Paseo por los Jardines de Cecilio Rodríguez después de leer el periódico al sol junto al estanque del Retiro. Rodríguez fue un maestro jardinero que dejó para la posteridad este hermoso (y cuidado) espacio público de fuentes, estanques y pérgolas dentro del parque más emblemático de Madrid. Durante el franquismo, los ministros (y altos funcionarios) del regimen con hijas comprometidas en matrimonio acudían al alcalde de turno para que les prestara estos jardines con el fin de celebrar el correspondiente convite de boda. Era todo un privilegio, pero también una forma de asegurarse la presencia de la esposa del dictador entre los invitados. Pués Carmen Polo Martínez-Valdés solía sentirse muy cómoda departiendo con el poder politico entre lilas de los Balcanes, azahares chinos, magnolios, rosas y pensamientos. Las prácticas corruptas (y los abusos) han estado presentes siempre en la historia de España. Citemos entre otros malversadores al I Duque de Lerma, válido de Felipe III, o a la reina regente María Cristina de Borbón, que llegó a especular con la trata de esclavos negros. Pero también ha habido gente excepcional en cualquiera de los gobiernos de cada época. Cuando mandaba Franco había en Cádiz un alcalde llamado José León de Carranza. Residía a 30 kilómetros de la ciudad. Y pagaba diariamente de su bolsillo la gasolina del coche oficial. Lo podía hacer porque era rico por casa. Y además tenía el título de marqués. Pero yo he visto a algún que otro marqués (y también rico) pidiéndome la factura de una comida que acababa de pagar con mi tarjeta de crédito porque le desgravaba Hacienda. También comprobé una vez como hacía lo mismo un conocido político con la persona que convocaba el almuerzo. En estos jardines de Cecilio Rodríguez reside un núcleo de pavos reales. Cada macho arrastra tres o cuatro hembras. Pero éstas últimas no son tan bellas en cuanto a plumaje. Porque los machos son los que poseen las coberteras que conforman el impresionante abanico que los caracterizan. En los años de despilfarro, un embajador de España incorporó a los jardines de la cancillería de Santo Domingo un núcleo de pavos reales. Los pavos fueron desapareciendo vertiginosamente. Y el embajador decidió poner el caso en manos de la policía. La sorpresa fue mayúscula cuando le informaron que sus exóticas aves habían sido desplumadas por una humilde familia que habitaba en los alrededores. Pero no para desnudarlas de su belleza, sino para hacer de cada ejemplar la comida de una semana.
El periódico viene hoy cargado de noticias que avergüenzan a cualquier persona honrada. Dos ex presidentes autonómicos en el banquillo. Una gigantesca escultura a modo de mascota que representa a Fabra en el aeropuerto fantasma de Castellón. Y el escándalo del Ere andaluz despidiendo olores a podrido, a drogas y a alcohol. Tampoco ha habido hoy tregua para Urdangarín, de quien cada día se conocen mayores tropelías. Lo que no comprendo es cómo ha podido caer antes el esposo de la infanta Cristina que Fabra, a quien The Guardian califica de personaje infame. Y cuando todos sabemos en España que se trata de un delincuente profesional. Como también lo es el imputado alcalde de Manises que nos intentó engañar diciendo que le había tocado el gordo de Navidad para justificar su corrupta fortuna. En este caso el juez actuó con inusitada rapidez. Y el pájaro (que no pavo real) tuvo que reconocer que había mentido. Pero ahí sigue de alcalde. Como de diputado sigue Pepiño Blanco. Y de yerno real (aunque parezca pavo) todavía Urdangarín. Una semana después de que La Zarzuela anunciara en 1997 el compromiso matrimonial de Cristina de Borbón con el entonces jugador de balonmano tuve la oportunidad de encontrarme con la primera en una entrega de premios en Madrid. Conocía yo a la segunda hija de los Reyes de los viajes que realizaba a mitad de los 90 a América Latina con la embajadora Anunciada Fernández de Córdoba para visitar proyectos de cooperación. Y desde entonces guardo -y seguiré guardando- hacia ella especial estima y consideración. Porque no hay que olvidar que se trata de mujer formada en Ciencias Políticas y con una maestría en Relaciones Internacionales. Que por su primer empleo en la Unesco en Paris cobraba mensualmente (y a modo simbólico) un sólo dolar. Y que hasta que conoció a Urdangarin -y se convirtió en madre de cuatro hijos- residía en un discreto piso de soltera en Barcelona. Lejos de la rigidez de La Zarzuela. Y de los protocolos oficiales al uso, lo que escenificaba cada verano calzando unas abarcas menorquinas. Que es un calzado campesino que se remonta a la ocupación cartaginesa de la isla. Y que hasta entonces no había tenido el privilegio de formar parte de equipaje real alguno. Esta es al menos la imagen que de Cristina guardo. Y recuerdo que aquel día me sonrió queriéndome decir algo más que gracias. Lo que la persona que me acompañaba -la ensayista y periodista María Ramírez Ribes, de paso en Madrid hacia Caracas– interpretó con sutileza femenina diciéndome después: “Esta mujer está ciega de amor”.
Me llama la atención unas imágenes de archivo muy singulares que de vez en cuando ofrecen las televisiones sobre la pareja. En ellas aparece un Urdargarín a paso deportivo -y muy suelto de formas- tirando de la mano a la infanta Cristina. Que camina dejándose llevar, pero un paso atrás. Dicen mucho estas imágenes, pués hasta hace muy poco los esposos de las infantas de España comparecían discretos. Y nada poseedores de sus cónyugues, al menos en público. Me refiero a los cuñados del rey, porque ya con Marichalar comenzaron los desajustes. Aunque este pánfilo real (que no pavo) merece otro artículo. Desde que saltó el caso Urdangarín me he acordado mucho de aquella frase de la entrañable (e inolvidable) María Ramírez Ribes, fallecida de cáncer hace dos años. Y a tenor de la lectura de las imágenes referidas concluyo que Urdangarín desde el principio se enmascaró de yerno ideal. Teatralizando encantos. Y repartiendo bondades a modo de sonrisas. Cuando en realidad nos ocultaba a un tipo posesivo -y frío de cáculo- empujado por una ambición desmesurada. Porque hay que estar hambriento de codicia (y ser un desvengorzado) para enriquecerse impunemente ( y de forma tan rápida) escudándose en su condición de consorte. Los pavos reales son los galliformes de mayor tamaño. Tienen los torsos muy altos. Y los del macho están armados de un fuerte espolón. El plumaje es una mezcolanza de colores verdes, azules, blancos y rojos. Y las coberteras se prolongan por encima de la cola. Que la conforman veinte plumas. Tienen un séquito que se abre como una rueda durante la época de celo. Y, según National Geographic, “las hembras eligen al macho en función del tamaño, color y calidad de sus extravagantes colas”. Comprendo el amor ciego de Cristina de Borbón hacia su marido. Incluso durante los quince años que llevan de matrimonio. Pero ha tenido motivos evidentes en los últimos tiempos para recuperar la vista a tenor de lo que se estaba cociendo en casa. Y de los constantes avisos que supongo le han llegado desde que se vieron obligados a mudarse a Estados Unidos. El 6 de febrero comparece Urdangarín ante el juez. Y desconozco como va a ser recibido a la puerta de los juzgados de Palma. Camuflar su entrada por parte de los guardaespaldas reales sería un error. Como también sería un error que el juez le diera un tratamiento privilegiado que no se merece. Un cuervo común se acaba de posar junto al núcleo de pavos reales que deambulan por los Jardines de Cecilio Rodríguez. Los galliformes no se inmutan. Y el visitante se mueve entre ellos como si fuera de la familia. Busca algo que comer entre unas bayas esparcidas por el suelo. Y, conseguido su objetivo, emprende vuelo hasta posarse en una pérgola. Dicen que el cuervo es un ave oportunista. Coexiste con los humanos desde hace miles de años. Y en algunas regiones en las que abunda se considera una especie nociva.