Madrid. Viernes 15 de Enero, diez de la noche. La llamada al móvil me ha llevado inconscientemente a la plaza de Ramales. Dónde, concluida la conversación, me encuentro ante el monolito que recuerda que allí hubo una iglesia donde estuvo sepultado Diego de Velázquez. Digo estuvo porque aquella iglesia, llamada de San Julián, ya no existe. De hecho, en el solar donde estaba erigida nació esta plaza. Que debe su nombre a un pueblo cántabro, colindante a Vizcaya y que atraviesa el rio Asón, que pasó a la posteridad porque allí Espartero venció al Ejército carlista (Primera guerra, 1839). De ahí que al pueblo aún se le conozca como Ramales de la Victoria. Pero Velázquez es anterior, como Mariano José de Larra, que residió y murió en la vecina calle de Santa Clara, donde una lápida de 1908 recuerda que allí puso fin a su vida. Triste episodio, que eleva a siniestro una pequeña placa metálica adosada al portal que anuncia que en ese edificio opera hoy día la agencia 611 de Ocaso Seguros. Mi paso es por ello más que veloz, de manera que, pasada la iglesia de Santiago, me situo en la calle del Espejo, en cuyo número 1 vivió Francisco de Goya y su esposa Josefa Bayeu. Y donde nació su hijo Vicente Anastasio. Cuatro plantas tiene esa casa, que se ubica ya dentro de los límites del Madrid de los Austrias. Junto a la calle Mayor, muy cerca de la antigua Puerta de Guadalaxara, que dicen los cronistas de la Villa que fue uno de los accesos más importantes del Madrid medieval. Y que dejó de existir en 1582 al ser derribada la vieja muralla. La noche es luminosa. Hoy ha sido un día sin lluvia, tras una semana inclemente que me ha hecho olvidar la hermosa nevada del domingo 10. Hace frío, pero la temperatura no es extrema. Luego invita a pasear. Mi destino lo dejo al azar. Porque son calles que no sólo conozco, sino que me llevan.
Presiento una noche castiza. Entro en Casa Paco, en Puerta Cerrada. Que veinte años atrás se surtía de vinos de Valdepeñas que llegaban aquí en pellejos a hombros de mozos de reparto provistos de blusas manchegas. Herencia de arrieros. Vino que luego Paco ofrecía a sus clientes en pulcras frascas de cristal. Hoy el negocio lo dirige su nieto, que mantiene el local leal a la tradición. Como Revuelta, la otra taberna de Puerta Cerrada, a donde no llego a tiempo para probar su exquisito bacalao rebozado. Que compite en calidad con el de Casa Labra, otro castizo de Madrid. Pero distante de aquí. En la calle Tetuán, en los aledaños a la Puerta del Sol. En cuyo entresuelo Pablo Iglesias fundó el PSOE. Cruzo la calle Segovia, para elegir una de las dos Cavas. La Alta, silenciosa. O la Baja, que se presenta con bullicio. Con sus tabernas a tope. Elijo esta última, en dirección al Schotis. Mi restaurante preferido desde que llegué a Madrid en 1974. En cuyo mostrador he pasado muchas horas de mi vida. Lleva el nombre del baile castizo de Madrid, pero un día Camilo José Cela convenció a Pedro Palacios, su primer propietario, de su origen escocés, modificando el nombre. Hasta hoy. Los herederos de Palacios traspasasaron el negocio a los camareros, que desde finales de los ochenta son los propietarios del lugar. Los dos Pepes –José de Pablo y José Luis Valtierra-, Paco, Rufino, Martín y Serafín. Algunos ya se han jubilado, pero el resto sigue al pie del cañón. Esplendida tortilla de patatas que Paco me ofrece en ración doble mientras Rufino me da conversación. El Schotis fue el restaurante que frecuentaba José Bergamín, cuyas fotografías colman sus paredes. Iba allí con José Luis Barros, eminente doctor. Cuando seguían a Rafael de Paula. La música callada del toreo. También lo frecuentó Alberti a su vuelta. Y el profesor Tierno Galván. Fue fundado en 1962. Y en sus paredes cuelgan fotografías de otro Madrid. El de Urtain y Pedro Carrasco. De Caracol y Lola Flores. De Amancio y de Pirri. De El Cordobés y Bienvenida. En sus comedores guarda como preciado tesoro frescos sobre pared de Eduardo Vicente con estampas del Madrid castizo. Y pinturas posteriores de Matellano. Reliquias de una época. Que conservan como oro en paño junto a un viejo organillo que le da prestancia al local.
Fernando me atiende ahora en el mostrador de Casa Lucio mientras el prócer -viejo amigo- saluda a sus clientes luciendo chaquetilla blanca. Tabernero de Madrid este Lucio. Guardián de su pureza castiza. Muchas horas también con él allí. Ese blanco inmaculado de su chaquetilla sólo lo he visto de niño en Cádiz a dos carniceros de dinastía gitana. Chano Vargas, en la calle Valverde, y Perico el Melu, en el Mercado Central de Abastos. La Cava Baja albergó hasta finales de los setenta una taberna flamenca llamada Las Cuevas de Nemesio. Que disponía de un pequeño teatrillo. Y que hizo mestizaje con el casticismo, aflamencando para siempre el Madrid de los Austrias. Porque antes que naciera El Cigala ya Madrid tenía su palo. Los caracoles. Que son cantes para el baile que surgen de la cantiña. Cantes que viajaron desde Cádiz con letras alusivas a Madrid, otrora cuna de grandes cafés cantantes. En aquellas Cuevas de Nemesio creció como artista mi inolvidable amigo Paco Toronjo, que me despidió con fandangos por las calles de Huelva en la primavera de 1991 a punto yo de marchar a México. En una noche memorable en la que nos acompañaban Manolo Yélamo y Onofre López. Son recuerdos que me vienen al abrigo de esta madrileña Cava Baja. En la que me siento a gusto. Y de la que empiezo a despedirme hasta otro día, dejando atrás el Viejo Madrid, Casa Esteban, La Chata. Nombres de ayer que cohabitan con otros de hoy. Aljaraque. La Perejilla. Txacolina. Casa Lucas. Casa Víctor. Para volver a pasar por el Schotis. Y por aquellas dos viejas posadas de mis primeros años por aquí. La de San Isidro, reconvertida en apartamentos, y la del Dragón, hoy en obras. Con un cartel que anuncia que allí se abrirá un hotel. Puerta Cerrada. Calle del Conde Casa Miranda. Mercado de San Miguel, totalmente renovado. Y otra vez la plaza de Ramales, tras dejar atrás Santiago. Enclave velazqueño de Madrid. Que eligió Goya para vivir. Donde se pegó el tiro Larra. Calle de la Amnistía. Donde me espera Francesco, italiano de Udina. Propietario del Bellini. Que es el Chicote del Madrid de los Austria. Hoy toca un manhattan. Parada final de una noche castiza. Donde escucho como Sabina le canta al poeta. Cuando volvía del extranjero,/ tan forastero, /a las diez no era de día,/ a las seis ya era de noche, / pídame un coche,/ fumando espero/, y le aplaudían los camareros. Cuidado con el escalón, don Ángel.