Javier Godó Muntañola, III conde de Godó, tiene un gran problema. Es el propietario del diario La Vanguardia, negocio que explota su familia desde 1881, salvo el periodo de la Guerra Civil, en que fue incautado por la Generalitat bajo control de un comité obrero CNT-UGT. En ese tiempo el periódico tuvo la suerte de tener como directora a la coruñesa María Luz Morales Godoy. Quién, aparte de ser la primera mujer que dirigió un diario en España, preservó con dignidad y ética la herencia recibida durante el tiempo que duró el paréntesis. Era galdosiana. Hoy La Vanguardia sigue siendo un excelente periódico, de los pocos que se pueden leer en España sin que contaminen. Desde siempre ha sido un referente de la información internacional, porque goza de una red de corresponsales propios y enviados especiales de inmejorable nivel. Yo he conocido a muchos de ellos. Y he compartido con algunos de estos profesionales conflictivos escenarios a lo largo, y ancho, de este mundo, en los que siempre destacaron por su objetividad y buen hacer en el periodismo. Vaya aquí mi recuerdo para Alberto Míguez y Joaquín Ibarz, ambos fallecidos. E igualmente para el veterano, y gran amigo, Tomás Alcoverros, todavía al pie del cañón en Beirut. También ha sido La Vanguardia un espacio vertebrador de infomación y opinión que ha hecho posible hasta ahora que se entienda, fuera y dentro de Cataluña, el modelo ideal de relaciones que debe presidir la cohabitación entre ésta y el resto de España. Porque, guste más o guste menos, esa tierra entraña una sensibilidad propia que hasta el más necio de los humanos sería incapaz de objetar. Desde la transición, La Vanguardia se ha prestado como eje entre los intereses de la amplia, y plural, burguesía catalana, a la que siempre ha servido, y los del partido nacionalista Covergència Democràtica de Catalunya, hoy instalado hábil y acaso artificialmente -la Lliga apoyó a Primo de Rivera en el golpe que le facilitó el poder- como soporte político de ese importante sector de la población. Que no es mayoritario, y menos aún si estima que un presumible éxito electoral masivo el 25 de noviembre así se lo asegure, porque si hoy penden de los balcones de los diferentes barrios de Barcelona banderas esteladas, el día que se cuelguen las rojas, o las rojinegras, nos enfrentaríamos a otro escenario. Y porque Cataluña, y Barcelona en particular, no sólo es la cuna del obrerismo en España, sino el referente secular de un movimiento social con históricos sentimientos republicanos, del socialismo en sus diferentes variantes y del federalismo que hoy algunos tardiamente reividican. Federalismo que ya Pí y Margall se encargó de proponer hace más de cien años como solución entre España y sus diferentes comunidades.
Dicho lo anterior, me preocupa que La Vanguardia, periódico subvencionado por la Generalitat, se desplace empujado por la ambición desmesurada de Artur Más a la deriva independentista. Exigiéndole más tarde que temprano al III conde de Godó -como lo está haciendo con la mayoría de los grandes empresarios catalanes- que se ponga de lado cuando suceda el inevitable enfrentamiento peninsular que está alimentado el honorable president. Y que ni él mismo sabe a día de hoy hasta donde puede llegar si antes no lo detiene. O se lo detienen los más sensatos de su partido. Porque, que yo sepa, la burguesía catalana carece de un sindicato de clases. Y no creo que sea capaz de inventarlo en sus próximos años de mandato ya que el color rojo, o el rojinegro, ni es el suyo ni le pertenece. También porque el principal problema de Cataluña, y del resto de España, es el imparable camino al que nos ha conducido la nefasta clase política que sufrimos, sea cual sea su color. Y que nos precipita hacia la calamidad social, el creciente infortunio laboral y el hambre. Que son las próximas paradas que se avecinan a tenor de las terribles perspectivas económicas que se prevén para los próximos años y de la locura desenfrenada de Rajoy y su Gobierno por desnudar el Estado de Bienestar y apretar a las clases productivas para rebajar el endeudamiento. Cierto es que son muchos los catalanes que se sienten ilusionados por la magia que les traslada su nuevo prócer. Pero el grito independentista que proclama Más no se produce en un contexto cómodo y feliz, sino en época de agudos sufrimientos, desesperados sacrificios y de enorme vacío de poder en la izquierda socialista de este país, fruto de ese desastre político llamado Zapatero y de la incapacidad de sus sucesores por remontar el vuelo bajo en el que han caído. Cuando falla la izquierda democrática, surge la anarquía. Y de eso sabe más la burguesía catalana que el resto de España. No hace falta remitirse a Ferrer i Guardia, sino a la experiencia libertaria que vivió Cataluña durante la guerra civil. Porque, con independencia o sin ella, tanto en Cataluña como en el resto de España se está larvando una nueva revolución desordenada de masas disconformes que si no es controlada, escuchada y tratada con inteligencia y sentido común se puede llevar por delante a Cataluña, a España, a Rajoy, a Más, al Rey de España y al conde de Godó, además de los Príncipes de Girona. La historia no engaña, avisa.
Desconozco a esta altura de los acontecimientos donde se encuentra exactamente Godó, pero sí observo con preocupación hacia donde puede virar su periódico si continua dependiendo de las ubres de Más. También me preocupa la complicidad independentista en la que se están instalando mucho periodistas de Cataluña, incluido algunos que ventilan sus ideas desde medios precisamente no catalanes provocando dolor extraterritorial. Si nos atenemos a lo que ha manifestado publicamente el conde en los últimos tiempos, podríamos asegurar que Godó, grande de España desde 2008, no es independentista. Pero no puedo adivinar qué puede ser mañana. El aristócrata editor que maneja La Vanguardia no procede de la nobleza de la sangre, porque ese título se lo otorgó Alfonso XIII el 2 de diciembre de 1916 (y a petición de Romanones) a su abuelo el editor, y hereu de una familia de manufactureros del textil y del yute, Ramón Godó Lallana (1864-1931), liberal de Sagasta. Y lo heredó su padre, Carlos Godó Valls (1899-1987), procurador en Cortes con Franco. Seguramente el primer titular se lo merecía, pero eran tiempos en que el frívolo de Alfonso XIII solía repartir gracias de este tipo entre la burguesía industrial española, fundamentalmente en Cataluña y el País Vasco. Y también en Andalucía, Asturias y otros territorios de la Corona. En 1992 Jesús Polanco y Godó pactaron el futuro expansionista de la Cadena Ser a raiz de la muerte de Antena 3 radio. Guillermo Luca de Tena, editor de Abc y señorazo de la transición, consideró aquel acuerdo una traición. Yo pienso que no fue tal la traición, pese a las diferencias ideológicas de ambos socios, sino un pacto de negocio. Que el tiempo se encargó de certificar por los magníficos dividendos de los que se benefició el conde hasta fecha muy reciente. Distinto es lo que ocurre hoy día con los medios de comunicación, en donde no prevalece el negocio sino la supervivencia. Que, en el caso de La Vanguardia, y mientras siga en el poder Más, está garantizado por la ayuda pública catalana. Pero a mi lo que me intriga es cual va a ser el papel de Godó dentro de la marea independentista que lidera Artur Mas. Y si La Vanguardia se acomodará o no al oleaje. Porque no creo que Más admita titubeos, ya que para él la deriva no tiene término medio. El tercer conde me trae a colación al II marqués de Santa Lucía, nada comparable con Godó, pero interesante sin los juntamos. De entrada, el título lo expidió el rey felón en 1825 al criollo camagüeyano José Agustín Cisneros Quesada. Y años después recayó en su hijo Salvador Escolástico Cisneros Betancourt, ingeniero formado en Filadelfia, alcalde de Puerto Príncipe y dos veces presidente de la República de Cuba en armas. Le fue tan mal su aventura independentista a Salvador Escolástico que, exiliado en Nueva York y sin fortuna entre una y otra presidencia, se empleó vendiendo labores de tabaco en un puesto callejero de la isla de Manhattan. El título viajó con el tiempo a Tenerife, pese a que fue reclamado por sus descendientes desde Cuba. Y hoy lo ostenta un honrado ciudadano llamado Estanislao Brontons de Ascanio. Puede que esta coletilla nobiliaria con la que concluyo este artículo signifique para algunos una boutade. Pero no para mi. Desconfío de la nobleza cuando antepone el negocio a su responsabilidad histórica. Y no le deseo al conde de Godó que algún día tenga que vender labores de cualquier tipo en Las Ramblas. Tiempo tiene aún para definir qué línea va a adoptar La Vanguardia. Pero que conste que ya no existe una Maria Luz Morales Godoy que mantenga la dignidad del periódico sin tener que romper con su historia. Por cierto, Maria Luz, terminada la guerra, fue confinada en una convento de monjas de Sarriá, trabajó para la Editorial Salvat, Franco le concedió en 1971 el lazo de la Orden de Isabel la Católica y con 90 años aún escribía en el Diario de Barcelona. Murió en 1980.