Lubna Ahmed Al-Hussein es una periodista sudanesa que acaba de ser sometida a juicio en su país acusada de indecencia por vestir pantalón. El código penal de Sudán -inspirado en la sharia islámica- establece que la persona que cometa en lugares públicos actos indecorosos, vista ropas obscenas o atente contra la moral pública, será castigada con cuarenta latigazos. Quien considera que es obsceno o indecoroso el vestido que usan las mujeres en Sudán no es otro que cualquier agente de policía uniformado de patrulla en la calle, que en el caso de este país de mayoría musulmana -el más grande en extensión de África- es hombre. Y por lo general, después de una delación, no sólo procedente de hombres sino también de mujeres. Me cuesta creer esto, pero es tan real como la vida misma. Dentro de lo que cabe, Lubna ha tenido suerte. Gracias a su orgullo de mujer. Es periodista y trabaja para la oficina local de Naciones Unidas. Apeló el castigo -lo que le llevó a juicio-, renunciando incluso al privilegio de acogerse a la inmunidad legal que le permite su condición de funcionaria internacional. El juez cedió. Sólo un escalón. Y no pasó por la humillación de ser flagelada, pero sí por otra igualmente vejatoria, aunque no contemple dolor físico. La de pagar una multa de 500 dinares (libras) sudaneses -145 euros al cambio- o permanecer un mes encarcelada, opción ésta a la que se vió forzada. La presión internacional la sacó de prisión a las 22 horas.
Quienes han tenido peor suerte han sido sus otras diez compañeras, acusadas junto a Lubna de haber acudido en julio último a un festín en un restaurante de Jartum vistiendo indecentes pantalones. Declaradas culpables en primera instancia, recibieron cada una los latigazos correspondientes. Pero ha sido por sumisión, por miedo. Todo lo contrario a Lubna, que se rebeló públicamente, posó con pantalón para la prensa extranjera, lo lució también en la vista y trasladó su caso a Amnistía Internacional, que lo difundió inmediatamente por todo el mundo. Su valentía ha dado resultados, porque Gobiernos autoritarios como Sudán se lo piensan dos veces cuando el escándalo traspasa su fronteras. Por eso hay que denunciar e insistir en la lucha contra este tipo de aberraciones, aún cuando no existan casos por medio. Y es que desde 2003, las autoridades sudanesas vienen haciendo caso omiso a las peticiones de la Comisión Africana contrarias a estas prácticas, mediante las que se exige la abolición del castigo porque la flagelación es tortura, además de degradante, cruel y contraria la dignidad humana.
La presencia de Lubna en el tribunal estuvo acompañada en sus alrededores por un grupo de mujeres que deseaban expresarle su solidaridad. Pero frente a ellas se apostó una multitud de islamistas exaltados que proferían insultos. Las llamaban prostitutas e, incluso, exigían penas más severas, intercalando entre sus gritos citas coránica. Justificando sus actitud en la religión. La respuesta desde el otro lado no se hizo esperar. Y la policía cargó a palos contra las seguidoras de Lubna, produciéndose al menos cuarenta detenciones. Sudán está gobernada por un dictador, Omar Hassan Ahmad Al-Bashir, que se hizo con el poder en 1989 mediante un golpe militar, derrocando así al Gobierno hasta entonces legítimo. Ostenta el máximo empleo del generalato, tras una carrrera sangrienta que inició de muy joven en El Cairo, donde fue formado como oficial paracaidista. Está acusado internacionalmente de fomentar el terrorismo de orientación islámica. También de haber dado guarida a Osama Bin Laden. Desde marzo último existe una orden de busca y captura contra él dictada por la Corte Penal Internacional (por iniciativa de un fiscal argentino), que le acusa de crimenes de guerra -y contra la humanidad- en la región rebelde de Darfur. Entre sus defensores se encuentra el presidente venezolano Hugo Chaves. La mayoría del resto del mundo está en su contra. Es un hombre que no puede viajar al extranjero, salvo a donde le reclaman sus escasos amigos. Pero con riesgo. La rebeldía de Lubna no sólo es una llamada al mundo civilizado para acabar con la vejación de la mujer en Sudán, sino también un reclamo a nuestras miradas, para que sigan permanentemente vigilando lo que ocurre en ese lugar del noreste de África. Al-Bashir ha llegado a ejecutar a menores de 18 años. Otra de sus muchas monstruosidades.