Hoy domingo he acudido temprano al quiosco a comprar la prensa. Y he sustituido mi periódico habitual por El Mundo. Porque anuncia a toda pastilla la noticia que me interesa. Y no la esconde. La abrumadora diferencia -más de 14 puntos porcentuales- que le saca el PP al PSOE pese al efecto Rubalcaba. Luego me he ido a Rosales 20 a apurarme un café. Y a leer el resto de la prensa. Que allí está expuesta (y ordenada) como cortesía hacia el cliente. Luce una mañana soleada en Madrid propia de lo mejor de su primavera. Y pienso que Rubalcaba debe de estar que trina con estas encuestas. Lo tiene difícil. Y no creo que haya comenzado bien la campaña de sus primarias ad hoc dedicándole exclusividad a la militancia socialista para intentar sacarla de la depresión que sufre tras las últimas elecciones. Porque la depresión va más allá del carné militante. Y está extendida en la sociedad. Quiero ser Alfredo, decía el otro día. Y yo le digo que lo que la gente quiere es seguridad en su empleo. En sus ahorros. Y en sus pensiones. Pero esencialmente en la gestión de la vida pública. Que Zapatero la ha zarandeado tan rudamente que va a costar sacar a este país del atolladero en el que se encuentra más tiempo de lo que creemos. Si yo estuviera cerca de Rubalcaba le diría que centrara su mensaje en las nuevas generaciones que no encuentran acomodo laboral a su formación. No sólo se las llevaría de calle sino también a sus padres. Que se han sacrificado economicamente pensando en lo mejor para sus hijos. Porque lo que está claro es que quién empuja ahora exigiendo empleo es la juventud mejor formada de la historia reciente de España. Me parece una vergüenza que haya ingenieros industriales que se ven obligados a trabajar como comerciales de telefonía móvil. O biólogos sin laboratorios. Arquitectos sin obras. Periodistas sin periódicos. E incluso médicos que tienen que cambiar de comunidad autónoma para ejercer por mil euros la profesión. El País recoge una noticia procedente de voces del PP que indican que -entre sus objetivos- figura sacar a los colocados socialistas de las empresas públicas de las comunidades donde van a gobernar, especialmente en Castilla-La Mancha. No se cuántos habrá en esa comunidad, pero yo que conozco Andalucía puedo asegurar que Castilla-La Mancha al lado de ésta es un principado. Parte del voto de castigo al PSOE viene de cómo se ha administrado el acceso laboral a la vida pública. Que es la que nos meten todos los días por los ojos los periódicos. Y las televisiones. No es de recibo que los peores de la clase -léase Blanco, Pajín y tantos otros- nos digan desde un atril lo que tenemos que hacer. Aquí ha fracasado el markenting político. Y la elección de las personas. Porque en la vida pública tienen que estar los mejores. Y eso no se lo he escuchado yo a ningún político de los que suelen hacer carrera en sus corralitos autonómicos. Ya sean del PSOE. O del PP.
Hacía tiempo que no me calentaba un domingo tan temprano. Pero me imagino que a muchos españoles les pasará lo mismo. Y si no, que me disculpen. Dejo El Mundo junto a la taza de café vacía por si alguien se lo quiere llevar a casa. Y ya sin ataduras de mano me voy paseando hacia El Rastro. La estatua de Cascorro -de nombre Eloy Gonzalo– va apareciendo lentamente mientras inicio mi ascenso por la Ribera de Curtidores. El Rastro es como una rambla en fiesta que desciende entre plátanos hacia un río imaginario. Otrora el Manzanares. Huele a zoco marroquí cuando paso por un puesto de chupas de cuero. Y a esparto cuando me detengo en un tenderete de alpargatas. También a sardinas asadas. Que una mujer va colocando una a una sobre la plancha del Bar Santurce para sastifacer la demanda de la clientela. Observo expuesto a la venta un viejo coche de capota con rejillas que le hubiera venido de perla a Alfonso XIII niño. El pelón de los duros de plata. Y un cabezal de cama de bronce labrado propio de un burdel de los años 20. Que no creo que se diferencie mucho de aquellos otros sobre los que se apoyaba aquel rey (ya de adulto) en sus escarceos amorosos por el Madrid castizo. Los clanes gitanos tienen aquí poder. Y fina compostura. Hay turistas extranjeros que van en grupo. También mucho curioso. Pero fundamentalmente gente que busca lo que necesita. Y otra que acude allí necesitada. Tres blusas a dos euros, pregona una gitana. Mientras una pareja de novios discute a donde ir primero. Ella, a la calle de los perros. Y él, a la tienda de encurtidos de Vara de Rey a comprar pepinillos. El barquillero ha elegido una esquina a la sombra para vender su mercancía. Y un chino carga al hombro un impresionate cuadro del Corazón de Jesús. El Rastro es una feria de oportunidades. Pero también de picaresca. Me topo con una iglesia envangélica en la calle de Santa Ana que tiene las puertas abiertas de par en par. Una batería y una guitarra eléctrica anuncian que va a comenzar el culto dominical. Mientras un grupo de mujeres va repartiendo emparedados de jamón de york con queso a la concurrencia. Discípulos de Jesucristo se llama esta Iglesia, que reune a feligreses de todas las edades. Muchos de ellos inmigrantes. La Iglesia Católica celebra hoy la festividad de la Ascensión. Y en la colegiata de San Isidro -ya en la calle Toledo– un grupo de fieles avanza rápido para llegar a tiempo a misa. Es un templo enorme. Que en uno de sus laterales dedica una capilla a Jesús del Gran Poder. Y otra a la Macarena. El templo evangélico de la calle Santa Ana es infinitamente más pequeño que éste. Pero proporcionalmente está más lleno que aquél. La música electrica es sustituida en San Isidro por la eucaristía cantada. Lo que me recuerda los laudes de Pascua interpretados por la escolanía de la Basílica del Pilar de Zaragoza. Cuando un hombre a tu lado ya no sabe caminar,/ no le dejes de la mano, dale tu felicidad.
He hecho un alto en el camino para sentarme en una terraza de la Plaza Mayor. Siempre elijo Los Galayos, que tiene entrada también por la calle Botoneras. Y que lleva abierto sin interrupción desde 1894. Es uno de mis lugares preferidos del Madrid castizo. Y en sus paredes guarda como tesoro una fotografía del banquete que el 29 de abril de 1936 le ofrecieron allí un grupo de intelectuales del 27 a Luis Cernuda tras el éxito de La realidad y el deseo. Cernuda preside la mesa, a la que concurren Lorca, Bergamín, Salinas, Neruda, Altolaguirre, Eugenio Imaz, Manuel Fontanals y Aleixandre, entre otros. Contabilizo seis mujeres: Helena Cortesina, la primera directora de cine de España. Maruca Agenaar, primera esposa de Neruda. Y Maruja Mallo, pintora. María Teresa León y Concha Méndez, esposas entonces de Alberti y Altolaguirre. Y La Argentinita, que ya había perdido a su amado Sánchez Mejías. Como cada domingo, la Plaza Mayor acoge su tradicional mercado de numismática. Para las monedas no existe el tiempo. Y allí se mezclan marcos alemanes con dracmas griegos sin ningún tipo de fricción. La viejas pesetas llamadas rubias están a la venta por 0.50 centimos de euro. Y los duros de plata -sean pelones o amadeos– se cotizan según su estado. Veinte euros los más económicos. Un señor que está a mi lado expone a la venta vitolas de cigarros puros con personajes de la historia. Que también se mezclan. La vitola de Pemán está junto a la de Marconi. Que en un momento he estado a punto de confundir fisicamente con Berlusconi. También cohabitan juntos Wald Disney, Carmen Polo, Arquímedes y Francisco de Goya. Esta mescolanza me trae al recuerdo la estúpida polémica que se ha levantado a consecuencia de las biografías por encargo que acaba de publicar la Real Academia de Historia sobre los principales personalidades (y personajes) de España hasta hoy. Y digo estúpida porque considero que se trata de una discusión de segunda división en un momento en que el país dirime cuestiones trascedentales encaminadas a buscar salida a la grave crisis que padecemos. La academia la dirige Gonzalo Anes, marqués de Castrillón. Y doctor en Ciencias Económicas. Que no se le ha ocurrido otra cosa que encargar a algunos preclaros fascistas las biografías de quienes fueron protagonistas del regimen anterior. Como es el caso del general Franco. O de incluir entre los historiados a políticos todavía en activo con parte de su biografía sin completar. Caso de Rita Barberá, alcaldesa de Valencia. O Felipe González -hoy a sueldo de una multinacional energética-, entre ellos. La mejor historia es la que se pondera con el tiempo. Y todo esto no sólo me parece precipitado sino propio de una feria de vanidades dedicada a malgastar el dinero público. Quédese el marqués de Castrillón con su Diccionario Biográfico Español (50 volúmenes) -que por cierto ha salido a la venta al coste de 3.500 euros- porque yo no pienso acudir a su lectura. Prefiero hacer mis conclusiones personales sobre cada cual sustentando mi criterio en la diversidad de las voces más autorizadas. Que para eso luce una mañana soleada en Madrid propia de lo mejor de su primavera.