En 1775, Francisco de Goya dibujó a lápiz, y sobre papel ahuesado, a Hércules en tres posiciones, tomando como referencia un vaciado en yeso que representa al héroe griego en reposo después de las duras pruebas de penitencia –Los doce trabajos– a que fue sometido por la sibila délfica tras enloquecer y asesinar a cinco miembros de su propia familia, entre ellos su mujer e hijos. El vaciado -copia de 1653 del Hércules Farnesio que se expone en Nápoles- se encuentra en la Academia de San Fernando, en la madrileña calle de Alcalá. Y lo encargó Diego de Velázquez al vaciador Cesare Sebastiani [para Felipe IV] durante un viaje a Roma. Pero recientemente fue desplazado de su ubicación, y retirado de las visitas, tras sufrir serios desperfectos a modo de grietas como consecuencia de los martillos neumáticos empleados para dejar bonito el complejo del lujo [Canalejas] que levanta justo en frente el constructor, y voraz corruptor palaciego, Juan Miguel Villar Mir, ennoblecido en 2011 por Juan Carlos de Borbón. Hércules pudo estrangular al León de Demea, robar yeguas, ganado y manzanas, capturar al Jabalí de Erimanto y matar a la Hidra de Lerna o a los Pájaros del Estínfalo, pero no pudo con Villar Mir y su piqueta. Tampoco ha podido la justicia española. Los tres dibujos de Goya pertenecen a su Cuaderno italiano. Y los custodia el Prado desde 1993, tras adquirirlo a un particular gracias al legado de Manuel Villaescusa Ferrero, un abogado, soltero y originario de Tarancón [Cuenca], que donó en testamento en 1991 toda su fortuna [7.000 millones de las entonces pesetas] a la pinacoteca madrileña. Para contemplar ahora en España a Hércules Farnesio [o en reposo] hay que desplazarse a Cádiz, en cuyo museo da la bienvenida una réplica del siglo XIX, solo diferente de la madrileña por una hoja de parra que cubre sus genitales. O viajar a Nápoles, en donde se conserva con majestuosidad [Museo Arqueológico] la matriz en mármol, realizada a finales del siglo II por el ateniense Glykon. Y que tomó como referencia para ello una escultura similar en bronce -créese la pieza original, ya desaparecida-, obra de Lisipo [Siglo IV a.C.], autor del Apoxiomeno que se conserva en el Vaticano. Hércules ha trascendido de la literatura mitológica al arte según el qué y el cuándo de cada tiempo. Y, por lo que se ve, sus doce trabajos no han sido suficientes para dejar de cumplir penitencia, que se hace eterna al menos en lo artístico. El Farnesio en mármol, llamado así por haber sido parte de la colección de esta influyente familia -el pontífice Pablo III, Julia Farnesio, los duques de Parma-, fue encontrado decapitado y desmembrado en 1546 en las excavaciones de las Termas de Caracalla [Roma]. Así que, por consejo de un discípulo de Miguel Ángel, fue reconstruido en yeso salvo las piernas, que se hicieron nuevas. Y en mármol. Otra vez reverente, el ya Hércules de los Farnesio llegó íntegro al siglo XVIII, pero aún debió de soportar la sustitución de sus nuevas piernas por las originales, que fueron halladas a posteriori. A Villar Mir se le han exigido responsabilidades. Y las ha eludido, si bien ha enviado un donativo de 70.000 euros para taparle la boca a la Academia. Cuando Sebastiani acabó el vaciado, las piezas viajaron intactas [en 180 cajas] de Roma a Madrid, pasando por los puertos de Civitaveccia y Alicante. No sé cómo hizo el trayecto desde Madrid la réplica que se encuentra en Cádiz, quizás por el renovado Camino real de Andalucía, que desde 1786 incluía ya la variante de Despeñaperros. Pero llegó sano para ser admirado, pues la ciudad se siente vinculada a Hércules porque también forma parte de su mitología. El vaciado gaditano ya no está sano, pues un irresponsable lo movió de su hornacina en 1980 con ocasión de unas obras en el museo, dejándolo descuarejingado para siempre. De manera que hoy disimula sus heridas remendado. Y cubierto por una capa de pintura de cal, con riesgo de hacerse trizas a la mínima. Más que inmortal, en Cádiz Hércules es ahora intocable. Rompe las conchas Hércules famoso/ de la Hidra feroz, y el campo esmalta/ de veneno y de sangre, el tronco salta/ por la violencia del bastón ñudoso, clama Lope de Vega [Soneto 93].