Victor Hugo, pero desde allí partió 70 años antes para Carolina del Sur (en la fragata Le Victoire) el marqués de Lafayette. Tenía sólo 20 años este aristócrata. Y se puso a las órdenes de George Washington, que lo devolvió a Francia un lustro después como mariscal de campo. Tras combatir heroicamente en la guerra de independencia americana. Lafayette es quien intercala durante la Revolución francesa el color blanco entre el azul y el rojo de la bandera nacional. Pero es encarcelado en Austria cuando huía de su país perseguido por los jacobinos. Liberado por Napoleón, mantiene su conciencia revolucionaria hasta que fallece en 1834. De hecho, se posicionó a favor del pronunciamiento liberal que repuso la Constitución de Cádiz (1820). Y supongo que se llevaría una enorme decepción cuando Fernando VII la aplasta tres años después ejecutando a Riego (1823) y a El Empecinado (1825). Los Borbones deberían de pedir perdón por el aciago Siglo XIX que han dejado marcado en la historia de España. Y por la parte del XX que le correspondió a Alfonso XIII. Me bastaría con que dijeran Lo siento.

Víctor Hugo entra por primera vez en España por el Bidasoa (1911). Lo hace en un convoy militar. Porque su padre -de nombre Leopoldo Hugo- era un general protegido de José Bonaparte. A quien sirvió como primer ayudante. Y de quien recibió el título de conde de Sigüenza por sus batidas a las huestes de El Empecinado. La vida marital de los padres del poeta fue un desastre. Y como consecuencia de las desavenencias, Víctor Hugo ingresó interno junto a sus dos hermanos en el Seminario de Nobles de Madrid, que estaba entonces en la calle de la Princesa. A sus nueve años ya conocía el frío y el hambre. Porque España estaba en guerra. Y la capital carecía de pan blanco, lo que obligaba al propio Bonaparte a alimentarse con pan de munición (1). Pese a esto, fue siempre un amante de España. Y en 1843 se instaló en Pasajes de San Juan, desde donde recorrió el Pais Vasco y Navarra. En Pasajes no suenan violines, pero sí la sirena de los mercantes que arriban (o zarpán) al (del) puerto natural que configura la ría donde desemboca el río Oiartzun. San Juan es un hermoso lugar entre el monte Jaizkibel y el mar que retrae a un pasado de veleros y buques balleneros. Y que discurre por “una calle única que lleva a todas partes”. Como la definió Víctor Hugo. Desde entonces poco ha cambiado. Y cuando las aguas están sosegadas, traineras, trainerillas y bateles se deslizan bogando sobre ellas en un silencio que sólo rompe la voz del patrón (o timonel) al marcar la palada. Otrora existían en aquellas aguas mujeres bateleras que en sus botes cubrían el trayecto de una orilla a otra. De las bateleras de Pasajes escribió el propio Víctor Hugo. Pero también Palacios Valdés. Y Mañé Flaquer. Ya existían en 1660 porque las crónicas que dan cuentan del viaje de Felipe IV con su hija María Teresa por la costa guipuzcoana reflejan el saludo que aquellas le brindaron desde sus botes al paso de la góndola real. Una motora que cruza a los pasajeros desde la otra orilla (Trintxerpe) recuerda tiempos que ya se fueron. Los fines de semana acuden a estos lugares muchos franceses. Que pasean por la única calle de este pueblo admirando sus edificios históricos, algunos anteriores al XVII, como el Palacio de Villaviciosa (renacentista). O acuden a los magníficos restaurantes que se asoman al mar. Como Casa Cámara, fundada en 1884. Y regida desde entonces por la misma familia. Ha sido un fin de semana electoral en Francia. Cuando el lunes regresen estos franceses al trabajo discutirán sobre Hollande. Y Sarkozy. También tendrán presente a Marie Le Pen, que representa el avance de la extrema derecha. Yehudi Menuhim dijo que “nuestro fracaso se debe a que el hombre no tiene paz interior ni ha logrado el dominio de si mismo”. Es posible. Y decido regresar al tunel peatonal que separa Ondarreta de La Concha. Esta vez los violines no  sólo suenan a paz. También hablan de amor. El día continúa gris, con intervalos de llovizna. Maite zaitut, Donostia.

(1) Pan de poca calidad que se repartía entre la tropa. También se le conoce como chusco.