Una estatua ecuestre de piedra sorprende al viajero cuando alcanza Los Corrales de Buelna, en la cuenca del río Besaya, Cantabria. Representa a Marco Vipsanio Agripa [63-12 A.C.], a galope. General romano amigo, y yerno, de Octavio [más adelante César Augusto, emperador]. Agripa venció a Marco Antonio, aliado de Cleopatra, en la batalla de Accio. Construyó el Teatro de Mérida. Y fue abuelo de Calígula, además de bisabuelo de Nerón. También da nombre al Panteón de Roma [la Rottona], obra posterior de Adriano, sobre cuyo solar Agripa había levantado un templo –destruido por un incendio- que conmemoraba su triunfo sobre Marco Antonio. El municipio de Los Corrales de Buelna recrea cada verano [desde 2001] las guerras cántabras. Una representación escénica en la que participan 1.800 personas [de las cuales 500 son niños] que recuerda las cruentas batallas que sostuvieron siete legiones romanas contra los pastores rebeldes cántabros de origen celta durante una década, concluidas precisamente tras la intervención de Agripa [19 A.C.], enviado a estas verdes tierras por Octavio. Sorprende que se levante un monumento en Cantabria al extranjero que derrotó a sus primeros pobladores. Y otro en Sasamón [campamento de Segisama], Burgos, al propio Octavio. Cuya espada no había podido con los cántabros cinco años antes. Pero la historia a veces se sale de su propio guión. Y cuenta lo que le interesa. El pueblo cántabro –o astur-cántabro- fue mercenario en muchas de las guerras que se sucedieron en aquellos años. Y no se dejó avasallar tan fácilmente por el invasor, si bien su derrota supuso la romanización definitiva de Hispania. Hubo mercenarios cántabros con Pompeyo en Ilerda [Lérida]. Y con Cesar en las Galias. También con Anibal en la segunda guerra púnica. De aquellos tiempos fue Laro. Y de los de Octavio, Corocotta. De ambos se sabe por testimonios escritos del poeta romano Silo Itálico. Y del historiador griego Dión Casio. Mito o no, falso o verdadero, Itálico describió a Laro como un hombre temible. Diestro en el manejo del hacha de doble filo contra Roma [antes contra el oso pardo]. Y pesadilla de Escipión en las púnicas. Mientras que Casio revelaba que Augusto, cuando estuvo en Hispania, puso precio a la cabeza de Corocotta [200.000 sestercios de plata], sorprendiendo este al emperador tras presentarse de súbito en el campamento para cobrar su propia recompensa. Los Corrales de Buelna cuenta con apenas 11.000 habitantes. Y como mano de obra alterna la práctica del trefilado con la cabaña ganadera. O sea, el dominio de la forja. Y del terreno. Cuenta con suficientes legados para reivindicar su pasado: las estelas prerromanas de Barros y Lomberas, además de un tramo de calzada que unía Herrera de Pisuerga [Pisoraca] con Suances [Portus Blendius], ya en la costa. Estrabón refirió en sus crónicas que los cántabros eran rudos bandidos de montaña, que solían dormir en el suelo. Lucían espesa cabellera. Y domeñaban la caballería, la destreza en la escaramuza y la lucha a frente abierto. Preferían plantar batalla a someterse a la esclavitud, agregó Orosio. Los concanos, una de sus tribus, mezclaban leche con sangre de caballo, que consumían en sus ritos guerreros hasta el desvanecimiento, escribió Horacio. Mientras el victorioso Agripa recibe a galope en Los Corrales. Y Octavio vigila la Montaña desde tierras burgalesas. Una escultura de un guerrero cántabro asoma frente al mar desde El Sardinero, de espaldas al campo de batalla. Y apoyado en un palancu pasiego. Es el derrotado Corocotta, verdad o mentira. Pero cántabro de leyenda.