Cartas de amor

La última vez que estuve en Roma me alojé en el Hotel d’Inghilterra, junto a la Bocca di Leone. Es un edificio del siglo XVI próximo al palacio de los Torlonia que acogía huéspedes. Y que se convirtió definitivamente en hotel en 1845. Fue frecuentado a principios del XIX por viajeros ingleses que acudían a visitar al poeta John Keats, amigo de Shelley y de Byron. Que residía en la vecina Piazza de Spagna. Donde convalecía de tuberculosis. La misma que acabó después con su vida. También por allí han pasado notables escritores. Como Hans Christian Andersen, Henry James, Mark Twain y Henryk Sienkiewicz, este último autor de Quo Vadis. O compositores, como Franz Listz. Y hasta un pontífice, Pio IX. Que acudió a sus salones para cumplimentar a Pedro V de Portugal, al que llamaban El Esperanzado. Algo inusual en un papa de entonces. Hoy he descubierto que el Inghilterra cuenta con un nuevo huesped ilustre. Porque fue el hotel desde donde Neruda escribía a Matilde Urrutia. En la primavera de 1952. Y en vísperas de la publicación de Los versos del capitán, dedicados a ella. Entonces su amante secreta. Seix Barral acaba de reunir en un libro de próxima aparición un conjunto de cartas de amor inéditas del poeta chileno a su amada que revelan su estadía en ese hotel por el membrete de una de sus cartas. Que publican estos días los periódicos. Neruda escondía en aquellos tiempos su pasión por Urrutia para no ser descubierto por Delia del Carril, entonces su esposa. Como también escondió la autoría de Los versos del capitán en su primera edición, que fueron editados en Nápoles de forma anónima.

pablo-nerudaAmigo personal de Lorca, su asesinato le produjo honda conmoción. Un año después -en 1937- escribía España en el corazón, un libro de poemas anclado en la tristeza que describía los horrores de la guerra civil. Lorca y Neruda se conocieron en Buenos Aires, a donde había viajado el poeta granadino en 1933 invitado por la actriz Lola Membrives y su esposo, el barítono y empresario teatral español Juan Reforzo. Para estrenar allí Bodas de Sangre. Que igualmente dirigió con gran éxito. Aquella amistad se extendió un año después a Madrid, donde el autor de Canto General fue destinado como cónsul de Chile. Cuando llegó Neruda a Madrid la única persona que le esperaba en la estación era Lorca. Que le presentó a todos sus amigos del 27. Altolaguirre. Bergamín. Cernuda. Aleixandre. Moreno Villa. Con Rafael Alberti mantenía de antes una relación espitolar. Fue el autor de La Arboleda perdida quien recomendó a Neruda como vivienda la Casa de las Flores, en el madrileño barrio de Argüelles. Edificio singular de la II República. De arquitectura vanguardista. Prototipo de urbanismo futurista. Hoy monumento nacional. Neruda vivió en la quinta planta, en un piso confortable al que le quitó un tabique para hacer más grande el salón en el que se reunía con sus amigos. Y a donde acudía Delia del Carril, pintora argentina. Comunista. Veinte años mayor que él, a quien Alberti llamó flor de único tallo idoblegable.

Esta noche me he acercado a la Casa de las Flores. Que sigue ahí impertérrita. Casi desapercibida en un Madrid que se protege del frio. Y de la depravación comercial. En el corazón de Argüelles. Calle de la Princesa. Distrito de Moncloa. Muy cerca de Casa Manolo, refugio del poeta en aquellos años. Cuando se llamaba Bar Aja. La Casa de las Flores no tiene nada que ver con el Inghliterra, pero los une Neruda. Éste, anclado en el siglo XVI. Aquella, avanzada de su tiempo. En los dos se inspiró el poeta. Y en ambos hizo de su poesía amor. Neruda fue feliz en Argüelles. En un Madrid de entretiempos, con campanas de relojes. Tremendamente seductor. Atalaya de un océano de cuero, rostro seco de Castilla. Donde conoció a Machado, con su traje negro de notario. Y a Juan Ramón, viejo niño diabólico de la poesía. O a Valle, con su interminable barba blanca. Hasta que las bombas le obligaron a huir en otoño de 1936 a Paris. Comprometido con la República. Regresando por unos días a Madrid meses después. Otra vez a la Casa de las Flores, machacada ya por la artillería facciosa. Donde un joven miliciano llamado Miguel Hernández le ayudó a recoger sus recuerdos de Ceilán. De Singapur, de Batavia, después Yakarta. Y a empaquetar sus libros, esparcidos por los suelos. Marchitos. Entre grietas y socavones. Inyectados de horror. Golpeados por la metralla. Poesía rota, pasión vencida. Ilusión desecha, paraiso en guerra. Destrucción. Era España tirante y seca/ diurno tambor de son opaco/ llanura y nido de águilas/ silencio de azotada intemperie. Y ya no volvió jamás (1). Cartas de amor, Hotel d’Inghliterra.

 

(1) Neruda tocó puerto en Barcelona y Santa Cruz de Tenerife en 1970 cuando navegaba en el Verdi de Europa a Valparaiso, reclamado por Allende para que participara en su campaña electoral. En ambos puertos llegó a pisar tierra firme por unas horas. En Barcelona paseó con García Márquez y en Santa Cruz con un grupo de periodistas, entre ellos Juan Cruz, que tenía entonces 21 años. En 1972 volvió a pisar suelo español, esta vez en una escala aérea de varias horas en Barajas. En ese momento le acompañó el pintor José Caballlero. Pero sin salir del aeropuerto.