Conocí a Francis Ford Coppola hace diez años en Sevilla. Él disfrutaba de la magia de la ciudad. Y yo dirigía entonces El Correo de Andalucía. Fue en el restaurante Casa Robles de la calle Álvarez Quintero, en donde compartía mesa con su familia. Provoqué yo el encuentro. Que se prolongó hasta que llegó el fotografo del periódico para registrar su presencia. Coppola pasaba unos días en España después de asistir al 50º Festival de Cine de San Sebastián, que ya en 1984 le había premiado con una concha de oro (Rumble Fisch). No había elegido Sevilla para rodar. Tampoco para escribir uno de sus guiones. Sino para dejarse seducir por los encantos de sus calles y plazas. Y llevarse después todo dentro, según me dijo. Que es lo que hacen los genios con esa fantástica (y solemne) ciudad. Rossini compuso El Barbero de Sevilla (1816) años antes de su primera visita a España, si bien su versión es posterior a la de Paisiello (1782). Aunque tanto aquella ópera como esta otra están inspiradas en una comedia francesa del mismo nombre cuyo autor es Beaumarchais (1775). El Barbero de Sevilla es una ópera bufa que se desarrolla en el siglo XVII. Y que discurre en torno a un conde sevillano que requiere los consejos de un afamado barbero de la ciudad para hacerse con los amores de una joven ya comprometida. Todo ello acompañado por una música espectácular, cuya obertura fue elegida por Antonio López de Santa Ana como marcha del Ejército mexicano. Al igual que pasa con la ópera Carmen, en El Barbero de Sevilla la música y el libreto son de excelente calidad. E igual que reciben juntos la mejor de las consideraciones, lo mismo ocurre cuando son elegidos por separado. Me pasa con la banda sonora de El Padrino (1972), magistral pieza de Nino Rota. El compositor preferido de Fellini. Si bien muy pocos saben que en El Padrino II (1974), Rota -que compuso también la banda sonora de El Gatopardo de Visconti- comparte autoría con Carmine Coppola, ya fallecido. Y padre del director estadounidense. Pero también un magnífico (aunque discreto) compositor que se inició como músico en la orquesta de la NBC. Y a quien se debe la banda sonora de Apocalipsis Now. Nino y Carmine obtuvieron conjuntamente un oscar en 1984.
Paseo por Madrid en un día espectacular impropio de la fecha. Pero regalo de la adelantada primavera. Los periódicos me han recordado que mañana ( 15 de marzo) se cumplen 40 años del estreno del El Padrino, película basada en la novela homónima de Mario Puzo (1969), escritor neoyorkino de origen italiano. He hecho cálculos y, partiendo de que Coppola nació en Detroit en 1939, observo que rodó su obra maestra con apenas 32 años, aunque desde dos antes recorría ya Sicilia para conocer los lugares descritos en la novela. Confieso que la banda sonora de este largometraje de la Paramount me acompaña desde que por primera vez acudí a una sala a verlo. Fue en un cine de Cádiz ya desparecido, el Municipal, en la víspera de Reyes de 1973. Lo recuerdo con exactitud porque el cine estaba a rebosar. Y ajeno al bullicio de la calle, donde se mezclaba el paso de la cabalgata que se suele organizar en tan señalado día y las últimas compras de regalos (y juguetes). Me resultan igualmente familiares los nombres de Vito Corleone (Marlon Brando), Santino (James Cann), Michael (Al Pacino) y Tom (Robert Duvall). Pero son las mujeres de El Padrino quienes me llaman la atención sobremanera. Es el caso de Connie Corleone, la atormentada hija de don Vito que recibe brutales palizas de su esposo Carlo. Y que es representada en la película por Talia Shire, la hermana de Coppola. O de Apolonia Vitelli. Aquella adolescente de la Sicilia rural que se convierte en la primera esposa de Michael. Y que muere al estallarle una bomba adosada a un coche que acababa de poner en marcha. Vitelli es encarnada por una jovencísima Simoneta Stafanelli, actriz italiana que apenas tenía 17 años cuando rodó aquellas escenas. Y que desde entonces no volvió a interpretar papeles tan exitosos. Hasta el punto de que hoy (y a sus 57 años) se dedica a regentar una tienda de su propiedad (Simo Bloon) especializada en diseños de piel. Y que se encuentra en via Chiana, en el centro de Roma. Me da que Simoneta Stafanelli debió ser de esas actrices que deslumbran a los directores. Pero para papeles muy determinados. Aunque sin tanto éxito (y protagonismo) como Silvia Pinal (Viridiana y El Ángel Exterminador) con Buñuel. O de tantas otras de paso breve por el cine que llaman de autor. Dejemos tal vez el por qué en que la actriz no sabía una palabra de inglés cuando rodó El Padrino. O en que Coppola tampoco conocía el italiano, aunque desde entonces algo ya ha aprendido. Pués desde 2002 posee una casa en Bernalda, valle del Basento. En la Basilicata, región del sur de Italia ubicada entre Campania y Calabria. Y que además es la tierra natal de su bisabuelo Agostino Coppola. Un emigrante que se estableció en Estados Unidos en 1904.
Cien años después de que aquel emigrante arribara a los muelles de Manhattan su nieto Francis ha levantado una casa en la tierra de sus ancestros. Honra a los hijos (y nietos) de emigrantes a los que han sonreido la vida regresar de esta manera a sus lugares de origen. Entre los emigrantes de Galicia, Asturias y Cantabria es común. Y se hace por sentimiento (y agradecimiento). Pero en el caso de los italianos, y particularmente en lo que se refiere a Coppola con Bernalda, es como el sueño al revés. Cuando el verdadero sueño americano era el que impulsaba a miles (y miles) de italianos a embarcar hacia Nueva York buscando un mundo mejor. Y más amplio en cuanto a horizontes. Los Corleone, al igual que otras familias, viajaron así, pero en su equipaje de ida llevaban también sus códigos de honor (y de familia). Con el riesgo de que esos duelos se saldaban con sangre. Sea cual sea el lugar. Y también las personas. Como queda demostrado en El Padrino cuando los enemigos de Michael ponen precio a su cabeza en el interior de Sicilia. Conozco Bernalda, en Basilicata. Que es un pacífico pueblo aragonés de 12.000 habitantes que se eleva sobre una colina. Como también conozco algunos de los exteriores de Sicilia donde se rodó El Padrino, en concreto Savoca y Forza d’Agro. Que están al norte de Taormina, la bella ciudad maritima que custodia el Etna. Las tres ciudades a que me refiero tienen en común su cercanía al mar. Y también que fueron asentamientos griegos. Pero todo lo que va unido a Sicilia es diferente. Como diferente es Sicilia del resto de Italia. En Savoca figura tal cual el Bar Vitelli. Que fue el elegido por Coppola para rodar los preparativos matrimoniales de Michael Corleone con la joven Apolonia. Y sus dueños explotan desde entonces El Padrino como recurso turístico. Ofreciendo al visitante sus famosas granita de limone. Que dicen allí que era la bebida preferida de Coppola en los calurosos días de rodaje. Sicilia es mucho más que El Padrino, pero no cabe duda que la película le ha procurado extraordinarios beneficios a la isla. Probablemente más de lo que pensamos. Y de lo que hubieran deseado para si otras ciudades del mundo asociadas por nombre a una ópera, una obra teatral o un largometraje de calidad. Coppola le ha devuelto a Italia parte de su éxito como cineasta. Y la industria cinematográfica ha reconocido en este director a uno de sus mejores talentos al situar su obra maestra como la tercera gran película estadounidense de la historia tras Ciudadano Kane y Casablanca. La noticia es que El Padrino va a cumplir sólo 40 años. Felicidades por su cumpleaños, direttore.