Paseo silente

Regreso a Madrid tras pasar unos días de descanso en Cádiz. Y pasear silente por tres de sus pueblos blancos, Bornos, Algar y Prado del Rey. Para morir aquí, he vuelto, Bornos./ Cabeza de ataúd, madre de imágenes./ Entre la incertidumbre de los lirios. /Y la esfera mortal del heno en llamas. Estos versos son de Rafael Soto Vergés, poeta gaditano ya fallecido a quién conocí a finales de los 80 en Sevilla cuando yo dirigía las páginas andaluzas de El País. Soto Bergés compuso poemas tan sentidos como hermosos. Y su canto a Bornos es un regreso a la niñez desde la pureza poética. Pero también un viaje a la muerte. Para llorar aquí, regreso, patria./ Ermitaña del fin de mi existencia./ Cerro de yerbas hortelanas, mijo. /De luz briznada por el aire de oro./ Entre las narraciones de la infancia. Me llega la triste noticia de la muerte en accidente en Namibia de mi querida (y entrañable) amiga Pilar Fuertes Ferragut. Embajadora de España en Zimbabue desde 2008. Hemos pasado muchas noches estos últimos años conversando en facebook. Ella en Harare. Y yo en Madrid. Ha muerto joven, guapa y exitosa. Sin conocer el dolor de la enfermedad. Ni el cansancio que dejan los años transcurridos. Era una mujer genial. Y llena de vitalidad. Que iba a cumplir en julio los 50 años. La lloramos todos los amigos. Gabriela Montesino en San Roque. María Valls en Sevilla. Rosa María Calaf allá donde se encuentre. Y yo lejos ya de estos pueblos de Cádiz. Para callar aquí retorno ahora/ Y para devolverte tu palabra efímera./ Tu molino de agua entre las zarzas./ Y tu oscuro licor de brumas moras. Bornos emerge en blanco desde su campiña verde. Y bajo un cielo gris encapotado con escarceos de lluvia. En el Palacio de los Ribera (y junto a su jardín renacentista con magnolios centenarios) se encuentra el único imafronte pompeyano (o logia) de Andalucía. Es obra del arquitecto napolitano Benvenuto Tortello, maestro mayor de obras de Sevilla entre 1569 y 1571. Y autor del ensanchamiento del Postigo (del aceite) tal como lo conocemos ahora. Los Ribera, duques de Alcalá de los Gazules y marqueses de Tarifa, dejaron en Bornos una obra perfecta. Hoy sin las estatuas mitológicas que la conformaban. Que fueron trasladas a Sevilla por los duques de Medinaceli para ornamentar la Casa de Pilatos cuando la familia Ribera fue absorta en matrimonio por esta otra. Ya en tiempos del rey hechizado. Y en vida de Ana Enríquez de Ribera, con quién se rompe la línea de varonía. Todo lo que diste, el aire mágico./ De oscuridad mojada por la yerba./ El pecho libre, colocado y puro/ En las destilerías del romero.

Bornos es cal y renacimiento. Mientras que Algar es México. Y Prado del Rey, uno de los trece pueblos andaluces repoblandos por colonos en tiempos de Carlos III. Algar fue fundado en 1773 por Domingo López de Carvajal, rico mercader de origen gallego que residió primero en México y después en El Puerto de Santa María. Y que en una travesía de Veracruz a Cádiz estuvo a punto de perecer ahogado en medio de una fuerte tempestad. Cuentan que sorteó el peligro tras encomendarse a la Virgen de Guadalupe. Y que, al llegar sano y salvo a puerto, decidió adquirir unas tierras entre el mar y la sierra para fundar en ellas un poblado de colonos con el nombre de Santa María de Guadalupe de Algar, lo que dio lugar a que la devoción guadalapana se extendiera por la comarca. De hecho, tanto en el templo parroquial de Algar como en el de Bornos cuelgan réplicas del lienzo original de la Virgen de Guadalupe. Aunque lo más mexicano que he encontrado en estos pueblos blancos reside en una imagen hecha de pasta de papel y maiz que con el nombre de Cristo del Capítulo se venera en la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán de Bornos. Y que fue adquirida en 1553 en Jerez de la Frontera por monjes jerónimos en una subasta pública de mercancías traídas del virreinato de Nueva España. Todo un contraste mestizo para la poesía pura de Soto Vergés que me acompaña. Te entrego ahora, herido mortalmente./ Por los verdes fragores de la grama./ Y por la triste lágrima que cae./ Sobre la yerba última del paso./ Aullante bajo el cielo, condenada. Estos pueblos blancos de Cádiz permanecen ajenos a la discusión mediática que cuestiona la solvencia de la economía española. Y la equipara a Grecia. Pero sufren colectivamente la lacra del desempleo, que sólo en esta provincia estigma a 196.339 personas. Las emisoras de radio infunden alarma a la España en vacaciones con un nuevo ataque de los mercados. Mientras descerebrados (y agoreros) intentan balizarnos dentro de la cruz griega de la desgracia. Lo hace también Sarkozy, para ganar adeptos en campaña. Y algunos enemigos dentro de casa. Otrora pirómanos. Y hoy desvengorzados travestidos de bombero. España no es Grecia, pero el dolor se siente aquí igual que lo sienten ellos. Dramático es el caso del farmaceútico jubilado que se pegó un tiro en la Plaza de Syntagma para no verse en la humillación de buscar comida en la basura. O el del emigrante albanés asentado en Lerapetra que murió tras lanzarse de un segundo piso acosado por las deudas. Como diría Rodolfo Serrano en su elegia para un perro callejero: Vamos, Hadock, que el campo nos espera./ Hoy correrás entre los encinares./ Y cazarás por fin entre los sueños.

El cantante Ismael Serrano es hijo de Rodolfo. Muchos viernes acudo juntos a ellos a una tertulia castiza que se reune a la hora del almuerzo en un restaurante de la Plaza de la Cebada de Madrid. Rodolfo y yo ingresamos en El País el mismo día. Y su hijo es un magnífico cantautor: La ciudad en tu ausencia seguirá creciendo,/ devorando vida, haciéndolas humo./ Otros cumplirán los planes que trazamos,/ que no terminaremos, haciéndolos suyos. Madrid y Prado del Rey no tienen nada en común, salvo que ambos comparten patrón (San Isidro). Y llevan la marca ilustrada de Carlos III. Es un pueblo de trazado racionalista, con una plaza central con Iglesia y consistorio desde donde parten calles alineadas por naranjos y limoneros. Unas están orientadas de norte a sur. Y otras de este a oeste, sorteando las pendientes orógráficas del suelo. Pués Prado del Rey fue levantado entre lomas. Dicen que su planeamiento es similar al de las colonias americanas porque para ello se utilizaron los viejos planos que llevaron a aquel continente los conquistadores españoles. Pero dos siglos después, puesto que los pueblos carolinos nacen durante el mandato de Carlos III. Y a instancias del asistente mayor de Sevilla, Pablo de Olavide. Que comparte la idea de incorporar colonos junto a tierras productivas ubicadas en lugares despoblados o expuestos a los bandoleros, esencialmente en las estribaciones de Sierra Morena que se situaban a uno y otro lado del Camino Real de Madrid a Cádiz. Las tierras de Prado del Rey se repartieron entre 189 colonos, pero al contrario de La Luisiana, La Carlota, La Carolina o Fuente Palmera -que fueron repobladas por alemanes, suizos, italianos o flamencos de fe católica- sus habitantes procedían de Grazalema y Ronda. Todavía conserva su antiguo pósito de labradores, reconvertido hoy en casino. Pero que en origen era la dependencia donde se almacenaba el cereal que era sometido a préstamo por los munícipes en tiempos de escasez. Que dicen que tuvo su origen en el Patriarca San José, pero que a mi me huele a banca. La misma que hoy acosa. Y nos oprime. En las calles perfumadas de azahares de Prado del Rey acabo mi paseo silente. En Bornos he dejado la poesía pura de Soto Vergés. Y en Algar la canción amiga de Ismael Serrano. Rodolfo me ha prestado por un momento a Hadock. Pilar Fuertes viaja ya de Namibia al cielo. Y los griegos no salen de su tragedia. Me quedo sólo con la lluvia, que es un besar azul que tiene la tierra. O el mito primitivo que vuelve a realizarse. Pero la lluvia tiene un vago secreto de ternura. También algo de soñolencia resignada y amable. Y una música humilde se despierta con ella, que hace vibrar el alma dormida del paisaje (Federico García Lorca, 1919).