Gorro frigio

Me escapo unos días a Valencia, que en esta estación del año está radiante. La primavera transcurre aquí más adelantada que en Madrid, en donde predomina el gris. Y llovizna. Cuando acudo a la ciudad me gusta pasear por La Malvarrosa, la playa en azul retratada por Sorolla. Y que debe su nombre a un jardinero francés del XIX llamado Félix Robillard. Pero esta vez me he desplazado a El Saler, que es también azul y se encuentra en la restinga (o cordón litoral) de La Albufera. Esta pedanía me recuerda la franja que separa al golfo de México de las lagunas costeras de Veracruz. Al menos la orografía es la misma, con la salvedad de los campos de arroz. Que aquí se riegan por inundación. Y que ahora se encuentran en período de siembra. En El Saler (y en El Palmar, vecino poblado que le sigue) todavía se pueden apreciar algunas barracas. Que son las viviendas de los valencianos de la huerta. La barraca la inmortalizó Blasco Ibáñez en la novela de su mismo nombre. Que se publicó por primera vez a modo de folletín en 1898 en El Pueblo, periódico republicano que aquel dirigía. Sorolla realizó en 1894 un boceto de cartel para este diario por encargo de su amigo Blasco Ibáñez. Y se le ocurrió pintar a una mujer vestida a la usanza valenciana con gorro frigio. Es una bella alegoría de la República. Y la versión valenciana de Marianne, la figura que encarna los valores de la Revolución Francesa. Considero este trabajo de Sorolla de una creatividad enorme. Y pródigo en mensajes, incluso para nuestro tiempo. En España nos solemos tomar con precaución todo lo que se confiesa republicano. Tal vez por el fracaso de las dos experiencias pasadas. Y en especial por la última. Que acabó de forma cruenta. Y de la que hoy se cumplen 81 años. Pero lo tuvo que hacer muy mal la Monarquía para que estos ideales fueran defendidos con tanta pasión. No sólo en ambos momentos, sino también en el período que transcurrió entre la I y la II República. Hago estas reflexiones frente a la playa de El Saler, que hoy viste colores de Sorolla. Y me recibe con bocanadas de brisa marina. Después de haber pasado la mañana en el Museo de San Pio V (Bellas Artes). Que está emplazado en un antiguo seminario del XVII ubicado en la margen izquierda del antiguo cauce del Turia. Posee este museo una excelente colección, que se inicia en el gótico, continúa por la pintura italiana y flamenca, y pasa después al barroco, al Siglo de Oro español y a la Academia, además de Goya. Y del nativo Sorolla, que dispone de sala propia. Con más de cincuenta óleos y dibujos, entre ellos el boceto republicano que le encargó Blasco Ibáñez para El Pueblo. Y un cuadro en depósito (y hasta ahora inédito) de la familia Urcola que los descendientes de la última propietaria han intentado vender sin éxito fuera de España en estos tiempos calamitosos.

Llevo una semana indignado con la Casa Real. El nieto menor se pega un tiro en el pie después de jugar con una escopeta de caza cuyo uso por edad lo tiene prohibido. Y el Rey se accidenta la cadera mientras caza elefantes en Botsuana a 4.000 dólares la licencia. Y a 15.000 por animal batido. No sé en que mundo viven estos. Y por qué se les está permitiendo tanto. Lo del nieto es una temeridad de su padre Marichalar que debería ser sancionada. Y lo de Juan Carlos de Borbón, una irresponsabilidad. Pero frente el esfuerzo que estamos haciendo los españoles. En un momento en que The New York Times avisa de una eventual intervención. Los mercados nos atacan ferozmente. La calidad de vida está por los suelos. La sanidad y la educación sufren recortes de más de 10.000 millones de euros. Tenemos casi cinco millones de parados. Y los precios se disparan creando angustia en miles de familias. Me repudia la caza de elefantes. Pero más aún que lo haga un rey de España. En fechas que escapan ya de las fiestas pascuales. Y condeándose con ricos sin escrúpulos que matan animales por placer. Como no le pasen pronto el relevo al Príncipe esto se acaba. Y no es una rabieta. O una soflama por el 14 de abril. Que yo no estoy aún en esa tropa. Sólo repito lo que escucho en la calle constantemente. O contemplo en las redes sociales. Que arden estos días. Para honra de Alemania cito una noticia de Abc que indica que el esposo de Ángela Merkel debe de pagar 1.300 euros cada vez que la acompaña en el avión oficial. Que es una manera de distinguir claramente al consorte de la canciller. Y para tristeza de España me remito a otra de El Mundo en la que se asegura que la factura de los 97 euros que costó la primera cura de Felipe Juán Froilán de Marichalar en el Hospital de Soria va a ser endosada a la Casa Real. Pese a la rabia, dejo a la Monarquía (y a la República) a un lado. Y empiezo a repasar mi recorrido por San Pío V mientras disfruto de la brisa marina de El Saler. De Goya destaca un retrato de mujer -en este caso de Joaquina Candado– que posa junto a un perro bichón al igual que lo hace Cayetana de Silva, XIII duquesa de Alba, con el suyo. Resulta extraño que Goya pinte perritos falderos cuando lo propio serían animales deformes o en acción. Y pongo por caso su litografía Toro atacado por perros (Biblioteca Nacional, 1821). Los bichones que acompañan a ambas damas son la antítesis de sus asnos. Porque el asno (sin olvidar al toro) es el animal de Goya por antonomasia, aunque hay que distinguir al pintor que retrata a la aristocracia del ya enfermo, menos amable y atormentado que se adelantó como artista a su tiempo. Nada mejor que esta pequeña mascota para ver reflejado en su estampa animal a cierta clase social de la época. Por eso me produce más simpatía el asno ilustrado. Que pese a ser contradicción, no deja de encarnar al ignorante.

La playa de El Saler es de arena fina (y dorada), como la de La Malvarrosa. Tiene más literatura ésta última porque fue en el XIX lugar de descanso de la burguesía local. Que era por lo general republicana. Pero también es un espejo del costumbrismo marinero de Valencia. Sorolla pintó estos lugares y Blasco Ibáñez los describió. Mi pintura favorita de Sorolla es Paseo a orillas del mar. En el que aparecen su esposa Clotilde García y su hija mayor, de nombre también Clotilde, paseando por la playa. Con sus blancos vestidos batidos por la brisa del mar azul del atardecer. Fue pintado en 1909, en un momento vital del pintor. Y forma parte de la colección del Museo Sorolla de Madrid. De su obra valenciana, me quedo igualmente con diferentes escenas de pesca en las que intervienen bueyes de arrastre. Porque debieron ser impresionantes aquellos momentos en que las barcas de pesca –barques de bous (1)- eran varadas con sus capturas en la arena por yuntas de tiro. Todavía quedan en El Cabanyal-El Canyamelar, barrio fusionado que se extiende frente a La Malvarrosa, vestigios semiderruidos de aquellas artes, como la vieja Llotja de Pescadors y los corrales de bueyes, o Casa dels bous. Un impresionante reloj de sol en esta última finca recuerda que en aquel litoral hubo otro tiempo. Pero no tan remoto. Blasco Ibáñez, que tenía su residencia cerca, da cuenta de estos lugares marineros en Flor de Mayo. Y Sorolla, que poseía al mismo tiempo una luminosa casa de verano cerca de la playa, guardaba sus cuadros junto a los bueyes. En El Saler todo es distinto, aunque se trata de una continuación del paisaje sólo interrumpida por las instalaciones del puerto de Valencia. Y los barrios marineros de El Grao y Natzaret (Lazareto). La playa en este otro lado es silvestre. Y ningún reloj marca las horas. El Saler significa la salina. Y me viene a la memoria que Joaquina Candado, viuda de militar, fue pintada por Goya durante su segundo matrimonio. Cuando era ya una mujer rica, pués casó con Matías González, pagador de la Real Fábrica de Salitre de Madrid. Mineral necesario para fabricar la pólvora. Aunque nada de esto la relaciona con Valencia. Joaquina posa con elegante vestido de gasa negra estilo Imperio con escote blanco. Emplea mantilla española. Y usa guantes de gamuza amarilla. El cuadro despierta dudas sobre la identidad de la dama. Y son ya varios los estudiosos que se niegan a aceptar que se trata de Candado. Hay quien dice que es la maja. Y otros, una modelo. También se le relaciona con una supuesta ama de llaves del pintor. Con una de las hijas de su amigo gaditano Sebastián Martínez. E incluso con la condesa de Fernán Núñez. El cuadro lleva en Valencia desde 1819, en que fue donado por la propia retratada a la Real Academia de San Carlos, embrión del museo de San Pío V. Yo no tengo dudas, pero hoy le cambiaría la mantilla española por el gorro frigio.

(1) Las barques de bous no reciben este nombre por los bueyes de tiro que las varaban en la arena. Sino porque se alineaban de dos en dos en alta mar arrastrando las redes tal como hacen los bueyes con el arado.