Ha dejado de llover sobre Cáceres tras una jornada de continuos aguaceros. Dice el refrán que en marzo cada gota quita un cuarto. Es Miércoles santo, día del ciclo litúrgico en que acaba la Cuaresma. Y comienza el llamado Trío Pascual, que es el tiempo en que se conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret según el rito romano. El miércoles fue el día en que se reunió el Sanedrín para condenar a aquel dios de los judíos que entre palmas y olivos había entrado días antes de modo triunfal en Jerusalén. La parte vieja de Cáceres, tercer conjunto monumental de Europa después de Praga y Tallin, ciudad esta última de Estonia, se presta idónea para celebrar los cultos externos de la Semana Santa. Cuando sus edificios no son del Medievo. Lo son del Renacimiento. Torres, casas-palaciegas e iglesias constituyen un hermoso escenario de piedras sobre piedras perfectamente conservados. Caminar de noche por estos callejones, cruzar sus arcos y rondar sus adarves de muralla permiten experimentar la sensación mágica de estar viajando a un pasado de arqueros, ballesteros y caballeros protegidos con lorigas de malla tejida. Caballos con gualdrapas, yelmos, escudos, lanzas o mandobles. Una tómbola de la suerte instalada en el Paseo de Cánovas permanece desierta ante el intento desesperado por megafonía de quienes la regentan por acercar al público a sus urnas repletas de papeletas. Interrumpiendo así la canción infantil Somos amigos que emiten sus potentes altavoces. Los cacereños saben distinguir entre Semana Santa y Feria. O entre silencio y algarabía. También entre ciudad vieja y moderna. El Gran Teatro permanece cerrado, pero anuncia para los primeros días de abril un espectáculo de Eva Hache. Y funciones tan dispares como Café Quijano en concierto y Anthony Blake en su desafío a lo desconocido. Pasadas las ocho y media de la tarde suenan tambores junto al pórtico ojival de la Iglesia de San Juan Bautista, que en el pasado fue de los ovejeros. Aprovechando la tregua de agua, la cofradía de la Buena Muerte, también llamada de los Ramos, ha decidido hacer estación de penitencia por las calles de Cáceres en un recorrido reducido. Abre el cortejo una banda romana de cornetas y tambores, cuyos componentes lucen coraza, casco de metal y capas de terciopelo verde. Les siguen filas de hermanos con hábito (o túnica) de tela blanca, con clavinas de terciopelo morado para los que van descubierto. Y capuchón (o capirote) del mismo color para quienes se cubren el rostro. Desde un balcón suena una saeta de voz ronca al paso de la peana tallada en madera de nogal oscuro que recubre el paso del crucificado. Y al que dan escolta cuatro faroles de alpaca. Detrás, precedido por un segundo tramo de hermanos, luce bajo un palio de diez varales la imagen de la Virgen de la Esperanza, con un espléndido manto verde bordado en oro que se extiende cubriendo el panel trasero del paso. La mayoría de los cincuenta portadores exteriores son mujeres. Que se ayudan de horquillas, cuyo golpe seco (y equilibrado) se acomoda al compás de la banda musical que le acompaña. La gente se ha echado a la calle. Y estos primeros tambores son el preludio de una noche que se espera larga.
El editor gráfico de The Washington Post tuvo la acertada idea de elegir el año pasado para la versión digital del periódico una instantánea de la procesión del Cristo Negro de Cáceres realizada por el fotógrafo Pedro Armestre de la Agencia France Press. Lo que hasta 2012 era un privilegio casi exclusivo de los cacereños ahora se ha abierto al mundo. Y la estación de penitencia del Cristo Negro en la medianoche de este Miércoles santo ha convocado a periodistas y equipos de televisión de diferentes paises europeos y latinoamericanos, grupos de turistas y curiosos, e incluso diplomáticos de algunas embajadas asiáticas con sede en Madrid. Yo no me he querido perder el cortejo del Cristo Negro. Y por eso camino a estas horas de la noche en su búsqueda por el recinto amurallado de Cáceres. Entre un gentío impresionante que espera desde horas apostado en las estrechas calles de su recorrido. El Cristo Negro es una talla anónima del siglo XIV, aunque como cofradía se organizó en la centuria posterior. Y fue refundada en 1985. Hay quien atribuye la imagen a Paulus de Colonia, artista que empleó indistintamente la gubia y el cincel en la ornamentación del monasterio de Guadalupe. Pero esta autoría no está demostrada. Siempre se ha encontrado rodeada esta talla de leyendas y misterios. Fue excepcional testigo de la llegada a Cáceres en 1477 de la reina Isabel la Católica. Ha salido extraordinariamente en procesión con ocasión de epidemias, calamidades y sequías. Y en sus orígenes se empleaban cebolla y vino para su limpieza. Pero ahora se unta de cera antes de iniciar su recorrido. Sólo son 59 mujeres y hombres exclusivos los que le acompañan. Y que visten hábito monacal de color negro, cubren sus cabezas con capuchas y portan hachones de fuego. Infunde tanto respeto que, siguiendo una tradición que se remonta al siglo XV, algunos de sus devotos le suelen rezar a distancia. En un tiempo se empleaban guantes para tocarlo. Y tampoco se le podía mirar de frente. Pues la leyenda advertía de malos presagios. Como el de Cáceres, existen otros Cristos Negros en el resto del mundo con cientos de años de devoción. Y misterios. Entre ellos, el de Estipula, en Guatemala. El Señor del Veneno, en Ciudad de México. O el Cristo del Amor en El Puerto de Santa María, oscurecido por las capas de aceite que le untaban para su limpieza las monjas capuchinas que lo custodiaban. El crucificado de Cáceres ha llegado a su color con el paso del tiempo. Y también por el efecto de las velas que durante siglos le han iluminado en su capilla de la concatedral de Santa María. Es muy probable que en origen tuviera tonalidad parda, acorde incluso con la madera africana en que fue tallado. Algunos expertos sostienen que la imagen está asociada a la conquista de Portugal. Y muy particularmente a la orden templaria. Pero también otros creen haber encontrado signos hebráicos e islámicos en su entorno que le pudieran vincular a los judíos y musulmanes conversos que se mezclaron con los cristianos de la ciudad.
Justo cuando el reloj marca la medianoche una ligera llovizna se precipita sobre Cáceres. El gentío, en absoluto silencio, permanece ajeno a la inclemencia bajo la única protección de la luz tenue de las escasas farolas que alumbran el recinto. Desde los adarves se percibe ya un fuerte olor a incienso. Al tiempo que aparecen los primeros hachones escoltando a la cruz de guía. El muñidor dirige el orden del cortejo haciendo sonar una esquila. Y un timbal, o tambor templado, marca el paso a los hermanos. En la comitiva que precede al Cristo figura un enorme incensario, de barro e hierro forjado, sostenido por cadenas. También son portados los tres atributos del Calvario, martillo, clavos y corona de espina. Los hermanos profesan voto de silencio. Y sobre una sobria parihuela alumbrada por dos hachones descansa recostada la imagen sobre una cruz de nudos. Solamente ornamentada por ramas de yedra. Y un centro de lirios y flores silvestres. Tres únicos sonidos quiebran el silencio que acompaña el paso del cortejo. El que emite la esquila, el que desprende el timbal y el que provocan las horquillas cuando golpean los adoquines de los vetustos callejones del recinto amurallado. La oscuridad adquiere belleza. Y el recogimiento marca reglas de respeto. Ni un clamor ni tampoco un murmullo. El paso del Cristo Negro apaga cualquier timbre de voz. La llovizna tan siquiera es motivo. Y el cortejo avanza rápido sin detenerse. Puerta de Coria. Adarve del Cristo. Tiendas. Plaza de Santa María. Arco de la Estrella. La talla del Cristo Negro es de tamaño natural. Y su composición es equilibrada, si bien con el paso del tiempo ha sufrido transformaciones no sólo en su policromía sino también en algunos aspectos de su composición, como la faz y también el paño de pureza. Pero ello no ha impedido que haya llegado a nuestros días con su fisonomía de origen. Cuando han visitado Cáceres descendientes sefarditas de los antiguos judíos de la ciudad han mostrado su interés por conocer al Cristo Negro del que hablaban sus antepasados, por lo que se supone que su popularidad ha estado siempre más allá de religiones y creencias. Cáceres cada Miércoles santo regresa al medievo con este solemne cortejo que discurre por su recinto histórico entre hachones de fuego. Murallas almohades, almenas, matacanaes y algibes. Templos góticos de sillería y palacios renancentistas. Cada piedra, cada muro y cada edificio conforman un escenario único en el mundo. El Cristo Negro forma parte del patrimonio secular de esta ciudad extremeña. Y la leyenda, y el respeto que le acompaña en su recorrido, contagian a propios y extraños, facilitando un viaje al pasado dificilmente de olvidar. “Que salga la hermandad del Cristo Negro, Dios lo quiera así”, reclama el muñidor antes de encarar el cortejo las calles de la vieja ciudad. Así todos los años, así para el confín de los tiempos.