Muñecos rotos

La curiosidad me empuja a entrar en la madrileña Iglesia de San Sebastián. Que está en la calle de Atocha, justo frente a la de Cañizares. En el límite del Barrio de las Letras con Lavapiés. Nada más cruzar la cancela, una lápida da fe de los bautismos, bodas y exequias de sus feligreses célebres, entre ellos Lope de Vega. Que fue enterrado aquí. Esta es una iglesia de mucha tradición. E historia. De entrada, el matador Rafael El Gallo, el bandolero Luis Candelas y el maestro Barbieri compartieron su pila bautismal. Al igual que los premios nobel José de Echegaray y Jacinto Benavente. Y el dramaturgo Tirso de Molina. Aquí se casaron Mariano José de Larra y Pepita Wetoret (1819), José Zorrilla y Florentina O’Reilly (1835), y Ramón María del Valle Inclán y la actriz Josefina Blanco (1907). También pasaron por esta vicaría (aunque en secreto) Rafael El Gallo y Pastora Imperio (1911), pero la convivencia se rompió muy pronto. Y al año estaba cada uno por su cuenta. Todo lo contrario a Mateo Práxedes Sagasta y Ángela Vidal, que tuvieron que esperar a cumplir 59 y 48 años respectivamente para celebrar sus esponsales en este mismo templo. Dado que Ángela se unió a Sagasta siendo mujer casada. Por lo que la pareja no pudo ser legalizada canónicamente hasta que murió el cónyugue legítimo. Ya avanzado 1885, entre la primera y la segunda presidencia de Sagasta. La iglesia de San Sebastián  fue destruida durante la guerra civil. Y levantada de nuevo en los años 40. De ahí que airee con profusión su historia. Y sus célebres bodas, algunas de las cuales terminaron en fracaso. Como la de El Gallo y Pastora Imperio. O la de Larra y Wetoret, que tuvieron una relación tormentosa. Valle Inclán y Josefina Blanco se divorciaron en 1932. Mientras que Zorrilla y Florentina O’Reilly (una viuda dieciseis años mayor) no pudieron hacerlo porque la ley lo impedía. Cuentan los biografos que fue tan difícil (y desgraciada) la vida marital del autor de Don Juan Tenorio que un día abandonó la casa familiar para no volver jamás. Algo muy común en su tiempo. Puede que hoy esté invadiendo la intimidad de las celebridades que cito, pero nada mejor que la realidad para desnudar hipocresías. De la Iglesia. Y de sus mortales.

Callejeo desde esta iglesia de la calle de Atocha hasta alcanzar la Plaza de la Platería de Martínez. Hermoso lugar de Madrid en la confluencia de la calle de las Huertas con la de Moratín. Martínez era un orfebre aragonés que Carlos III puso al frente de la Real Fábrica de Platería. Detallan las crónicas que para alojar aquellos talleres se levantó un edificio neoclásico cuya fachada remataba en un grupo escultórico presidido por Minerva. De aquello nada queda, salvo una fuente de 1999 que recuerda la iniciativa real. Propia de la España ilustrada, como la Real Fábrica de Vidrios y Cristales de La Granja. O la de Tapices de Santa Bárbara en Madrid. En uno de los coquetos cafés de esta plaza hago parada. Son las cinco de la tarde. Y en la mesa contigua han dejado abandonado un ejemplar de Abc. Un periódico a esta hora es como un cadáver que huele. Pero siempre hay algo interesante que leer. De manera que me detengo en la crónica de Beatriz Cortázar en la que cuenta que la seguridad de Marichalar ha protagonizado un sonoro incidente con un grupo de periodistas que le esperaba en la puerta de la embajada de Francia. Lo primero que me pregunto es si esos escoltas son de la Casa Real. Porque me niego a que con mis impuestos se le de protección a tan ridículo (y extravagante) personaje. Pero me dice un amigo a quien recurro por sms que deben ser guardaespaldas privados. Puesto que la Casa Real sólo le ofrece esa cortesía a Marichalar cuando se encuentra acompañado de sus hijos. Espero que sea cierto, porque todavía recuerdo las imágenes esperpénticas del ex marido de la infanta Elena recorriendo las tiendas del Barrio de Salamanca en patinete eléctrico. Y escoltado por funcionarios del Estado que le flanquean como criados de librea. A veces no sé qué es peor: el patinete o la mano pecadora del yerno granuja. Esta mañana he saludado informalmente al Rey. Ha sido en el cóctel que siguió a la ceremonia de entrega de los premios de periodismo de la agencia Efe en la Casa de América. Los disgustos le han pasado factura. Pero también debe sentirse orgulloso Juan Carlos de Borbón de cómo este país ha reaccionado separando (con aplausos de cariño) su función como rey de las tropelías de Urdangarín. Que espero que se lo quite de enmedio pronto Telefónica para bien de España. Y de nuestro prestigio en el mundo.

En la ceremonia real de esta mañana he estado sentado junto a Consuelo Álvarez de Toledo, veterana periodista (y amiga) de los tiempos de la transición. Cambiando impresiones sobre el uso del idioma, me ha revelado que la palabra más buscada actualmente en internet es amor. Más allá que sexo. El diccionario define el amor como un sentimiento intenso del ser humano. Y el desamor, como la falta de ese sentimiento. Pienso que tiene que existir mucho amor entre la periodista Anne Sinclair y su esposo Dominique Strauss-Kahn, otrora poderoso gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), para seguir juntos. Especialmente después de repasar el Abc abandonado: “DSK, imputado por un caso de proxenitismo en banda organizada”. Que no me cuente nadie que este señor es víctima de una vendetta política en Francia porque no me lo creo. Salió ileso (y con la ayuda de su esposa) de la violación de una camarera en Nueva York. Ha sorteado con medios legales (y bien remunerados) un sinfín de denuncias por acoso sexual. Y ahora se le imputa (y con fianza) de organizar noches de sexo salvaje con prostitutas. Pero si no hay amor entre Sinclair y DSK, lo que hay son intereses descomunales. Propios de cuando se juntan la ambición con la política y el dinero. Y si no, al tiempo. Reconozco que no me cae simpática Sinclair. Siempre he visto en ella a una rica heredera que entró por capricho en el periodismo. Ni ha frecuentado los lodos de la guerra. Ni ha escarbado en lugar alguno hasta descubrir corrupción. Tampoco creo que haya sudado la camiseta a pleno sol. Dejémosla como la estrella de la televisión mejor pagada en la década de los 80 en Francia. Y como la esposa de DSK en los últimos 21 años. Que ya es tiempo para conocerle. Y además siendo periodista. Lo sorprendente es que haya sido contratada por el diario Le Monde en medio del escándalo de DSK para dirigir la versión francesa de The Huffington Post. Un website de noticias al que siguen 37 millones de personas en Estados Unidos. Pero ese matrimonio de Sinclair con el periódico más prestigioso de Francia lo tendrá que explicar su editor Louis Dreyfus. Y no yo. Luce una tarde espectacular en la Plaza de la Platería de Martínez. Devuelvo el Abc al lugar en donde lo encontré. Y repaso los nombres de las celebridades que me acompañan. De todas ellas me quedo con Luis Candelas, que fue bautizado en la Iglesia de San Sebastián, pero se casó con una viuda (Manuela Sánchez) en la de San Cayetano. Y fue ejecutado a los 33 años por cometer 40 robos. Pero nunca mató a persona alguna. “Robé porque entiendo que el dinero está injustamente repartido”, dijo antes de pasar por el garrote que acabó con su vida en la Plaza de la Cebada.