Viejos muelles

Paseo con mi querido amigo Fernando de Valenzuela por los viejos muelles de Buenos Aires en una tarde de humos. Y de alcohol. Fernando es periodista, pero sobre todo es el traductor al español de los principales ensayistas y escritores checos contemporáneos, entre ellos Milan Kundera. Desde hace dos año vive retirado en Pinamar, a 340 kilómetros al sudeste de Buenos Aires. En espera de que terminen de construirle su nueva casa en la vecina ciudad de General Madariaga. Y con el sueño que espera cumplido para entonces de galopar a lomos de un caballo criollo en esas tierras que son ya gauchas. Hemos terminado de almorzar en Siga la vaca, un agradable restaurante de Puerto Madero. Que está emplazado en un dock, o antiguo depósito de mercaderías, junto a los que atracaban hasta los años 50 cargueros de todo el mundo para abastecer sus bodegas de grano nacional, entre otras mercancías. En un momento me ha parecido que caminábamos por el puerto de Liverpool. Por la bruma. Y por esos depósitos de ladrillo rojo que se van sucediendo a lo largo de los cuatro diques allí existentes. También por los tres veleros que se encuentran amarrados a tierra. Dos de ellos permanentemente, la corbeta Uruguay, legendario buque asociado a las expediciones al Polo Sur, y la fragata Presidente Sarmiento. Que fue buque escuela de la Armada Argentina desde 1896 a 1961. Hasta que lo sustituyó la también fragata Libertad, el tercero. Que está anclado un poco más lejos. En la dársena norte de esta ribera sur del río de la Plata, ya junto al apostadero naval. Y en espera de recibir órdenes de zarpar en unos días para iniciar un nuevo viaje de instrucción de la clase de guardiamarinas que lo llevará a Cádiz. Donde tiene previsto participar en la Gran Regata del Bicentenario de la Constitución de 1812. Le pregunto a Fernando si es pariente del capitán Antonio Valenzuela, herido en la sangrienta batalla de Ojo del Agua que enfrentó a los soldados del  Regimiento de Infantería de Canarias 42 (Peninsular) con las huestes de Maceo. Guerra de Cuba, octubre de 1885. Y me dice que todos los militares Valenzuela son de su mismo tronco familiar. Entonces le cuento que, moribundo Valenzuela tras complicárseles sus heridas con el vómito negro, a mi abuelo Francisco de Paula Orgambides Rodríguez le tocó asumir el mando en aquella acción desastrosa del Ejército español. Que le valió la medalla del Mérito Militar. Pero que jamás lució por el triste recuerdo que aquello le supuso. Fernando pide un whisky. Y yo un gin-tonic. Mientras seguimos contándonos historias en una cantina portuaria de la Avenida Alicia Moreau de Justo. Médica y política argentina nacida en Londres en 1885. E hija de un revolucionario francés que participó en la Comuna de Paris de 1871. Pero también fundadora de la Unión Feminista Nacional. Y esposa de Juan Bautista Justo, médico como ella. Y padre del Partido Socialista Argentino.

Fernando tiene una vida de premio. Pero los premios en España lo suelen manejar burócratas con pluma de gallina de corral. Ha sido corresponsal de la agencia Efe en Varsovia, Praga y La Paz, Bolivia. Tenemos de común amigo a Jaime Paz Zamora, ex presidente de ese país. Y hemos convenido viajar el año que viene desde Salta, en el norte de Argentina, a Tarija, localidad boliviana donde reside Jaime. Puede ser un entrañable encuentro. Y en ese empeño nos hemos comprometido. Nos acompañan esta tarde por los viejos muelles de Buenos Aires las sirenas de los transbordadores que unen la capital argentina con el puerto uruguayo de Colonia del Sacramento. Y el ruido de los camiones de contenedores que buscan salir de la ciudad por la Avenida del Ingeniero Huergo en busca de la autovía de la Plata. Que conduce a la costa antártica. Fernando residió en la capital porteña desde los dos a los 17 años. Ha vuelto ahora, después de reencontrarse con su novia de la adolescencia. Que es arquitecta. Y retirado por una invalidez. “Llegué a Buenos Aires el 13 de septiembre de 1949”, me dice. “Tras varias semanas de travesía desde Vigo con mis padres y un hermano mayor en el trasatlántico Alcántara“. Un buque de la Royal Mail Lines que durante la II Guerra fue artillado por la Marina británica para ser empleado como crucero auxiliar. Mi amigo tiene una memoria prodigiosa. Y me va desgranando pausadamente su génesis familiar. Así como sus años escolares en Buenos Aires, en donde se aproximó por primera vez a la política. Porque de adolescente llegó a ser dirigente de las Juventudes Comunistas Argentinas en el distrito San Telmo-Constitución. El padre de Fernando era Ramón de Valenzuela Otero (Silleda, Pontevedra, 1915). Hijo del médico local, estudió magisterio y filosofía, rama de historia. Y con apenas 20 años narraba cuentos populares gallegos en Radio Pontevedra con el seudónimo de Pepe dos Cestos. Está considerado uno de los principales escritores en lengua gallega, máximo representante de la generación del exilio. Fernando habla nueve idiomas. Y, como su padre, piensa en gallego. Me confiesa que ha sido interrogado como opositor por polícías de tres paises. Argentina. Checoslovaquia. Y España. Pero ninguno de aquellos agentes le tocó un pelo. Como a su padre. Porque siguiendo sus consejos así se lo hacía saber a sus supuestos torturadores antes del interrogatorio. “Ustedes a mi no me tocan”, dice que le dijo su padre a la Gestapo cuando le detuvieron en Francia, donde ejercía de instructor del maquis ya terminada la guerra. Fernando nació en 1947 en Villagarcía de Arousa, la tierra de su madre María Victoria Villaverde. Que vive aún. Y que es hija del que fuera alcalde republicano de Villagarcía, y diputado de Izquierda Republicana por Pontevedra, Elpidio Villaverde Rey.

Dejamos los viejos muelles para refugiarnos de la lluvia en el Torcuato&Regina, en Santa Fe con Plaza de San Martín. Para ello hemos tomado un taxi. Que no por eso interrumpe nuestra conversación. El padre de Fernando se vio obligado a enrolarse en el Ejército de Franco por encontrarse en zona nacional. Pero a la primera oportunidad se pasó al bando republicano incorporándose a la V División de Enrique Lister, en donde llegó al empleo de capitán a cargo de operaciones especiales. Peleó contra Franco, hasta el punto de intentar volar un puente que después supo defendía para el bando nacional su propio hermano Antonio. Y ya en Francia, contra la invasión alemana. Pero la Gestapo lo devolvió a España donde le cayeron dos penas de muerte. Como Franco era pariente lejano, desde el lado familiar le llovieron las súplicas. El dictador, tras recibir en audiencia a su tía abuela Carmencita, no la dejó hablar. Y espetó: “Lo que me vas a pedir está ya concedido”. De esta manera el padre de Fernando se libró de la ejecución, que fue conmutada por una pena de 20 años de la que se fue deshaciendo en una prisión anexa a las murallas de Ávila -dónde mataba el tiempo haciendo carrera de cucarachas- hasta conseguir salir en libertad atenuada en 1944. Pero quedando inhabilitado para la docencia. Lazos familiares con Argentina impulsaron a la familia Valenzuela a emigrar a este país, donde Ramón de Valenzuela ejerce como secretario de Castelao al tiempo que imparte clases gratuitas en la Federación de Sociedades Gallegas, difunde el teatro en esa lengua y se busca la vida como viajante de comercio. Es aquí donde empieza la historia de Fernando, que con apenas diecisete años consigue una beca para estudiar Filosofía en Praga gracias a los oficios del portero de la Embajada checa en Buenos Aires. Que era gallego, como todos los porteros y mozos (camareros) de la capital porteña en aquellos tiempos. Llegó a Praga sabiendo sólo una palabra de checo. Pivo, que significa cerveza. Pero al llegar a un bar la pronunció en plural, piva. Y le pusieron tres o cuatro cervezas. Tuvo como maestros en la Universidad de Carlos a los prestigiosos filósofos, y máximos exponentes de la Primavera de Praga, Jan Patocka, muerto tras un interrogatorio policial en 1977, y a Karel Kosic, represaliado casi de por vida. Fernando obtuvo el doctorado en Filosofía tras licenciarse cum laude, pero muy pronto se inclinó por el periodismo. Trabajó en los agitados tiempos de la transición (y después) en diferentes medios españoles y extranjeros. Pero como todo el mundo le preguntaba dónde había estudiado periodismo, decidió presentarse al master del diario El País en su primera edición. Quedó el tercero en las pruebas de aspirantes, por lo que se benefició de las becas destinadas a los tres primeros alumnos con mejor nota. Mi amigo sigue con whisky. Y yo me he pasado a un Fernet Branca con hielo. Ya ha anochecido en Buenos Aires. Y a nuestra espalda cabalga el Libertador San Martín sobre un impresionante pedestal de granito rojo señalando con su mano derecha la Cordillera de los Andes. “Yo soy ahora un inválido”, me dice Fernando. “Pués en Paris los inválidos tienen un plaza”, le respondo. Toma un sorbo de su whisky, me mira fijamente y sentencia: “Y bien grande que es esa plaza”.