Domingo 11 de octubre. Acabo de cruzar el barrio de Santa María, cuna flamenca de Cádiz. En su caserío quedan vestigios del esplendor histórico de la ciudad en los siglos XVII y XVIII. Pero también de su posterior decadencia. Que es cuando empezó a brotar su sentimiento más expresivo. Más de barrio. Y que llenó sus calles de artistas. Dicen los cronistas que Cádiz albergaba -en su mejor momento- a la comunidad más opulenta y rica de Europa. Gracias al comercio con Indias, cuyo monopolio ostentó entre 1680 y 1778. Era ciudad de mercaderes. De cargadores. Holandeses, ingleses, alemanes, franceses. También de genoveses. Colonia ésta de enorme influencia, que ya a finales del XV agrupaba en la ciudad a una veintena de familias. Entre las 250 que la habitaban entonces. Y que en 1468 dio ya su primer regidor ligur, Gerónimo Marruffo. Los genoveses llegaron Cádiz al calor del negocio marítimo. Y en ella establecieron sus escritorios, en los bajos de sus viviendas. En su mayoría casas-palacios. Inicialmente dominaban el Mediterráneo, donde llegaron a ser aliados del Rey de España. Y el comercio con Berbería. Después se hicieron poderosos en la ruta de Indias. Llegaron a obtener títulos y prebendas. Levantaron con sus mármoles capilla propia en la vieja catedral. Contribuyeron con sus artistas a enriquecer el barroco local. Probaron nobleza en las órdenes militares. Desplazaron a los judíos como banqueros, cambistas y prestamistas. Muchos eligieron la carrera de la armas, aprovechando la existencia del colegio naval.
El barrio de Santa María estuvo asociado a la colonia genovesa por su cercanía a la vieja alhóndiga. También era frecuentado por armenios. Renació de un arrabal ya existente al sureste de la muralla medieval que fue practicamente destruido por el ataque anglo-holandés de 1596. Allí había una ermita de su misma advocación, que luego fue elevada a convento. Y que hoy es su construcción más antigua, donde radica una vieja cofradía, la del Nazareno, que gozaba de benefactores armenios y a la que se acogió como profesión de fe la totalidad de la colonia para evitar su expulsión de la ciudad. Cuando Carlos II les prohibió por despacho real (1684) su estadía en España por considerarlos cristianos tibios. Al igual que los genoveses, eran comerciantes. Pero al menoreo. Sedas, metales preciosos, medicinas. Pertenecían a una clase social diferente. Hacían trata de infieles. Esclavos mahometanos a los que cristianizaban en ceremonia pública. Y tenían sus escritorios en espacios abiertos. En los aledaños del barrio. En lo que hoy se conoce como Plaza de San Juan de Dios. Entonces Plaza Real. Librados de la expulsión, se mantuvieron bajo la protección de la imagen del Nazareno, cuya capilla acoge un conjunto de vistosos azulejos holandeses con motivos bíblicos donandos por los hermanos Zúcar que recuerdan el pasado armenio de Santa María. Sin embargo, de mayor solemnidad en el barrio es su vestigio genovés. Del que destacan dos soberbias casas-palacios. La de los Sopranis, después llamada de los Lila, y la de los Lasquetty. Familias ambas que dieron regidores a Cádiz, Jácome (Cybo) de Sopranis y Gentile y Sebastián Lasquetty y Roy, primer conde de Casa Lasquetty. También un capitán general del Yucatán, Roque de Sopranis y Centeno. En el número 11 (y 13) de la calle Santa María se ubica la casa-palacio de los Lasquetty, de fachada barroca con señorial portada de mármol. Lleva años en restauración, pero yo la conocí como patio de vecinos. Hacinada. Con servicios comunes. No más de dos habitaciones por familia. Con una casera que era la intermediaria con la propiedad. Igual destino recibió la de los Lila, en el número 10 de Sopranis, que fue distribuida en partiditos cuando la abandonaron sus moradores. Ya el siglo XIX, en plena decadencia de la ciudad, perdido el monopolio de la carrera de Indias.
Además del convento de Santa María, el barrio dispone de otras dos iglesias, Santo Domingo y la Merced, donde tuvo capilla la familia Sopranis. Los tres templos sufrieron incendios en los años convulsos del siglo pasado. Pero Santo Domingo salvó su impresionante retablo mayor de marmol, que hoy preside la patrona de la ciudad –la Virgen del Rosario– y que fue hecho en Génova. Es Santa María un barrio de desigual caserío, con calles estrechas, cuasi sombrías, en pendiente. Con edificaciones altas, que a veces surgen como proas de barco. No en vano, fue levantado así para sortear el viento de levante, que suele azotar con fuerza en este rincón de Cádiz. Pero no rompe con la trama urbana de la ciudad, con azoteas abiertas que trasladan el agua de la lluvia a los aljibes. El XIX trajo transformaciones en el barrio, que empezó a tornar en popular. Las familias con linaje se mudaron a lugares más refinados, quedando convertidas sus casas-palacios en corrales de vecindad. En lo que fue otrora la alhóndiga, surgió una fábrica de tabacos, que llenó las calles de alegres cigarreras. De hombres de la mar. De tiendas de gallegos. De montañeses. Y de familias castellanas y gitanas que hacían vida en torno a la Casa Matadero. Vendiendo destrosos. Junto a la Cárcel Real -donde se pagaban las puñalás– y la vieja plaza de toros de madera, levantada en honor de Isabel II. Allá en el Vendaval. Familias que se cruzan en sangre. Que acuñan cantes. Que expresan arte. Que se buscan la vida en fiestas, cafés-cantantes, teatros y plazas de toros. Lo mismo aquí que en América. Marineros. Canasteras. Matarifes. Bailaoras. Toreros. Banderilleros. Cigarreras. Carniceros. Cantaores. Arropieros. Con ellos nace un nuevo linaje en el barrio, del que surgen grandes artistas. Del toro, del cante y del baile. Los Mellizo, los Lavi, los Oro, los Ortega. Ezpeleta, Rebujina, El Marinero. La Jacoba, La señá Gabriela, madre de los Gallos. Enrique y Luisa Butrón. El Águila. Caracol viejo. Macandé. Aurelio. Donday. La Niña del Columpio. La Perla. Gitanas que paren toreros. Toreros que profesan amor a gitanas. Como el malogrado Ponce -también del barrio-, que cambió su oficio de ebanista por el traje de luces para ganarse a su amada. Hermana de Enrique Ortega –el Gordo viejo-, de Barrambín, de El Lillo y de El Cuco. Torero gaditano aquel Ponce a quien Silverio inmortalizó tras la cornada que acabó con su vida en América en 1872. Probesito e Ponse./ En Lima murió./Como murió yamando a Cristina./Miren que doló.