Desde el gablete renacentista del Rathaus (Ayuntamiento) de Marburgo, el gallo que lo remata eleva mecánicamente sus alas al tiempo que suenan las horas del reloj. Una si es la una, ya sea solar. O lunar. Y doce, si es el mediodía. O la medianoche. Esto ocurre desde hace más de cuatrocientos años. Así que este gallo de latón, al que escoltan clarineros, ha sobrevivido a cuantas desgracias se han sucedido desde entonces. Pero también ha sido testigo de momentos felices. Marburgo, a mita del trayecto entre Kassel y Frankfurt, fue una de las pocas ciudades alemanas que no llegaron a ser bombardeadas durante de la II Guerra, de manera que sus centenarios edificios -algunos con más de 700 años- emergen intactos desde sus laberínticas calles y escaleras, configurando un conjunto medieval propio de un cuento de hadas. Y en el que se entreverán historia, paisaje, color y belleza. Llueve en Marburgo, lo que no es contratiempo. Porque la lluvia hace a la ciudad más idílica. En ella residieron a lo largo de los tiempos Martin Lutero, los hermanos Grimm, el poeta Eliot y los filósofos Herman Cohen, Paul Natorp y José Ortega y Gasset, además de Emil von Behring, primer nobel de Medicina, y Boris Pasternak, también premio nobel. Y autor de Doctor Zhivago. Próxima al cauce del río Lahn, que atraviesa la ciudad, se ubica la iglesia gótica de Santa Isabel, de doble aguja. Dicen que sirvió de modelo a la catedral de Colonia. Y en ella descansó Isabel de Hungría hasta que comenzó la Reforma, puesto que Felipe I, príncipe de Hesse, exhumó sus restos para que el templo, protestante desde entonces, no se convirtiera en un lugar de peregrinación católica. Las reliquias de la santa se las repartieron Viena, Estocolmo y Košice. Como ciudad, Marburgo siempre se ha sentido protestante, pues aquí se creó en 1527 la primera universidad luterana del mundo. Y en su castillo discutieron Lutero y Zuinglio acerca de la Eucaristía. Hoy día desarrolla una importante actividad en sus calles, rebosantes de coquetos establecimientos comerciales. Pero en este mes de agosto faltan sus 25.000 universitarios, más de un cuarto de su población invernal. La ausencia de ese murmullo ilustrado se nota en el histórico Café Vetter, en estos momentos dirigido por la cuarta generación de la familia fundadora. También en la plaza del Mercado, epicentro de la ciudad. Y de su campus universitario. Los hermanos Jacobo y Guillermo Grimm nacieron en Hanau, pero residieron en Marburgo en los primeros años del XIX como estudiantes de derecho. Entonces no existía el Café Vetter, que abrió sus puertas justo un siglo después. Y que dispone de confitería y salón de té, este último con piano. Una galería exterior con vistas al rio. Y un terrario de plantas tropicales, además de una estantería de libros de bolsillo y un expositor de periódicos del día. En su exterior continúa la lluvia, ahora más intensa.