En 1992 viajé a Chicago para entrevistar a la pintora Leonora Carrington, la única superviviente entonces del movimiento surrealista. Han pasado diecinueve años y aún vive, por lo que sigue siendo el último referente de aquel movimiento artístico y literario surgido en la Francia de entreguerras y al que pertenecieron Andrè Breton, Max Ernst, Yves Tanguy, René Magritte, Andrè Masson y Marc Chagall, entre otros. También los españoles Salvador Dalí y Luis Buñuel. Carrington, nacida en Inglaterra en 1917, llevaba dos años residiendo en en un suburbio de clase acomodada en las afueras de esa ciudad estadounidense, al que huyó aterrada por la contaminación ambiental de México DF. Hoy ha vuelto a la capital mexicana, donde vive uno de sus hijos, y la última referencia que tengo de ella me la proporcionó Javier Martín Domínguez, actual director del Festival de Cine de Sevilla y gran amigo, que la visitó en su domicilio de la Colonia Roma hace año y medio. “La misma fuerza, el mismo genio, los mismo miedos…”, me dijo.
Leonora Carrington no sólo me impresionó entonces, sino que aquel encuentro, que se desarrolló en los salones de un pequeño hotel victoriano de Oak Park, lo tengo permanentemente en la retina. Encontré a primera vista en Carrington a una cascarrabia anciana que boicoteaba las preguntas que no le gustaban. Pero, sorteado el primer y único desencuentro, descubrí a una mujer de apariencia temperamental, con fugas de dulzura y abierta a contar su vida siempre que se le reconociera como artista. Así lo hice, obteniendo de su testimonio pasajes de una de las biografías de mujer más apasionantes del siglo XX. Hija de católica y protestante, aprendió a pintar de niña dibujando cajas de galletas que tenían como destino el ropero de su iglesia. De adolescente marchó de su natal Lacanshire a Londrés para estudiar pintura. Allí conoció a Marx Ernst, artista de origen judío veintiseis años mayor que ella, de quien se hizo amante. “Fue en casa de una amiga”, me comentó. “Él estaba exponiendo en Londres y yo era una estudiante de arte, que tenía que rendir cuentas de lo que hacía ante una especie de tutor que me habían puesto mis padres. Lo pasé muy bien aquella noche y luego me escapé a Paris a verlo. A mi regreso, Serge Chermayeff, el hombre a quien mis padres habían ecomendado vigilar mi honra, me llamó puta“.
La ocupación nazi de Francia y su pasión por Ernst -a quien le seguía los pasos la Gestapo- la empujaron a viajar a España, que acababa de salir de la guerra, en busca de un salvoconducto para su amante, pero la Embajada británica, alertada por sus padres, la localizó y logró retenerla en un manicomio de Santander. De allí se escapo y, en un taxi, atravesó toda la península con destino a Lisboa, donde residía un agente consular mexicano que había conocido en Paris en el círculo de Ernst. Era Renato Leduc, antiguo telegrafista del Ejército de Pancho Villa y amigo de Picasso, con quien contrae matrimonio, supuestamente como argucia legal para evitar ser capturada por los británicos, que la persiguen también en Lisboa. Llega a Nueva York en 1941 con Leduc y allí se reencuentra con Ernst, que ha escapado de los alemanes gracias a Peggy Guggenheim, con quien se acababa de casar. Fue una estancia fugaz en Nueva York, marcada por la decepción de ver casado a Ernst con la mecenas, y con Leduc parte al poco tiempo en tren para México, divorciándose de éste a los pocos meses. La presencia de Andrè Breton en México, país que le había acogido como refugiado, le permite a Leonora Carrington recuperar su relación con algunos artistas del movimentos surrealista. Empieza a trabajar para Octavio Paz, entra en el círculo de Diego Rivera y Frida Khalo, y conoce a la española Remedios Varo, pintora como ella y con la que entabla una estrecha amistad. Pero quien cambia radicalmente su vida es Emerico Chiqui Weitz, fotógrafo húgaro compañero de Robert Capa, de quien se enamora y se casa ya para toda la vida. Con Weitz -fallecido en 2006- pone fin a una agitada y atormentada vida y encuentra el sosiego que le permite desarrollar su carrera y formar parte de los artistas exclusivos de la prestigiosa Pierre Matisse Gallery de Nueva York.