Conocí en Rabat a mediados de los ochenta a una joven marroquí que acababa de ser desposeida de su única hija tras ser repudiada por su esposo. De nombre Ghania, trabajaba en la ventanilla del banco al que yo solía acudir para proveerme de divisas con las que cubrir mis desplazamientos por el Norte de África, donde entonces ejercía como corresponsal del diario El País. Un día quedamos en mi casa para tomar café, interesado yo por desentrañar aspectos que me permitieran ahondar aún más en la situación de la mujer marroquí, que en su caso era tremendamente injusta puesto que el repudio la condenaba ya de por sí a vivir en la vergüenza. Interesada también ella por salir de su desolación. Encontré en Ghania a una mujer angustiada, pero valiente a la vez, a la que la Mudawana (Código de familia) de entonces le negaba los mínimos derechos frente al hombre, que gozaba de impunidad en sus decisiones. Al concluir mi estapa profesional en Rabat le perdí la pista, pero me acordé de ella en 2003 cuando en octubre -en un discurso que marcó hito en la modernización de Marruecos- el Rey Mohamed VI anunciaba medidas de gran alcance con vistas a homologar a los hombre y mujeres de su país en derechos y deberes. La nueva Mudawana entraba en vigor al año siguiente, a modo de ley aprobada por la Cámara de Representantes, liberando a la mujer de la superioridad del hombre, aunque sin despegarse del espíritu del Corán.
Una sociedad de mayoría rural como la marroquí -donde el elemento religioso marca la vida familiar- tarda un tiempo en asumir cualquier reforma que altere la tradición, pero la nueva ley no sólo le ha proporcionado un nuevo estatus a la mujer en cuanto a su vida marital, sino que le ha dado seguridad legal frente al hombre e, incluso, ante el poder moral que suele ejercer el nucleo familiar. Recuerdo un excelente artículo de mi buen amigo Tahar Ben Jelloum, premio Gongourt 1987, destacando en aquellas fechas los valores de la buena nueva. “Los hombres, tanto de derechas como de izquierdas, han manifestado ciertas reticencias, porque perderán una parte nada desdeñable de su poder ya que la mujer deja de pertenecerles, de ser su prisionera o de hallarse bajo su dominio“, escribía. Esta ley no agrada a los islamistas más radicales, pero cierto es que cualquier pieza que se mueve en el ajedrez marroquí para mejorar su sociedad procede de la presión popular. Y en este caso -liderado con inteligencia por el Rey- tuvo que ver mucho la voz de la calle, donde se recogió un millón de firmas exigiendo la reforma. También influyó la llegada de la mujer marroquí a las primeras escalas del mercado laboral, su presencia creciente en las universidades, sus éxitos en el deporte olímpico, los aires frescos que proporciona el tránsito migratorio y un detalle que no puede pasar desapercibido por tan insual como sorprendente en su día. Me refiero al divorcio en tiempos de Hassan II de la princesa Lalla Mariam, primogénita de aquel y hermana del actual soberano, noticia esta que llegó a todos los rincones del Reino.
Hoy la mujer en Marruecos puede acceder en igualdad de condiciones que el hombre al divorcio, antes practicamente restringido. También se le permite la guarda y custodia de los hijos. La edad para casarse ha pasado de los 15 a los 18 años. La responsabilidad en el matrimonio es compartida. Existen juzgados de familia. Y la poligamia está reducida a la mínima expresión. Estos derechos adquridos no son comparativos con los que gozan las mujeres occidentales, pero en un país musulmán como Marruecos, con una cultura muy peculiar arraigada en la tradición, es ya un extraordinario avance, tan importante como el que impulsó en el mismo sentido Habib Burguiba en Túnez en 1956, toda una proeza entonces. Siete mujeres forman parte como ministras del actual Gobierno marroquí y la esposa de Mohamed VI, la princesa Salma Bennani -ingeniera informática, con excelente currículo académico- no sólo procede de una familia de clase media, sino que es visible y comparece con el Rey en determinados actos, algo impensable con Hassan II. Pero en un país que camina lento como Marruecos surge siempre lo inesperado. Y en medio del Ramadán recien concluido, dos jóvenes universitarias, la periodista Zineb El Rhazaoui (27 años) y la psicóloga Ibtissar Lachgar (34 años) -que se declaran ateas- retaron a la parte más sensible del Estado -la que lo adhiere a la religión- convocando a la ruptura en público del ayuno para quien así lo deseara. Lo hicieron por una red social –Facebook-, pero cuando iban a escenificar su reivindicación fueron interceptadas por la policía junto a un grupo de seguidores. No se enfrentaban al Ramadán, sino al Código Penal marroquí, que castiga con seis meses de cárcel y 120 euros de multa al que se salte el precepto islámico. En medio del revuelo ocasionado, y en vísperas de juicio, ya tienen en su contra al Consejo de los Ulemas (doctores del Islam). Ahora queda por saber cómo concluye este nuevo desafío (de la mujer) a un Estado que desea ser moderno, pero tradicional a la vez. Jaque al Rey en el complicado ajedrez marroquí.