Definitivamente la obra que más me identifica con Picasso es La mujer en azul. Que ultimamente había tornado en verde por descuidos en su conservación. Hoy domingo (de Pascua) acudí en su búsqueda al Reina Sofía, pero ya no estaba colgada. Porque se encuentra sometida a una delicada restauración destinada a recuperar su azul primitivo. Entonces me he detenido en la sala 206. Que es la que alberga el Guernica. Y tras contemplarlo detalladamente me he quedado un rato presenciando Canciones para después de una guerra. La película documental de Martín Patino que contextualiza la sala. Y que nos recuerda aquella España azul, a Dios gracia en los infiernos. Fui de los que asistí en 1976 a su estreno en el Cine Emperador de Sevilla. Pués se trataba entonces de una película que arrastraba cinco años de prohibición. Y ese castigo hacía más sugerente su convocatoria. Me alegro de que Canciones para después de una guerra forme parte de la colección permanente del Reina Sofía. Porque no es frecuente ver cine en los museos. La mujer en azul fue pintada por Picasso en 1901. Tenía apenas 20 años. Y estudiaba en Madrid. Cada vez que paso por la calle Zurbano me viene al recuerdo esta obra de innovadora concepción cromática. Porque fue en una buhardilla del número 29 donde la pintó. Ya no existe aquel edificio, pero una placa del Ayuntamiento recuerda en el nuevo que allí estuvo el taller del pintor. Picasso nació en la malagueña plaza de la Merced, que en 1881 llevaba el nombre del general Riego. En esa plaza pasó muchas horas de su infancia. Y en la retina se le debió quedar el obelisco que la preside. Que está dedicado a Torrijos. Un general liberal que como Riego fue pasado por las armas. Y de cuya ejecución en una playa de Málaga nos ha dejado para la posteridad el pintor Gisbert un impresionante lienzo que se exhibe en el Prado.
Soy de quienes gustan comparar (y confrontar) las obras museísticas. Y dado que carezco de formación pictórica, suelo recurrir a veces a la imaginación. Pero siempre desde una lógica. Me pasa cuando me detengo en el Museo de Cádiz ante el retrato de Micaela de Aramburu pintado por Zuloaga en 1928. Creo ver allí a La mujer en Azul, si bien la realidad es otra porque a estas dos obras -además de compartir color- lo que verdaderamente les asemeja es la influencia que ejerció Goya sobre ambos pintores. Que en lo que se refiere a Picasso queda patente en Masacre en Corea (1951). Inspirado en Los Fusilamientos del 3 de mayo. Obra, por otra parte, emparentada con El fusilamiento de Torrijos (1888), ya que Gisbert, que fue director del Prado, irrumpe entre Goya y Picasso con este tipo de motivos. Canciones para después de una guerra actúa como revulsivo para atemperar la frustración que supone no encontrame con La mujer en azul. El Reina Sofía está lleno de extranjeros. Que acuden apresurados a presenciar el Guernica. Todos intentan hacer fotos, pero está prohibido a tan corta distancia. Y tienen que retroceder unos pasos para poder enfocar sus cámaras. O cuadrar sus móviles. Es un acierto del museo situar a Josep Renau cerca del Guernica. Porque ya estuvieron juntos en el Pabellón de la República de la Exposición de Paris de 1937. Del valenciano cuelga un fotomontaje (copia moderna) que confronta a una miliciana pedagoga con una campesina en traje regional. Por lo que no tengo que recurrir a la imaginación porque el autor me lo pone en bandeja. El porvenir frente a la superstición. Y la miseria. En cambio descubro en Aviones negro (1937) de Horacio Ferrer de Morgado un increible paralelismo con el Guernica. Especialmente en la plasmación del terror que desata la guerra. Impresionante este Ferrer, que nació en Córdoba. Y fue alumno de Romero de Torres y de Mateo Inurria. Me he documentado sobre la suerte que corrió tras la contienda, pués fue un destacado pintor antifascista. Supe que optó por el silencio. Y que a su muerte en 1978 se le hicieron funerales religiosos. Permaneció en España trabajando fundamentalmente en la restauración de edificios públicos, pintando murales universitarios y ornamentando iglesias. La guerra lo retiró de la vida pública.
La procesión del Santo Entierro de Sevilla la encabeza un paso neogótico con cuatro velas en candelero que porta una alegoría llamada El triunfo de la Cruz sobre la muerte. Es conocida popularmente por La Canina. Y representa a un esqueleto meditabundo sobre un globo terráqueo. Nunca me ha atraído esta alegoría. Y no por rechazo natural, sino porque su aspecto siniestro me introduce de manera súbita en la España negra. José Gutiérrez Solana es un pintor mortecino. Y me ha recordado a La Canina al contemplar La procesión de la muerte. Que incluye también un esqueleto (con la guadaña al ristre) rodeado de nazarenos. Lo lógico es que en Gutiérrez Solana haya influido Valdés Leal. Y en concreto Vanitas. Pero la 206 es una sala muy certera. Y sitúa esta obra (oscura y tenebrista) cerca de la tragedia. Formando parte del espacio que irradia el Guernica. 74 años ya. Y en sintonía con los esqueletos de La Revolution Espagnole. De Francis Picabis. Yo había elegido este domingo (de Pascua) para reencontrarme con el azul profundo de Picasso. Y de pronto me he topado con la España negra. Así que me voy alejando de la sala 206 con la lección -nuevamente aprendida- de que aquellos cuadros hablan. Pero recorriendo otras salas (y otros artistas) antes de abandonar el museo. Remedios Varo. En su despertar republicano. Buñuel. Unido aquí a Un Perro Andaluz. Salvador Dalí, con Muchacha de espalda. Pintada a los 20 años. Y Albert Gleizes, con Mujeres cosiendo. Composición cúbica que me conduce a Las Hilanderas. Esta es ya una España más colorista. Y menos dramática. Que sin embargo no impide que me deshaga de las canciones de Martín Patino. Probablemente porque las llevo conmigo desde la infancia. Imperio Argentina. Estrellita Castro. Miguel de Molina. Juanita Reina, Lola Flores. Y Celia Gámez. No paran de entrar extranjeros en el Reina Sofía. Y en la calle luce un sol radiante.