Llevo años sin pisar La Habana. Donde se encuentra el Floridita, que fue uno de los bares más emblemáticos del Mundo. Al menos eso decía la revista Esquire, que en 1953 lo incluyó entre los siete grandes. Yo viví su reapertura, allá en 1991. Cuando Fidel Castro lo remodeló como reclamo turístico. Lo salvó, aunque me pese. Y con gusto refinado. British regency. Rescatando de su jubilación al barman Antonio Meilán, el favorito de Hemingway. Me hice muy amigo de aquel buen hombre de 65 años entonces. De padre gallego. Y que gozaba de un merecido retiro desde que cerró por reformas el viejo local a finales de los 80. Tras medio siglo en la casa, donde entró de chiquillo. Con 13 años. Como mozo de neveras. De la mano de su tío Constante (Constantino) Ribalaigua Vert, durante muchos años propietario del establecimiento. Hijo de un pescador de Lloret de Mar, Constante fue de aquellos españoles que hicieron las Américas con éxito, porque ya en 1918 regentaba el negocio. Donde sólo cuatro años antes había empezado como barman. O cantinero, que es como se llaman los que así ofician en la isla Cuba. La más grande de las Antillas. Meilán heredó de Constante -casado con la hermana de su padre- todo, menos el local. Que se lo quedó la Revolución. Pero sí su historia, de la que formó parte durante cincuenta años. Con su tesoro más preciado. Una carta de cócteles con más de 150 variedades, excepto el Papá daiquirí que lo inventó él para Ernest Hemingway. Doble trago, nada de azúcar.
El Floridita está en la esquina de las calles Obispo y Monserrate, en el centro de La Habana. Desde 1817 había allí una cantina que se llamaba La Piña de Plata, que luego se convirtió en La Florida, para quedarse en el nombre de hoy, que no lleva artículo. Lo que hizo Castro en 1991 fue darle un nuevo aspecto al local, incorporándole un restaurante especializado en pescados y mariscos, especialmente langosta. Con Meilán en la barra, con su chaquetilla roja preparando daiquirís. Y con Masita en los fogones. Que es como popularmente llaman al negro Joaquín Montalvo, su actual jefe de cocina. Recuerdo a Meilán hablándome de sus clientes. Preparándome un daiquirí como se los hacía a ellos. Sinatra. Luciano. Sartre. Gary Cooper. Errol Flynn. Spencer Tracy. Cantinflas. Dominguín. Ava Gadner. Mattews. Tenesse Williams. Samuel Eliot Morrison. Siempre Hemingway. Y el Ché. Que los pedía sintéticos, sin alcohol. Contándome historias para mi desconocidas. Como la del cuba libre, que nació al acabar la guerra con España. Bebida de la clase de tropa. Cuando un grupo de expedicionarios yanquis mezclaron coca-cola con ron para brindar por la victoria sobre la escuadra de Cervera en Santiago. O como la del mojito, que se remonta a la época del pirata Drake. Mezcla de rón, azúcar, limón y menta. Que se servía en una cuchara de asa en forma de cola de gallo. De aquí, cock-tail.
Cuando frecuento Del Diego en Madrid. O Ideal en Barcelona. E incluso Boadas, allí junto a las Ramblas. Me acuerdo siempre de Meilán. De cómo agitaba su coctelera. De cómo cortaba aquellos limones criollos. De cómo ordenaba los siropes. Las batidoras eléctricas. Las matas de menta. Las medidas de azúcar. El hielo picado. El Floridita ha sido referente de legendarios barmans. Miguel Boadas (aprendió allí su oficio). Chicote. Giuseppe Cipriani, del Harrys Bar. Toby Chechini, del Odeon Bar de San Francisco. Jacinto Sanfeliú. Antonio Gotarda, fundador de Ideal. Su hijo José María, que fue becario en el Harris. Allá en Paris. Catedral del daiquirí han llamado siempre al Floridita. No en vano este coctel nació en Cuba. Y fueron los cubanos quienes lo exportaron al mundo. Con su embajador Hemingway. Fue idea de un ingeniero americano llamado Jenning Cox. Que trabajaba en una mina de cobre cercana a Santiago de nombre Daiquirí, que es también localización de playa. En 1898. Temeroso de consumir el ron a secas, le añadió azúcar de caña y jugo de limón criollo, dándole un punto helado. Un amigo de Cox de nombre Pagliuchi, oficial del Ejército USA, lo bautizó como daiquirí. Y lo introdujo entre los mandos acantonados en la isla, que lo pusieron después de moda en el Club Militar de Washington. En 1913, el barman español Emilio González -a quien llamaban Maragato– ya lo servía en la cantina del Hotel Plaza. Le siguió Constante. Y ya más tarde su sobrino Meilán. Mi amigo de la Habana en aquellos noventa. Toda una vida. Toda una historia. En el Floridita.