Me gusta el título de la nueva novela de mi amiga Julia Navarro. Dime quién soy. Ya la tengo en casa. Compartiendo espera con El Asedio. De otro amigo, Arturo Pérez-Reverte. Julia y Arturo son periodistas. De los que hacen historia. Pertenecieron al diario Pueblo. Uno de los dos vespertinos del Madrid tardofranquista. La competencia era Informaciones, de cuya redacción formé parte en los años de la transición. Lo que me permitió seguirlo de cerca. Pueblo pertenecía a los sindicatos verticales. Pero lo disimulaba. Diría yo que perfectamente. Dirigido durante 22 años por Emilio Romero, era el periódico moderno del régimen. Que le perdonaba casi todo. También era el de las grandes exclusivas. Espectáculos. Deportes. Sucesos. Y por su redacción de la calle Huertas pasó lo mejor del periodismo español de la época. Jesús de la Serna. Raul Cancio. Juan Luis Cebrián. Yale. Javier Martínez Reverte. Rosa Montero. Jesús Hermida. Raul del Pozo. Carmen Rigalt. Manuel Molés. Tico Medina. Manolo Alcalá. José María García. José Antonio Gurriarán. Vicente Talón. Leo. Andrés Aberasturi. Pilar Narvión. Y muchos más. Gente bragada. Del oficio. Que es como se ha llamado siempre al periodismo. Pueblo no soportó la democracia. Porque había nacido para otra cosa. Y porque el Estado ya no podía sostenerlo. Pero su cierre fue llorado. Sentido por generaciones de españoles de dentro que aprendieron en sus páginas a leer entrelíneas. Y a tener la suficiente paciencia de saber esperar el advenimiento de la democracia. Siempre sostuve que Pueblo era un cuerpo extraño dentro de la prensa franquista. E insuficientemente reconocido a su muerte por los historiadores de la transición.
Periodistas de aquel diario Pueblo son hoy exitosos autores de best-sellers. Julia Navarro registró ventas superiores a los dos millones de ejemplares con novelas como La hermandad de la Sábana Santa, La Biblia de barro o La Sangre de los inocentes. Y Arturo Pérez-Reverte supera los quince millones de volúmenes. La tabla de Flandes. El Club Dumas. La piel del tambor. La Reina del Sur. Y El Capitán Alatriste. Entre otras. No sólo el diario Pueblo fue una escuela de periodistas, sino toda una fábrica de excelentes escritores. Rosa Montero. Cebrián. Raul del Pozo. Martínez Reverte. Carmen Rigalt. También tuvo un extraordinario equipo de corresponsales en el mundo. Que le dieron frescura internacional al periódico. Y sortearon todo tipo de riesgos para llevar al lector la noticia del modo más temperamental posible. Conocí a dos grandes corresponsales. Aglae Masini y Gonzalo Carvajal. La primera había sido corresponsal en Beirut y el segundo en Caracas y otras ciudades de América Latina. A los dos les había leído yo de adolescente. Porque confieso que Pueblo era un diario que me entusiasmaba antes incluso de elegir la carrera de periodismo. A Masini, uruguaya, me la presentó en Las Palmas otro compañero de Pueblo, Chema Sanmillán. Fue a finales de los 70. Trabajaba entonces en un periódico local de Gran Canaria, donde había recalado siguiendo a su pareja tras dejar Beirut. Le faltaba un brazo, que había perdido en 1964 tras arrojarse al Metro en Madrid en un intento de suicidio. Recuerdo que pasaba un terrible momento. Estaba desesperada e incómoda en Las Palmas. Demasiado paraiso para un volcán del periodismo como ella. Prefiero no presentarla como la conocí. Y elijo lo que de ella ha escrito su compañero Pérez-Reverte. Guapa, dura y valiente, bebía como un cosaco y fue toda una leyenda en el Mediterráneo Oriental. Era la La dama de Beirut.
Carvajal fue otra leyenda. Procedente de una recia familia sevillana, se llamaba realmente Gonzalo de Bethencourt y Carvajal. Había estudiado Derecho, pero su pasión era la lidia. A él se debe que a Curro Romero le llamen El Faraón de Camas. Era el responsable de la sección de toros. Hasta que un día Paco Camino se quejó a Fraga (entonces ministro del ramo) de las extorsiones que le hacían desde el diario Pueblo. Carvajal fue extrañado a América, donde -por su excelencia periodística- rápidamente conquistó las primeras páginas del periódico informando in situ de los conflictos en la región. Memorables fueron sus crónicas sobre la presencia del Ché en la selva boliviana. Nunca pensé que Gonzalo hubiera incurrido en indecencias, porque aquellas irregularidades -de las que sólo se salvaba el Abc de Díaz-Cañabate– estaban consentidas por los directores. Que permitían la corrupción al alquilar el espacio de la sección a los informadores taurinos. Yo conocí a Gonzalo en Quito en el verano de 1979. Estaba con Oswaldo Guayasamín y con Felipe González, entonces en la oposición. El líder socialista había llegado a Ecuador en el avión del presidente panameño Omar Torrijos. Que tuvo que regresar urgentemente a su país dejándole allí si despedirse. Carente de tarjetas de crédito. Y sin apenas efectivo. El periodista se hizo cargo voluntariamente de los gastos del hotel de González, cuya factura la guardó durante años como uno de sus más preciados recuerdos. Así eran aquellos corresponsales de entonces. Gente brava. Larga de recursos. Y acostumbrada a crer en lo imposible. En lo bueno. Y en lo malo. No me extraña que de aquella escuela de la vida que fue Pueblo procedan grandes escritores de hoy como Julia, hija de Felipe Navarro Yale, o Arturo, que con ventipoco de años era ya corresponsal de guerra. Dime quién soy es la historia de una periodista que investiga la azarosa vida de su bisabuela. Una idealista comunista. Y El Asedio es Cádiz en 1811. Con un escenario fantástico para la trama. Difícil elección para empezar.