Cuando Pablo Ruiz Picasso pintó Olga Koklova con mantilla, su obra más clásica, Casa Aranda llevaba diez años despachando churros a los malagueños. En la calle Herrería del Rey, donde sigue estando. Junto a su hermana menor de la vecina calle Alhóndiga. Calles estrechas y umbrías próximas al mercado de Atarazanas, hoy en proceso de rehabilitación. Postal costumbrista de Málaga. Que es el Mediterráneo neonato. Brisa fría de invierno que solo apacigua ese sol excelso que aquí en estas calles contiguas a la Puerta del Mar llena de luz el espacio abierto. Con rayos que templan buscando desahogo en la Alameda. Desde La Cubana, que es la tentación dulce de Málaga. Para mi, Anglada. O desde el California. Que ya me entienden los malagueños. Me gusta acudir a Casa Aranda a media mañana. Cuando todas las Olgas de Málaga buscan en esta casa centenaria el abrigo del café tardío. Sombra. Nube. Americano. Cortado de máquina. Corto. Mitad. Largo. Sólo. Semicorto. Semilargo. Chocolate con churros. 0,35 la pieza. Hasta el mediodía. Ni un minuto más. Herrería del Rey es una pasarela de la Andalucía popular que sólo Málaga sabe interpretar sin adivinar que está enseñando su estado más surrealista. Como Picasso, que nos engañó a todos con Olga Koklova, su primera esposa. Bailarina rusa ésta, que la pintó en 1917 cual malagueña. Realista en sus rasgos. Como la podemos ver en el Museo Picasso de esta su ciudad natal. Allí junto a su obra más familiar. Picasso irrumpe brevemente en 1914 en lo clásico. Después de desarrollar el cubismo. Dicen los expertos que rescatando su etapa académica. Pero yo pienso que lo hace pensando en Málaga. Que la llevaba interiorizada. Antes que existiera Casa Aranda, pero sí la calle Herrería del Rey. Que se cruza con Alhóndiga antes de llegar a Atarazanas. Y lo hace como es él. Sorprendente. Tocándola al pincel con un tapete del hotel barcelonés donde posaba. Mantilla malagueña.
Málaga se fusionó con Picasso hace seis años. Convirtiéndole en un incono. Cuando se hizo realidad el deseo del pintor de que parte de su obra descansara aquí. Deseo que el franquismo echó para atrás, cuando desplazó a su hijo Paul a negociar con su amigo Juan Temboury, a la sazón delegado provincial de Bellas Artes, el envio de dos camiones con obra propia para la ciudad. Año de 1953, año del veto falangista a Picasso. Que no entiende nada. Que se topa con la España revanchista. Inculta. Violenta. Ferozmente contraria al artista, pero tan necesitada de los genios del exilio. Que sólo recuperaba después de muertos, como ocurrió con Falla, repatriado ya en el féretro desde Argentina a bordo del minador Marte. Con el consentimiento de algún familiar, urdido por Pemán. La vida breve sobre armón de artillería. Amor Brujo atrapado por la farsa. En un día de enero de 1947 que amaneció con lluvia de castigo sobre Cádiz. Cierto es que Picasso sólo está unido a Málaga por su infancia. Que fue la de un niño prodigio que la interiorizó tal cual es. Porque en costumbres no ha cambiado. Casa Aranda, la de la calle Herrería del Rey (1907) y la de Alhóndiga (1922). Antigua Casa de Guardia (desde 1840). Café Central, fruto hoy de la anexión del Munich y el Suizo. Tauromaquias que recuerdan La Malagueta. Madre y niño, que representan a Koklova y a su hijo Paul pero que pasaría por una maternidad de una gitana Heredia. Retrato de Paulo con gorro blanco, como si paseara de su mano por la plaza de la Merced. Donde su casa natal. Mujer en un sillón, como las del Perchel. O El bañista. Fantasía que me hace recordar los Baños del Carmen, pese a que es obra pintada en Mougins, ya en su etapa tardía. Legado familiar que hoy acoge el Museo Picasso. Y al que añado mi imaginación. Que no puede ser más que malagueña en este sábado 12 de diciembre en que paseo por las calles de esta ciudad andaluza. Entre Olgas que van y vienen. Desde el mercado de Atarazanas a Casa Aranda. Desde Calle Larios a Puerta del Mar. En una mañana de sol de invierno tirando a barniz.
Picasso nació en 1881, pero a los diez años se trasladó con su familia a La Coruña, donde su padre fue destinado como profesor de dibujo. Sin embargo, volvió a la ciudad de adolescente. Unas veces en verano. Otras en invierno. En años de guerra en Cuba. Y ya perdida la isla. Era Málaga entonces una ciudad en decadencia. Dicen que deprimida. Nostálgica de un pasado mercantil que iniciaron los Larios, los Heredia, los Lasanta, los Gálvez. Que dio políticos a España. Salamanca. Cánovas. Dávila Bertoli. Andrés Mellado, alcalde de Madrid. Que se organizaba en colonias extranjeras. Que llegó a tener 37 consulados. Y que en el siglo XVIII enviaba sus vinos a los zares de Rusia. Ciudad que visitaron Washington Irving y Richard Ford. Donde se asentaron familias británicas, holandesas y alemanas atraidas por el comercio maritimo. Bryan. Temboury. Grund. Mowbray. Loring. Gross. Van Dulken. Scholtz. Wunderlich. Kravel. Oppelt. O suecas, como los Bolín. También de comerciantes genoveses, como los Ghiara, los Picasso, el apellido materno del pintor. La infancia de Pablo Ruiz Picasso transcurrió en la plaza de la Merced, donde se conserva su casa natal, hoy Fundación Municipal que se complementa con el museo, establecido en el Palacio de Buenavista, edificio del XVI que perteneció a uno de los primeros regidores de Málaga tras la toma de Granada. Aquel portazo de la España de Franco a Picasso en 1953 duró sólo unos años porque la ciudad, consciente del talento del mayor genio aquí nacido, fue timidamente recuperándolo, la primera vez en 1961 con una exposición de sus cerámicas. Pero hoy Málaga es ya parte notoria del circuito unversal del pintor. 155 obras que pronto se convertirán en 233 gracias a nuevos fondos convenidos con la familia. Y entre las que siempre permanecerá Olga Koklova con mantilla. La primera mujer del pintor. Que no rusa, sino malagueña. Como las que acuden al abrigo del café tardío en Casa Aranda. De Herrería del Rey al Mercado de Atarazanas, tocando la calle Alhóndiga. Postal contrumbrista en una mañana de sol de invierno tirando a barniz. Concha fina malagueña.