Recientemente estuve en Edimburgo, capital de Escocia. Allí la gente es extremadamente amable, especialmente con el visitante, ya que -después de Londres- es la segunda ciudad más visitada del Reino Unido. Es fácil encontrarse en las calles de Edimburgo a los autóctonos vistiendo el traje regional escocés, con su peculiar kilt, o falda, de tartán, patrón de tejido de paño a cuadros de diferente diseño según el clan familiar o tribal al que pertenece quien lo usa. En las esquinas de Edimburgo suenan gaitas que despiden ritmos celtas y en los pubs que inundan su casco antiguo se compagina la buena cerveza con música nacional, en algunos lugares en directo. Los escoceses, mayoritariamente católicos, son muy patriotas de lo suyo y cuidan con celo sus tradiciones y costumbres, que han ido alimentando a lo largo de los siglos con los hechos más relevantes allí sucedidos. Lo mismo se sienten orgullosos de su histórica forma de ser que haciendo reales algunas ficciones literarias, como El extraño caso del Doctor Jekill y mister Hyde, la obra de Stevenson que nos lleva a un mundo de terror donde conviven el bien y el mal bajo una misma identidad. Stevenson, nacido en Edimburgo y autor también de La isla del Tesoro, se basó para escribir este relato en una historia real cuyo protagonista fue un compatriota que terminó en la horca que el mismo había promovido para castigos ejemplares. Se llamaba William Brodie, modelo de ciudadano en el día que se transformaba de noche en gañán de fechorías. La imaginación es más sorprendente aún cuando escuchas historias relacionadas con el mítico lago Ness, a tres horas por carretera de Edimburgo, cuyo monstruo Nessi -popular mascota de Escocia- lleva apareciendo sin ser capturado desde hace 1.500 años.
Leyendas aparte, Edimburgo es una ciudad de hermosa factura, con agradable clima en verano y fácil de visitar. Dos distritos la distinguen, el Old Town, con edificios que van desde la época medieval a la Reforma Protestante, y el New Town, que no es tan nuevo ya que data del siglo XVIII. El castillo, levantado sobre una peña del Old Town, corona la ciudad. Y dos pasillos verdes levantados sobre una laguna desecada -los Prince Street Gardens– dividen a ambos barrios. Seña de indentidad de Edimburgo es también su único periódico The Scotsman, aún en formato sábana, que fue fundado en 1817 y que los lugareños cuidan a diario como reliquia en los salones de sus casas. Los hoteles forman parte del paisaje urbano. Muchos de ellos fueron construidos al calor del ferrocarril, que atraviesa por túneles la ciudad, dejando a ambos lados sus dos barrios históricos. Destacan The Scotsman, en el edificio del periódico local, cuyo pub North Bridge es uno de los más exquisito de Edimburgo. Y el cercano Balmoral, un impresionante edificio situado junto a la estación de Wawerley y cuyo reloj, que se eleva sobre una distintiva torre, marca el tiempo de la ciudad.
Edimburgo es la sede del Gobierno y del Parlamento de Escocia. El edificio que acoge a este último es la obra póstuma del Enric Miralles, prestigioso arquitecto barcelonés de proyección internacional fallecido prematuramente en 2000 a los 45 años. La obra de Miralles –El fulgurante cometa, como le llama Moneo a este arquitecto- ha obtenido siete premios internacionales. Es un proyecto moderno que combina con respeto el paisaje y la cultura del pueblo escocés. Pero lo que más me llamó la atención fue su ubicación, dentro del perímetro urbano declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y cerca del Palacio de Holyrood, residencia oficial de la Reina durante sus estancias en Escocia. Edimburgo, ciudad con apenas medio millón de habitantes y hermanada con la española Segovia, atesora igualmente una de las mejores colecciones de arte de Europa, al menos por la variedad de su obra. Resulta inimaginable, como soprendente, contemplar en los coquetos salones de The Gallery of Scotland, con mínimos espacios de separación, obras maestras de Rafael Sanzio, Rubens, El Greco, Goya, Zurbarán o Velázquez, en este caso concreto Vieja friendo huevos, pintado en su etapa sevillana. O toparte con el autoretrato de Rembrandt, la Madonna con el niño, de Boticelli, dos lienzos de Tiziano que pertenecieron a Felipe II o una pequeña colección de Monet. Muy cerca de Edimburgo está el puerto de Leith, junto a cuyos muelles -en los que está atracado el yate real Britannia– existen varias tabernas marineras. Un lugar ideal para recordar al atardecer -ante un whisky con hielo- todos estos pasajes. O para leer alguna de las aventuras londinenses de Sherlock Holmes, cuyo inventor fue Sir Arthur Conan Doyle, también nacido en Edimburgo. .