La ciudad de Sevilla conmemora este año el 400 aniversario del nacimiento de Murillo [Bartolomé Esteban]. Con ello intenta rescatar a uno de su más ilustres hijos del injusto ostracismo que sufre desde el siglo XIX tras ser degradado por el movimiento romántico. Que lo reinventa estampando un falso cliché sobre su persona y obra. Místico, pío y empalagoso, según sus detractores. Y pintor de almanaques, latas de dulce de membrillo o recordatorios de primera comunión, a tenor de ignorantes interpretaciones, la mayoría inducidas o propagadas. Es cierto que Murillo fue el pintor más amable de la Contrarreforma [1545-1648], lo que no le convierte en devoto retratista de la fe. Y es cierto también que la rivalidad con Velázquez [1599-1660] -connatural, pero establecido en Madrid- nunca existió, pues tampoco hay constancia de que se conocieran. Murillo es único. Y su universalidad, incontestable. Pese a que apenas salió de su Sevilla natal, salvo una fugaz estancia en Madrid en 1658 y dos en Cádiz, ciudad en la que se produjo la caída que le condujo a la muerte [1682]. En el que fuera sevillano monasterio de Santa Clara se exhibe estos días una muestra sobre el pintor y su estela en la ciudad y más allá de ella, con una selección de su obra y otra de quienes le secundaron. Fue esencialmente la Sevilla del XVII la destinataria del grueso de los lienzos de Murillo, pues no se trataba de una ciudad irrelevante en la España de los Austria. Sino de una de las metrópolis más grandes de Europa, además de puerto de Indias y enlace permanente en la navegación con Flandes y Génova. De ser rica y poderosa en la primera mitad del siglo, pasó a ser pobre y desgraciada en la segunda, debido al traslado de la Casa de la Contratación a Cádiz [Felipe IV] y a los efectos de una epidemia de peste [1649] que acabó con casi la mitad de su población [60.000 muertos]. Iconógrafo de las devociones -caso de sus Inmaculadas y Vírgenes con niño-, Murillo ya colgaba obras en Amberes en 1658 gracias a sus clientes flamencos [mercaderes], como fue el caso de Niños comiendo uva y melón, hoy en la Alte Pinakothek, de Múnich. En cuanto a su influencia, ha sido vasta. Y ha alcanzado a artistas coetáneos y de posteriores generaciones como Cornelis Schut, Meneses Osorio, Simón Gutiérrez, Willian Hogarth, Duque Cornejo, Domingo Martínez, Alonso Miguel de Tovar y Esquivel, entre otros. Mención aparte merece La Roldana [Luisa Roldán, 1652-1706], que inspiró su magnífico Niño Jesús y San Juanito [escultura en barro] en la colección de Vírgenes. “No hay belleza sin ayuda, ni perfección que no dé en bárbara sin el realce del artificio: a lo malo socorre y lo bueno lo perfecciona“. [De la serie Cuaderno emérito, 2018].
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Cita literaria: Oráculo manual y arte de prudencia, de Baltasar Gracián. Ilustración: Niño Jesús y San Juanito, de Luisa Roldán. Ayuntamiento de Móstoles.