Los dos submarinos que encumbraron como oficial de marina a Junio Valerio Borghese fueron hundidos después por los aliados en la Segunda Guerra. Me refiero al Iride, aquel González López de la Guerra de España. Que fue bombardeado por la Royal Air Force frente a las costas de Libia. 22 de agosto de 1940. Y al Scirè, el sumergible nodriza desde donde partían los torpedos tripulados contra Gibraltar. Que no pudo resistir las cargas de profundidad lanzadas por la coberta británica HMS Islay junto al puerto de Haifa. 10 de agosto de 1942. La ciudad marítima de La Spezia se encuentra en el noroeste de Italia. Cuenta con un arsenal naval desde la época de Cavour y durante la Segunda Guerra fue bombardeada sucesivamente por los británicos porque desde allí operaba la Decima Flottiglia Mas. Después del armisticio se convirtió en puerto de salida del éxodo judío hacia Israel. Hoy es una ciudad tranquila de apenas cien mil habitantes que divide sus fiestas entre San Giuseppe, el 19 de marzo, y las regatas del primer domingo de agosto. Junto a las instalaciones militares existe un Museo Naval. Que fue creado hace 50 años por la jurisdicción de Marina como reclamo de su historia. Y al que cada día acuden visitantes de todas las edades, pero especialmente grupos de escolares impacientes por conocer las leyendas que atesora. En una de sus salas se exponen reliquias del Sciré que fueron rescatadas en 2004 del fondo del mar. La pieza de más valor es la torreta (o vela) del submarino. Que se exhibe junto a una bandera de combate de la Regia Marina engatillada a la compuerta del puente. Justo al lado se encuentran dos SLC (o maiale) de los que se empleaban contra Gibraltar. Pero también -y quizás como piezas más solemnes- la plancha de popa, el timón y la bitácora del petrolero Olterra. Un buque mercante del que me hablaba Antonio di Oliva cuando conversábamos en Argel. Y del que su amigo Antonio Ramognino se sintió orgulloso hasta su muerte en 1997. Porque el Olterra no sólo está unido a la Marina italiana. O a las acciones de la Decima comandada por Borghese. E incluso a la película La donna che venne del mare (Italia, 1957). Que protagonizaran Vittorio de Sica y Sandra Milo. Sino a ese mar azul (y profundo) de la bahía de Algeciras. Y de manera especial a esa casa-recreo de Puente Mayorga llamada Villa Carmela. Desde donde se divisa con luminosidad el apostadero de Gibraltar. Y se escuchan placidamente las sirenas de sus barcos.
El Olterra era un petrolero de 4.995 toneladas (y con matrícula de Génova) al que le sorprende la entrada de Italia en la Segunda Guerra cuando se encontraba fondeado en la bahía de Algeciras. Cualquier movimiento en búsqueda de mar abierto le convertía en objetivo de la artillería británica. Así que su armador decide encallarlo frente a Puente Mayorga, repatriar a su tripulación y dejar sólo un retén a bordo para evitar que por las leyes del mar fuera confiscado. Así pasó un tiempo. Hasta que la Regia Marina -haciendo suyos los consejos de Borghese– sugiere convertirlo en base secreta de los torpedos tripulados que se empleaban contra los buques apostados en Gibraltar. Sustituyendo de esta manera a los submarinos nodrizas que -como el Scirè– realizaban hasta entonces tales misiones. La idea entusiasmó a la Marina italiana. Que puso imaginación (y ganas) en el operativo. Un técnico de la Piaggio (y aficionado a la astrología) llamado Antonio Ramognino es enviado a España en abril de 1942. Y con la excusa de que su esposa -la española Conchita Peris del Corral– necesitaba por prescripción médica tomar baños de mar se instala en Puente Mayorga sin levantar mayor sospecha. Residen en Villa Carmela, que se convierte por su proximidad al Olterra en cuartel general de las operaciones. Que desde meses antes se llevaban en secreto. Tras reflotar el petrolero. Remolcarlo a un espigón de la dársena del puerto de Algeciras. Pagar sobornos a los españoles para que no delaten el movimiento de personas. Y sustituir el retén civil por otro de militares expertos en armas submarinas. Convirtiendo así al bique en un observatorio permanente (y privilegiado) de Gibraltar. Pero también en taller y depósito de torpedos tripulados. Ramognino y sus hombres transfoman los tanques. Y abren un orificio bajo la linea de flotación del casco para facilitar la salida de las unidades. La fantasía se hizo realidad. Y el operativo funcionó con éxito, gracias también a la confidencialidad con la que se actuó. Porque la Royal Navy jamás se enteró de que aquel petrolero era un nuevo Caballo de Troya. Ni de la constante llegada a la bahía de Algeciras de operarios y hombres ranas italianos. Que eran desembarcados discretamente en el puerto de Cádiz y trasladados hasta allí por carretera.
Desde julio de 1942 hasta que capituló Italia -septiembre de 1943- la Regia Marina hundió desde el Olterra diez buques apostados en Gibraltar, pero otras operaciones fracasaron. Como la que costó la vida al teniente de navío Licio Visintini, cualificado hombre rana y uno de los grandes héroes de la Decima, además de oficial de la máxima confianza de Borghese. Y cuyo SML fue atacado con cargas de profundidad el 7 de diciembre de 1942 cuando -en compañía del suboficial Giovanno Magro– se dirigía en él para lanzarlo contra el acorazado HMS Nelson. Antonio di Oliva me contaba con pasión en Argel estas historias que hoy condenso. Y elevaba a la máxima heroicidad a Ramognino y a su esposa Conchita. De quienes sostenía que habían sido dos de los agentes secretos más importante de la Marina italiana en la Segunda Guerra. Capaces de sortear a los militares que Franco tenía desplegados en la costa gaditana. Cuando no comprarlos. Porque de hacer efectivo los sobornos se encargaba el vicecónsul de Italia, Germánico Bordigioni. Un hombre que se llevaba magnificamente con el capitán de navío Carlos Regalado López, comandante militar de Marina de Algeciras, y con el entonces teniente de navío Manuel Romero Hume, responsable de la Ayudantía de Puente Mayorga. Me reveló Di Oliva que Borghese viajó en automóvil (y de manera secreta) al Campo de Gibraltar inmediatamente después de la muerte de Visintini. En fechas navideñas por más señas. Pero nunca lo reconoció publicamente para no incomodar a Franco. Por eso no alude a ello en Diablos del mar, la obra que escribió en 1954 recogiendo la historia de la Decima. Estuvo en Huerta Grande, la otra base secreta de la Marina italiana en las inmediaciones de Algeciras. Y donde residía con su esposa un ingeniero naval de nombre Giulio Pistono. Que aparentemente ejercía como canciller del viceconsulado italiano en Algeciras, pero que en realidad era un agente secreto de la Regia Marina especializado en transmisiones. También acudió a un ingenio azucarero ubicado en Guadiaro cuyo propietario era el banquero Juan March. Y en donde se entrevistó con Ramognino y algunos de sus hombres. Le acompañaba un conocido aristócrata falangista de la confianza del ingeniero Ernesto Marchiandi, el histórico jefe del Fascio en España. Que lo había recibido clandestinamente en Cádiz. A donde se había desplazado de manera secreta desde la costa atlántica francesa a bordo de un mercante. El motivo no era otro que evaluar con los comandos que operaban en Gibraltar un ataque -también con torpedos tripulados- contra el puerto de Nueva York. Pero ahora desde el Leonardo da Vinci. Un submarino botado por la Regia Marina en 1940 (y de 1.489 toneladas) que operaba en el Atlántico. Y que tenía su base en Burdeos, puerto entonces de la Francia ocupada.
(Continuará)
Foto: Piezas del petrolero Olterra que se exhiben en el Museo Tecnico Navale de La Spezia.