Este mediodía viajo a Valencia. En donde me siento como en Sevilla. Pero en el Mediterráneo. Muchas veces me he quedado observando el Micalet. Que concibo como un pariente lejano de la Giralda. El Micalet tardó cuarenta años en construirse. Y la Giralda dieciocho. El campanar valenciano es de estilo gótico. Y fue levantado por maestros cristianos entre los siglos XIV y XV. Mientras que el alminar sevillano es obra del arquitecto Ahmad Ben Baso, que se inspiró en la Kutubia de Marrakech. Pese a que su verdadera gemela se encuentra en Rabat. Kutubia, Giralda y Tour Hassan (que no está acabada) se construyeron el Siglo XII. Y hoy se estudian juntas. Los cristianos añadieron a la Giralda un remate para albergar un cuerpo de campanas. Que desde entonces corona una veleta que representa el Triunfo de la Fe victoriosa. Y que se conoce como el Giraldillo. También a la torre valenciana le añadieron una espadaña a principios del siglo XVIII. Pero la veleta del Micalet pasa desapercibida. Porque la que goza de popularidad en Valencia es la Cotorra del Mercat. Que señala los puntos cardinales (y la dirección del viento) cual vigía que domina la ciudad. Raramente me he encontrado a alguien que cambie de repente su pasión por un equipo de fútbol. Pero sí he visto políticos que han pasado de un bando a otro sin ningún pudor. En la transición conocí a un tipo que ejercía la subdirección de Mundo Obrero. Órgano oficial del Partido Comunista de España. Y años después me lo encontré de consejero-delegado de Iberia. Tras haber pasado por varias multinacionales. Un día en Argel me recibió un alto dirigente del Frente Polisario que vomitaba desaires hacia el rey Hassan II de Marruecos. Y meses más tarde lo vi en el Palacio Real de Rabat haciéndole una reverencia sumisa durante una ceremonia pública. Escribo esto sin saber quien va a ganar el congreso socialista de Sevilla. El veterano Rubalcaba. O la joven Chacón. Pero lo que no me cabe duda es que la de hoy será una noche de conversos. Y a la luz de la Giralda.
El Micalet nació como torre exenta. Y fue después cuando se unió a la catedral de Valencia. Mientras que la Giralda formaba parte del conjunto que integraba la gran mezquita de Sevilla. De la que por cierto sólo quedan en pie el alminar. Y el patio de las abluciones, que tras la conquista de la ciudad se conoce como de Los Naranjos. Confieso que tengo fijación por Francisco de Goya. Que es un pintor que está en muchas ciudades de España. Y que forma parte de las colecciones más importantes del mundo. Un día escuché en Sevilla a un falso guía que se expresaba hacia el pintor aragonés como un hombre indefinido políticamente. Que cuando le convenía estaba con José Bonaparte. Y cuando no con Fernando VII y su camarilla. Me dio ganas de refutar a aquel ignorante. Pero desistí porque no merecía la pena. Goya fue un hombre ilustrado. Que sufrió por la traición de Napoleón a la Revolución francesa. Que ha dado gloria a la Iglesia con su pintura religiosa, pero que también fue perseguido por esta (La maja desnuda). Y que pese a ser pintor de la Corte, en realidad fue un disidente silencioso que manifestaba lo que sentía mediante su pincel. He aquí Los desastres de la Guerra. O sus Pinturas negras. Recientemente he visitado los frescos del pintor aragonés en El Pilar de Zaragoza. Y también los de la madrileña ermita de San Antonio de la Florida. La suntuosidad de Zaragoza contrasta con San Antonio, donde Goya introduce elementos profanos (y también castizos) a la pintura religiosa. Pero no para provocar, sino para hacer más real ese lugar sencillo. Porque San Antonio era una ermita a la que acudían las mozas madrileñas con rogativas de novio. Ocurre igual con la Giralda sevillana. Obligada a critianizarse con campanas. Y coronada por una de las tres virtudes teologales. La imagen representativa encarna a una mujer de extraordinario parecido a Minerva. Así es la historia (y también el arte). Los cristianos reconvierten un alminar en campanario de la fe. Y un artista del Renacimiento le coloca encima una diosa pagana.
Si la mañana me lo permite, el domingo intentaré pasar delante del Micalet. Y entrar en la catedral para contemplar los dos Goya que allí cuelgan por encargo de la IX duquesa de Osuna, uno de ellos San Francisco de Borja y el moribundo impenitente (1788). El pintor estuvo en Valencia en el verano de 1790 porque a su esposa Josefa Bayeu le prescribieron baños de mar. Dice la leyenda que sostuvo un enfrentamiento con los canónigos de la catedral. Que le recriminaban haber pintado desnudo al moribundo impenitente. Y le exigían que lo retocara añadiéndole un sudario blanco. Que yo sepa nadie ha visto al impenitente desnudo, pero algo debió ocurrir porque de lo contrario no existiría la leyenda. Goya en este impresionante lienzo recurre al amarillo para destacar el drama, introduce caricaturas humanas que representan el miedo y se acerca -como escribió en su tiempo el marqués de Ureña– al color negro (y a la arquitectura gótica) que representa lo sublime terrible. Técnica que desarrollaría magistralmente años después al pintar El prendimiento de Cristo (1798), obra que se expone en El Prado. Hace frío en Madrid. Y en muchos lugares de España ha llegado la nieve. Goya convierte la pintura en Goya. Y es un adelantado de su tiempo. Un genio como él no puede ser un hombre sin ideología. Y los colores lo delatan. Como también al Micalet, a cuyo segundo cuerpo le llamaban la presó (prisión). Porque allí se refugiaban los perseguidos de la justicia que buscaban amparo (y protección) en la Iglesia. Diez años después de iniciada la construcción del Micalet -en 1391- fue asaltada la aljama de Valencia, que se extendía sobre lo que es hoy la calle del Mar. Los judíos desparecieron como comunidad organizada. Y se hicieron conversos, aunque muchos siguieron practicando su religión en secreto. Cuando el Micalet ya estaba construido, un segundo asalto por motivos de religión es perpetrado en la ciudad. Esta vez le tocó a la morería (1456), emplazada donde hoy se encuentra el Mercat de Mosen Sorell, en pleno barrio de El Carmen. Las tres culturas se reducen a una. Y la historia empieza de nuevo. El Ave ha anunciado su salida. Durante el trayecto se sabrá quién es el nuevo dirigente socialista. Chacón. O Rubalcaba. Mientras tanto sigo comparando. Sevilla con Valencia. Y la Giralda con el Micalet. No encuentro pareja para Goya. Tampoco para la diosa Minerva. Y entonces se me ocurre juntarlos. Ahora sólo me queda saber si el moribundo impenitente fue pintado desnudo.