De nombre Hut [Sombreros] Weber, este octogenario comercio familiar de la céntrica calle Markt de Bonn cerró para siempre en 2016 tras haber entrado en bancarrota. Dos años antes, su último propietario, Thomas Weber, había reubicado el negocio en un lugar próximo, la Friedrichtstrasse, obligado por la extinción de su viejo contrato de alquiler. Pero el cambio no funcionó. Y ahora para adquirir un sombrero en la ciudad hay que acudir a un centro comercial o a unos grandes almacenes, Karsdtadt o Kaufhof, que desde 2018 están ya fusionados. Y son lo mismo. Bonn es una tranquila ciudad alemana, antigua capital federal, que se precia por ser la cuna de Beethoven. Y cuya universidad reúne cada curso académico a cerca de 30.000 alumnos, en gran parte extranjeros. Fue en la primitiva tienda de los Weber donde compré, en una fría mañana de 1980, mi primer globetrotter -de color azul-, que estrené instantes después junto a las heladas aguas del Rin. Gozaba yo de una beca de formación en la Konrad Adenauer. Y de aquella estadía guardo inolvidables recuerdos, pues aproveché mis horas libres para viajar en tren por Renania del Norte-Westfalia [Düsseldorf, Wuppertal, Essen, Munster, Colonia, Aquisgrán]. Y alternar en la capital con algunos amigos corresponsales acreditados en la entonces RFA, Asunción Valdés, de Radio Nacional. José Comás, de El País. Y el brasileño William Waack, de O Estado de Sao Paulo. Todavía conservo aquel globettrotter, ahora junto a otro de color gris adquirido en Utrecht, cuarta ciudad de los Paises Bajos, también a orillas del Rin. ¿Por qué el sombrero de la noche vuela con tantos agujeros?, se pregunta Neruda. El mítico fotógrafo Alfonso inmortalizó en 1933 a Antonio Machado con sombrero en el madrileño Café de las Salesas, junto a la periodista Rosario del Olmo. Y el camarero Braulio González Cabanillas. El sombrero siempre ha estado presente en la literatura, pero más aún entre los autores. Oscar Wilde, Truman Capote, Tom Wolfe. También en la historia: he ahí a Lincoln con sus chistera de copa alta. A Churchill con su inseparable homburg. O a Theodore Rooselvet con su jipijapa. ¿Qué dice la vieja ceniza cuando camina junto al fuego? Amenábar nos ha recordado a Unamuno tocado con un desgastado sombrero de fieltro negro. Clásicos, y diferentes, fueron los sombreros que usaban de calle algunos prohombres de la Segunda República como Azaña, Largo Caballero, Prieto, Alcalá-Zamora o Pedro Rico, este último alcalde de Madrid, que también usaba capa. O enemigos de aquella, cuando no vestían uniforme, como el general Sanjurjo. ¿Por qué lloran las nubes y cada vez son más alegres? El comercio tradicional se ha perdido en Europa, como se perdieron los viejos cafés de tertulia -siempre al calor de sus radiadores de hierro-, excepto aquellos aún míticos, y ahora climatizados para invierno. O para verano. Y que hacen caja por mor de los turistas, llámese Florián en Venecia. Greco en Roma. O Central en Viena. Wilheim Schlösser fue un pastelero de Colonia formado en el célebre Café Reichard [1855]-ubicado frente a la catedral-, que emigró tras la Segunda Guerra a Santiago de Chile, en donde fundó en 1952 el Café Colonia. 67 años después los propietarios del Colonia -ahora la segunda y tercera generación de la familia Schlösser- siguen abriendo sus puertas cada mañana, pese a que el mundo ha cambiado. Y el centro de Santiago ya no late como antaño. Para ello tuvo que reinventarse, combinando en la carta su tradicional pastelería alemana con platos sencillos de cocina chilena. Pero dotando a su vez al establecimiento de una potente red wifi como reclamo de nuevos clientes. ¿Para quién arden los pistilos del sol en sombra de eclipse? El remodelado Café Comercial [1887] de Madrid estuvo cerrado dos años. Y, en esta segunda etapa, ensaya una fórmula que concilia tradición y modernidad, pues alterna café, restauración y cóctel con sus habituales tertulias. Presentaciones. Y encuentros musicales, para lo que ha creado su propia banda: El Comercial All Stars by Zulu Men. En Utrecht, el joven Francesco Baldi, tercera generación, regenta milagrosamente la Hoedenzaack [Sombrerería] Jos van Dijck, fundada por su abuela Elisa Theresia Abelmann en 1923. Cuando adquirí el segundo globetrotter me contó que esta pequeña tienda familiar sobrevive ayudada por su cuenta de facebook, que él mismo administra y activa a diario. Igual ocurre con las dos tiendas artesanas que compiten en la ciudad española que más presume de sombrero autóctono, Córdoba: Herederos de José Rusi –hubo hasta 2011 otra Casa Rusi en la calle Gondomar- y José Miranda, ambas fabricantes. ¿Cuántas abejas tiene el día? Neruda usó boina, sombrero y gorra de visera -a veces hanseática-durante su madurez. Cuando residía en la Casa de las Flores [Barrio de Argüelles, Madrid] frecuentaba el Café Viena [1928], al que acudía Pío Baroja con su boina vasca. El Viena sigue donde siempre, en la calle Luisa Fernanda. Igual que la Casa de las Flores, conformando manzana, cuan monumento nacional, inalterable desde 1931. En su Libro de las Preguntas, Neruda es persistente: ¿Es verdad que el ámbar contiene las lagrimas de las sirenas?
[Ilustración: Miguel de Unamuno, óleo de Daniel Vázquez Díaz]