En el Siglo de las Revoluciones, Sixto Cámara [1825-1859], político y periodista fourierista, murió al injerir agua estancada de una ciénaga cuando, abrumado por la sed y el calor, huía de la Guardia Civil junto a La Raya entre Portugal y España, a la altura de Olivenza, Badajoz. Su ausencia, prematura y fatal, creó épica romántica en aquellos represivos años que siguieron a La Vicalvarada, revolución previa a La Gloriosa. Porque no sólo desaparecía un joven agitador, sino todo un precursor apodíctico, tanto de la Primera República. Como del socialismo, entonces utópico. Hoy pocos recuerdan su figura, salvo que sean historiadores. Como tampoco apenas nadie rememora a los capitanes Galán [Fermín] y García Hernández [Ángel], fusilados en 1930 por sublevarse en Jaca. Pues también eran idealistas prestos a cambiar España. Y a desmontar las repugnantes tramas de poder coaligadas a la monarquía alfonsina. En tiempos de Cámara, una reina consorte, inmoral e insaciable, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, desvalijó Palacio. Y se enriqueció con la obra pública, el ferrocarril y la trata de negros en Cuba, entre otras tropelías. Mientras su coronada hija Isabel, la de los Tristes Destinos, ninfómana e iletrada, amparaba desde el trono, y con la anuencia del algunos de sus espadones, el monumental desaguisado financiero procurado por su madre junto a su segundo esposo, el duque de Riansares. El barrio más elegante y exquisito de Madrid da nombre al ministro más corrupto e inmoral de Isabel II, el malagueño marqués de Salamanca [José de Salamanca y Mayol, 1814-1883]. Mientras una calle secundaria de Cádiz recuerda al también marqués, aunque de Casa la Iglesia [Manuel Rancés y Villanueva, 1824-1897], embajador y periodista afín a la Unión Liberal de Leopoldo O´Donnell. Quién desde el Diario Español por él dirigido combatió la corrupción -las polacadas- en el reinado de Isabel II, lo que es de reconocer pues no debe ser fácil ejercer este tipo de valentías dentro de la corte. Pese a ello, el vicio. Y la integridad. Han seguido juntos sin distingo alguno en el callejero, tal como ahora ocurre con tanto hombre de bien -Adolfo Suárez, por ejemplo- que comparte calle o plaza con Juan Carlos I, defraudador real cuya mala praxis confirma que la historia siempre se repite. Al igual que Sixto Cámara, el Siglo de las Revoluciones dio también mucha gente honrada en España sin ser socialista, como fue el caso del hacendista Juan Bravo Murillo [1803-1873, Partido Moderado], dos años presidente del Consejo de Ministros. Y muy criticado como gestor político, pero inmaculado en el manejo del dinero público. Cuando la Guardia Civil se encontró ante el cuerpo yacente de Cámara junto a La Raya, lo velaba su secretario personal, el también revolucionario José Moreno Ruíz. El cadáver fue trasladado al depósito del cementerio de Olivenza. Y Moreno, a la prisión militar de Badajoz. Tras un juicio rápido, fue condenado a garrote vil junto a una cuerda de convictos correligionarios. Pero sólo había disponible una unidad mecánica para ejecutar la fatalidad. Y como era el último en el orden establecido, se alargó el suplicio pues tuvo que esperar su ejecución mientras presenciaba una a una la de los otros reos. Moreno subió al patíbulo por conspirar contra la Monarquía, pero es que uno de aquellos desgraciados que le antecedieron en el garrote -cordonero de profesión- no había cometido más delito que ser portador de una carta desde Olivenza a Badajoz. Y murió sin conocer su contenido. Pues era analfabeto [Editado, revisado y actualizado el 10.03.2021].