No sé si Franco sabía montar a caballo. E incluso nadar. Sólo recuerdo unas imágenes del No-do en las que el Dictador aparecía cabalgando en la campaña de África. También después de la guerra. Y ya casi octogenario en una montería. Cabalgar no significa ser diestro en el arte ecuestre. Así que mantengo la duda. En cuanto a nadar tampoco tengo pruebas. Supongo que sí por haber nacido en el seno de una familia de marinos de guerra ferrolanos. No pretendo guasear con la historia. Ni ofender las dotes de nadie. Pero yo he sido un niño del franquismo. En lo que a la era se refiere. Y he visto cómo el régimen intentaba perpetuar en bronce a sus iconos a lomos de un caballo. No importaba entonces que la carrera militar la hubiera hecho como infante. Como el general Varela, libertador del Alcázar de Toledo. Que sigue presidiendo la plaza del Ayuntamiento de San Fernando sobre un corcel. Y con sus dos laureadas prendidas del pecho. Fue Roma quien intronizó la estatua ecuestre como símbolo majestático. He ahí la de Marco Aurelio en la piazza del Campidoglio (Siglo II). En Jerez de la Frontera también cabalga Primo de Rivera. Y no es el único jinete elevado a bronce. Porque desde 2007 le acompaña Alvaro Domecq. Que sí sabía de verdad montar a caballo. Recién llegado yo a Madrid en los 70 mis compañeros de colegio mayor me recomendaron acudir a contemplar el caballo que monta Espartero. No por cuestiones de historia. Sino por sus fecundos atributos. Franco -que procedía también de Infantería– estaba otrora por toda España a lomos. Y ahora ya no está en ningún sitio. Un día empecé a enumerar las celebridades que he conocido en actitud ecuestre. El primero fue El Cid en la glorieta de su mismo nombre de Sevilla. Y después el Rey Fernando en la plaza Nueva. También en esa capital. La estatua de El Cid la realizó la escultora estadounidense Anna Huntington. Que se la regaló a la ciudad de Sevilla con motivo de la Exposición del 29.
Tan curiosa como original es la leyenda que acompaña al monumento ecuestre del Gran Capitán en la plaza de las Tendillas de Córdoba. Cuya cabeza es de mármol blanco. Y de bronce el resto del conjunto. Pese a que se trata de una historia incierta, circula en la ciudad que el escultor se inspiró en el rostro del torero Largatijo para darle identidad al excelso guerrero. Que por cierto nació en Montilla. En los años 70 los gobiernos de Venezuela y Argentina repartieron por todo el mundo estatuas ecuestres (y en serie) de Bolívar y San Martín. En Cádiz -ciudad con vocación hispanoamericana- el general argentino fue ubicado en la Plaza de Jesús de la Paz. Y Bolívar en lo que llaman allí El Olivillo. Esta misma estatua del libertador venezolano la he visto en el Paseo de las Delicias de Sevilla, en el de Camoens en Madrid y en el de la Reforma de México DF. Bolívar y San Martín están también presentes en el Central Park de Nueva York. Pero acompañados del prócer cubano José Martí. Que monta sobre Baconao. El brioso caballo sobre el que fue alcanzado mortalmente por la línea de fuego española. En Madrid tenemos cuatro reyes a caballo. Felipe III en la Plaza Mayor. Felipe IV en la plaza de Oriente. Carlos III en la Puerta del Sol. Y Alfonso XII en El Retiro. Jaime I cabalga en el parterre de Valencia, como El Cid -que nunca fue rey- lo hace en la Plaza de España. También en el centro de Burgos, frente al Teatro Principal. De los condes catalanes sólo Ramón Berenguer III monta junto a la Catedral de Barcelona. Ciudad que cuenta también con una estatua ecuestre del general Prim en la Ciutadella. Emplazada en 1887, en sus orígenes fue forjada por Lluís Puiggener. Pero durante la Guerra civil fue derribada. Y fundida. Recreándola en los años 40 Frederic Marés. Que nació en Port Bou. Y fue amigo de Rodin. El escultor estadounidense Charles Cary Rumsey realizó tres estatuas ecuestres de Pizarro. Una para Trujillo. Otra para Lima. Y una tercera para ciudad de Buffalo. La de Lima yo la conocí frente al Palacio de Gobierno, pero antes estaba ubicada en el atrio de la Catedral. Protestada allá por donde iba pasando, acabó exiliada en 2003 en un parque vecino a las murallas de la ciudad. Pero ya sin pedestal.
Los ingleses glorificaron a Nelson sobre un triunfo en vez de un caballo. Hubiera sido ridículo ver a un almirante sujeto a una silla de montar. Sin embargo en Trafalgar Square hay cuatro pedestales. O plintos. Para sostener estatuas ecuestres. Tres están ya ocupados por Jorge IV y dos generales que destacaron en India, Charles Janer Napier y Henry Havelock. Que son unos desconocidos para la media que acude a esa plaza. El cuarto plinto estaba destinado a Guillermo IV, pero por falta de fondos la iniciativa no se consumó. Recientemente el diario The Independent informó que la alcaldía de Londres sopesa situar sobre ese pedestal una estatua ecuestre de la actual reina Isabel II. Pero de momento es sólo una idea. De todas las estatuas ecuestres de bronce que conozo me llama especialmente la atención una que existe a escala reducida cerca de la Estación de Santa Justa de Sevilla que representa a la ciudad hermana de Kansas. Reproduce a un explorador indio oteando el horizonte. Y que inicialmente estaba tocado por una pluma que algún desalmado ha sutraido. Estatuas que identifican ciudades hay varias. San Wenceslao en Praga. Manuel I en Lisboa. Wellington en Edimburgo. Y Carlos IV en Ciudad de México. Es asombroso que un pésimo rey español como este último goce de estatua ecuestre en un república como la mexicana. La historia es muy sencilla. Y es que en México la ciudadanía ignora al personaje real que cabalga frente al Palacio de la Minería porque la estética ha ido allí por delante de la historia. La estatua es conocida como El Caballito. Y su autor fue el insigne escultor valenciano Manuel Tolsá. Primer director de la Academia de Bellas Artes de la ciudad. Realmente hermosa es la estatua a caballo de Sant Jordi que corona la fuente del patio dels Tarongers del Palau de la Generalitat de Catalunya. Y que fue forjada en 1926 por Frederic Galcerá. Cuando yo frecuentaba la ciudad de Argel en la década de los 80 solía acudir cada tarde a la vieja plaza Bugeuad, rebautizada ya entonces con el nombre del Emir Abdelkader. Héroe argelino que combatió al colonialismo francés de primera hora. En estos días que se suceden las protestas del mundo árabe contra sus dictadores he observado unas imágenes difundidas por Al Jazeera de aquella plaza. Pero sin la pequeña estatua ecuestre del emir que yo llegué a conocer. En su lugar ha sido emplazada otra de mayor dimensión con aires cinematográficos. Y que -pese a llevar alzada en su mano derecha la gumia árabe- convierte al emir en un sosegado guerrero que posa sobre un exagerado pedestal. Todo lo contrario a lo que representaba la anterior. Con el emir en combate sobre un caballo en corveta. Me dicen que ha sido trasladada a Mascara, su tierra natal. Situada a más de 400 kilómetros al oeste de Argel. Probablemente -y esto lo digo yo- para que este héroe que dignificó a su pueblo no vuelva a ponerse al frente de los oprimidos que en esa parte del mundo sufren la tiranía de sus gobernantes corruptos.