Regreso en Ave de Valencia a Madrid en medio de la ola de frío. Y comparto asiento con una ciudadana británica que no ha abierto la boca porque lee con detenimiento el Daily Mirror. Que da cuenta en portada del aniversario de la llegada al trono de Isabel de Inglaterra. Hace ya 60 años. El tabloide destaca en titulares que la reina atraviesa (a sus 85 años) un gran momento de popularidad. Y que el 80% de los británicos desea que siga al frente del país mientras la salud se lo permita. Yo estuve en Londres durante el Silver Jubilee (1977), pero este año toca el Diamond. Todavía en aquellos tiempos los españoles arrastrábamos algunos complejos con el resto de Europa. Aunque también hay que reconocer que empezábamos a espabilar. En Londres me enteré de la legalización del Partido Comunista de España. Que tuvo una amplia repercusión en la prensa británica. Londres era entonces una ciudad fantástica. Mientras el embajador de España -entonces el marqués de Perinat– se desplazaba por la ciudad en Rolls Royce, los españoles de mi generación financiaban sus cursos de inglés empleándose como kitchen porter (fregando platos). O de aupair (cuidando niños). Los ociosos nos acantonábamos en el Soho con una pinta de cerveza. O estrenando sabores. Unas veces shis kebab. Y otras roti con curry de pollo. Entre las mridangas (y kartalas) de los Hare Krishna. Y las canciones más agresivas de The Clash. Que era entonces el grupo punk más exitoso del mundo. Y cuyo lider Joe Strummer (ya fallecido) se reveló tiempo después como seguidor acérrimo de Lorca. Hasta el punto de intentar en los 80 recuperar sus restos. Supe de esto hace años por las revelaciones del periodista (y amigo) Jesús Arias, entonces músico y compañero de aventuras de Strummer en Granada. Arias trabajó conmigo cuando yo dirigía la edición andaluza de El País. Pero nunca -salvo unas sustituciones que hizo en Sevilla– conseguí que saliera de Granada. Que es una ciudad que atrapa. Y que no deja escapar a los suyos. Mi último recuerdo de Enrique Morente fue en la Alhambra poco antes de su muerte. Compartíamos un cocktail informal con la infanta Elena tras la inauguración de la exposición de Matisse en el Palacio de Carlos V. Y observé que no se conocían. El cantaor por timidez no se atrevía a dar el paso. Y como la inútil funcionaria de la Casa Real que acompañaba a la hija del Rey no favorecía el encuentro, le hice a Morente una encerrona. Fue un saludo muy elegante. Que más tarde supe que emocionó a la infanta.
Cuando residía en Valencia me llamó un día Carlos Cano. Mi inolvidable amigo granadino. Era domingo. Y me propuso pasear por la ciudad. Al llegar a la calle de San Vicente me invitó a entrar en la Iglesia de San Martín. Y mientras recorríamos el interior del templo empezó a contarme historias relacionadas con el santo. Que antes de abrazar el cristianismo había sido miembro de la Guardia Imperial de Roma. Y que en una ocasión entregó la mitad de su capa a un pobre para protegerle del frío. Me sorprendió que supiera tanto de aquel santo. Y cuando acabamos la visita me reveló que aquella era la iglesia en donde se había casado. Desde entonces, cada vez que paso por ese lugar me acuerdo de Carlos. Y de aquel paseo valenciano. San Martín celebra su festividad cada 11 de noviembre coincidiendo con el primer vino del año. Confieso que cada día sé algo más sobre este joven soldado imperial. Recientemente lo ví plasmado en la obra de Pieter Bruegel, El vino de la fiesta de San Martín. Que se exhibe en el Prado tras una magistral restauración como consecuencia de su adquisición en 2010. Bruegel (el Viejo) es el pintor flamenco más importante del Siglo XVI. Y esta obra no sólo es de las más complejas que ha pintado sino que durante siglos se dió por perdida. Ya que se tenía constancia de ella por una estampación mandada hacer por su biznieto Abraham Bruegel. Pero se desconocía publicamente donde se encontraba el cuadro. Hasta que la Casa de Medinaceli lo encontró en una de sus propiedades sin saber quién era el autor. Pero convencida de que procedía de un buen pincel puesto que había sido adquirido en Italia por el IX duque, Luis Francisco de la Cerda. Embajador en la Santa Sede y después virrey de Nápoles. Las calles de Valencia me recuerdan a la capital napolitana. Que es donde desarrolló su carrera artística José Ribera (el Españoleto). Valenciano de Xátiva que se inició con Ribalta para seguir después la huella de Caravaggio. Una escultura en bronce de Mariano Benlliure recuerda a este pintor tenebrista en la plaza del Poeta Llorente. Frente al antiguo cauce del Turia. Ribera era pequeño de estatura, jugador y pendeciero. Tal vez por eso Benlliure le incopora una espada caballeresca a la estatua. Velázquez le visitó en Nápoles. Y Byron dejo escrito que pintaba con la sangre de los santos. Con veinte años ya había realizado un soberbio cuadro para la Iglesia de San Próspero de Parma. Era un San Martín compartiendo capa. Pero desgraciadamente también esa pintura se perdió. Y nunca fue hallada.
El sábado último cené con unos amigos en el Sushihome del barrio del Carmen. Y después nos fuimos todos a tomar unos tragos al Meta Bar del Caro Hotel. Que es un hotel-monumento de 26 habitaciones diferentes recientemente inaugurado en el centro histórico de Valencia. Y que comparte edificio con el restaurante Arrop de Ricard Camarena. Una de las seis estrellas Michelín de la ciudad. El hotel se encuentra ubicado en la que fue casa-palacio del Marqués de Caro. Y su construcción se ha retrasado siete años porque el proyecto fue varias veces modificado como consecuencia de los hallazgos arqueológicos. El interiorista barcelonés Francesc Rifé se ha hecho cargo de la distribución mezclando historia, vanguardia y tendencias. De manera que el espacio combina diseño, luz natural (y eléctrica) y un conjunto de piezas localizadas durante las obras. Y que representan a las distintas civilizaciones que han pasado por la ciudad. Entre otras, un mosaico romano del Siglo I antes de Cristo. Restos visigodos. Parte del lienzo de la muralla árabe que resistió el cerco del Cid. Y la azulejería original del palacio. Que data del Siglo XV, pero que llegó a nuestros días muy reformado. En el Meta Bar se exhiben tres pilares cónicos que en su día fueron metas del circo romano de Valentia. Que era de grandes dimensiones (350 metros de largo por 70 de ancho) y tenía capacidad para albergar a 10.000 personas. Aquel circo discurría por donde después se levantó la casa-palacio. Y revela que Valencia fue una ciudad importante de Hispania tras la muerte del emperador Augusto. El Ave me ayuda recuperar estos recuerdos de ayer (y de hoy) mientras mi ocasional compañera de viaje continua entregada a la lectura del Daily Mirror. Me entran ganas de conocer su timbre de voz poniendo a todo volumen White Riot. Que es una de las primeras canciones transgresoras de The Clash. Pero está en su derecho a permanecer autista. Y a distraerse con la reina Isabel. De todas formas hoy toca Estrella Morente. Que esta noche ofrece un recital en el Circo Price al que acudo. Porque Estrella me devuelve a Granada. Como Carlos Cano me traslada a Valencia. Y aquel soldado de la Guardia Imperial me lleva a Bruegel. Y a Ribera. Dos destrucciones por incendio sufrió Valencia durante la dominación romana. Pero pudo resurgir de sus cenizas. Quienes no pueden resurgir son Lorca. Cano. Morente. Y Joe Strummer. Tengo el presentimiento de que esta noche en el Price me va a acompañar la suerte. Y Estrella me va a ayudar a recuperar parte de todos ellos.