“Si yo vivo en un palacio, Dios debe de tener el suyo”. Este fue el argumento esgrimido por Mercedes Castellanos [de Anchorena] cuando encargó a los arquitectos franceses Alfred Coulomb y Louis Pierre Leópard Chauvet levantar la Basílica del Santísimo Sacramento al final de la calle de San Martín, Barrio de Retiro, Buenos Aires. El templo es espléndido, infinitamente más suntuoso que la catedral metropolitana, en el extremo opuesto de la calle. Y está presidido por una custodia de tres metros de altura, labrada en oro y plata. En su construcción [1908-1916] se emplearon mármol rojo de Verona, mármol blanco de Carrara. Ónix granate de Marruecos. Granito de Baveno y de Los Vosgos. Y cerámica mayólica de Venecia. Cuenta con un órgano de cinco mil tubos, obra de Charles Mutin, discípulo y sucesor de Aristides Cavaillé-Coll. Y en la cripta yace su gran benefactora, que nació rica, aunque murió infinitamente más. Castellanos fue la primera condesa pontificia de la República. Y residía frente a donde mandó construir la basílica, en el Palacio de Anchorena, hoy sede de la Cancillería argentina. Desde cuyos balcones soportados observaba a diario la grandiosidad de su designio hasta que Dios se la llevó [1920], recién cumplidos los 80 años. El cónyuge, Nicolás Hugo Anchorena, doce años mayor que ella, no sólo tenía una gran fortuna, sino que llegó a ser el ganadero más rico del mundo. Pero murió joven [56 años], a tiempo, eso sí, de haber procreado con su esposa once hijos, algunos malogrados. El octavo de estos, de nombre Aarón, se enamoró de una hermosa joven de origen irlandés, educada entre institutrices, llamada Corina, hija de otro ganadero, pero de provincias, de nombre Juan Patricio Kavanagh. En aquella sociedad exclusiva, una cosa era el negocio. Y otra, la familia. De manera que los Anchorena jamás iban a admitir en su casa a la hija de un irlandés, por muchas cabezas de ganado que incorporara a su dote. Sin escrúpulos, y a la primera, Mercedes se interpuso entre Corina. Y su octavo vástago. Todo un joven y refinado galán, un apuesto dandy en el glamoroso Buenos Aires de las mesas juego, el baile de etiqueta y el hipódromo. Excelente sportman. Mejor race car driver. Y experimentado aviator. El primer argentino que cruzó el Río de la Plata en globo. Repudiada por la familia Anchorena, Corina inició un viaje hacia un mundo más acorde. Y con 48 años ya se había casado tres veces. Con lo suyo, y con sus herencias, se hizo de una gran fortuna, que empleó para comprar un solar frente a la Basílica del Santísimo Sacramento. Donde experimentó su venganza, construyendo, entre 1934 y 1936, un rascacielos de 120 metros de altura. Cinco alas yuxtapuestas. Y 33 plantas [113 departamentos]. Que tapó para siempre el monumental templo de los Anchorena. Dejándolo deslucido, atrapado y oculto. En una calle angosta que no permite respiro alguno a su impresionante fachada, pese a sus cinco torres. Corina respondía así a la mujer que guillotinó su amor de juventud, pero esta no pudo ejercer la revancha porque había fallecido 16 años antes. Tampoco ofendió los sentimientos de Aarón hacia su madre, entretenido aquellos años en una estancia de 11.000 hectáreas que compró en Uruguay, parte de la cual habilitó para la cinegética. Y casado con una rica viuda, hija del propietario de La Prensa, el periódico más importante de Argentina, todavía hoy circulación. Aaarón murió en 1965, a los 81 años. Corina, en 1984, con 93. Aquel yace en su estancia uruguaya. Y ella, en el cementerio de la Recoleta. Cuando se inauguró, el edificio Kavanagh era el rascacielos más alto de América Latina. Hoy, 70 años después, es monumento nacional argentino [1999]. Y modelo de una arquitectura de vanguardia. La Basílica del Santo Sacramento es una bonita iglesia porteña, condenada de por vida a la sombra. Por un duelo de damas.