Il Trovatore es una magnífica ópera con música de Giuseppe Verdi (y libreto de Salvatore Cammarano) que fue estrenada en 1853 en el Teatro Apollo de Roma. Y que forma parte de su trilogía romántica, junto a Rigoletto y La Traviatta. Desde entonces no ha dejado de ser un éxito cada vez que se ha representado. Pero lo que no se conoce suficientemente es que esa ópera está basada en el drama caballeresco homónimo (El Trovador) del español Antonio García Gutiérrez. Que nació en 1813 en el seno de una familia modesta de Chiclana de la Frontera. Tuvo sus primeros escarceos poéticos en Cádiz cuando era estudiante de Medicina. Y se marchó a Madrid con 20 años coincidiendo con el fin de la década ominosa. Atraído por los jóvenes revolucionarios que encarnaban el movimiento romántico. Y al que pertenecían Espronceda, Ventura de la Vega y Larra, entre otros. Todos ellos tan comprometidos con la causa liberal como exaltados en sus escritos literarios. Y que frecuentaban la tertulia de El Parnasillo. Que se reunía en el viejo y destartalado Café del Príncipe, contiguo al Coliseo del mismo nombre. Y después rebautizado como Teatro Español. Logrado el propósito, García Gutiérrez alcanza su primer éxito en Madrid a los 22 años con el estreno en el Coliseo del Príncipe de El Trovador. Drama en verso cuya trama se desarrolla en el siglo XV en Aragón en torno a un litigio dinástico no exento de amores pasionales y venganzas. Y cuya función inaugural sobre tablas fue memorable, a tenor de la crítica que ha dejado escrita para la posteridad Mariano José de Larra en el diario El Español. Porque los registros indican que ha sido la obra teatral más aplaudida hasta la fecha por el público. Que reclamó al autor que subiera al escenario para saludar en solitario después de que lo hiciera el reparto. Costumbre que quedó instaurada desde entonces en los estrenos teatrales de España.
Estos apuntes me llegan a la memoria cuando estoy bajo el balcón del Teatro Real que asoma a los jardines de la plaza de Oriente. Frente a la estatua ecuestre de Felipe IV. Y en línea con ese otro balcón histórico del Palacio Real que atesora recuerdos en blanco y negro. Como aquel 11 de diciembre de 1931 en que Niceto Alcalá Zamora compareció ante los madrileños ya investido oficialmente como presidente de la II República. Son las 23.30 del domingo 25 de julio. Hace media ahora que ha acabado la representación de Simon Boccanegra. Melodrama también de Verdi (basado igualmente en una obra homónima de García Gutiérrez) que el Teatro Real ha querido compartir con los madrileños mediante una pantalla al aire libre que ha trasladado a los jardines (con excelente acústica) la representación que se estaba desarrollando dentro. Placido Domingo (que hacía su debú como barítono) comparece en el balcón para agradecer la presencia de los 2.000 espectadores que han seguido desde sillas habilitadas los cuatro actos de esta ópera. Momentos antes había disfrutado de 24 minutos (y 28 segundo) de sonora ovación sobre el escenario. Con Sofía de Grecia en el Palco Real secundando a un público enardecido. Un record respecto al jueves 22. Tarde del estreno, aunque con diferente reparto. 9 minutos. Y record también del Teatro Real. Que tenía establecido en 15 minutos la mayor ovación a una obra. Tristán e Isolda, de Richard Wagner.
No sé si este prolongado aplauso a Plácido Domingo fue superior al que recibió García Gutiérrez en 1836 tras el estreno de El Trovador. Sea como fuere, a cada uno lo suyo. Pero eso no impide que piense que parte del éxito pertenece al gaditano allá donde esté. Máxime por ser el gran olvidado de la noche. En la que también me acordé de mi buen amigo Francisco Pérez Gandul. Excelente escritor sevillano al que honra la autoría de Celda 211. La novela que inspiró la película de su mismo nombre dirigida por Daniel Monzón. De enorme éxito en taquilla y galardonada con ocho Goyas el pasado mes de febrero. Muy generoso fue Pérez Gandul con el cine español al valorar la calidad de la película. Que la tiene. Pese a que la Academia no tuviera el detalle (nunca la obligación) de invitarle a la ceremonia de entrega de los premios por la calidad de su novela. Pero estos préstamos de ideas (de origen) se dan a menudo. De hecho, El Trovador de García Gutiérrez inspiró en 1860 la novela homónima de Ramón Ortega y Frías. E incluso en Zaragoza fue bautizada con ese nombre la torre más antigua del palacio de la Aljafería. Porque fue el escenario elegido por el autor gaditano para el drama. Y porque el éxito obtenido (más el de la ópera de Verdi) influyó en la imaginación de los zaragozanos. No he hallado en la biografía de García Gutiérrez referencia alguna que revele un encuentro con Verdi, aunque me consta que el músico de Roncole lo apreciaba en demasía. Es probable que se vieran en Madrid en 1863 durante la estancia de éste en la capital con motivo del estreno de La Forza del Destino. Y cuando García Gutiérrez preparaba Venganza catalana, otra de sus grandes piezas teatrales junto a El Trovador y Simón Boc(c)anegra. Pero de Italia sólo se sabe que fue cónsul de España en Génova en 1870. Tal vez el único momento de su vida donde se sintió de verdad trovatore.