Masako Ishibashi es una extraordinaria amiga japonesa que reside en Madrid desde hace más de treinta años. Es la corresponsal de la agencia Kyodo News, pero no todo en su vida es el periodismo. Aparte de ser una apasionada de los vínculos entre su país y España -lo que desarrolla con delicada entrega y amor cuando se lo requieren-, Masako, nacida en Kyoto, es maestra de ikebama, que en idioma nipón significa flor viva colocada. Pero que dá nombre a un arte antiguo asociado al arreglo floral. Quien piense que la práctica de ikebama es sencilla se equivoca porque, como todo arte, encierra magia, misterio y hace posible la palabra. De hecho, no sólo desarrolla la creatividad artística de quien lo practica, sino que favorece el diálogo con las flores, mediante la relajación, la concentración o la expresión de nuestros sentimientos, que ya es un milagro en estos tiempos en que vivimos. Los primeros arreglos florales en Japón surgieron en los templos budistas, allá por el siglo VI, pero esta práctica se extendió a lo largo de los siglos posteriores a todo el país y hoy traspasa sus fronteras.
Últimamente Masako y yo nos vemos con frecuencia porque compartimos ciertas actividades relacionadas con el periodismo. Es una mujer dulce y llena de espiritualidad, que requiere un trato delicado y exquisito porque -pese a vivir tanto tiempo en España- mantiene intactos sus valores de origen. Es también toda una escuela de amabilidad y de atención a los demás. Recuerdo un día que me encontraba yo en Fuenterrabía esperando impacientemente a que me dieran mesa en el restaurante de la Hermandad de Pescadores. Ella estaba allí con un equipo de televisión de su país y se levantó al momento para sentarme en su mesa. Ahora frecuentamos en Madrid el mismo restaurante japonés -el Janatomo, de la calle de La Reina- y ya ha dado instrucciones al encargado para que, cuando vaya yo, me den la mesa que siempre ella ocupa, una deferencia del local a tan espléndida embajadora y un privilegio que yo no merezco.
En la práctica de ikebama se emplean flores, ramas y semillas. Y en la Escuela Enshu, que dirige Masako en Madrid, cada composición floral tiene tres alturas, que representan el cielo, el hombre y la tierra. Son los escalones de la vida del ser humano, que están enlazados entre sí, con la particularidad de que el cielo, con todo lo que comporta de cósmico, alimenta de energía a la tierra y ésta al hombre. La Escuela Enshu tiene su propia filosofía, que no es otra que el propio pensamiento de Masako sobre la vida misma y los momentos actuales que vivimos, donde la depresión económica cohabita con otros males que llevamos años arrastrando, como el terrorismo, el hambre o la guerra. Y otros que llegan también de forma súbita e inesperada, como el cáncer o el desempleo. Piensa Masako que la crisis mundial que atravesamos invita a abandonar actitudes consumistas, carentes de civismo y solidaridad, y encontrar nuevas formas de convivencia basadas en la armonía y en la búsqueda de la paz interior. Un camino que ella ya ha emprendido con sus flores que hablan.