No piso Irán desde diciembre de 1979, fecha en que fui invitado a abandonar el país junto a un grupo de periodistas internacionales que le estábamos creando molestias a la entonces incipiente República islámica. Trabajaba yo entonces para el diario Informaciones y me encontraba en Teherán para cubrir, como enviado especial, la llamada crisis de los rehehes, motivada por la ocupación de la Embajada de Estados Unidos por parte de un grupo de estudiantes revolucionarios en connivencia con el régimen, liderado entonces por el ayatolá Jomeini. Fue un suceso de impacto mundial. Medio centenar de rehenes, 444 días de cautiverio y una operación de rescate por parte de los marines que terminó en estrepitoso fracaso. Desde entonces he seguido con interés los acontecimientos que se han venido desarrollando en este país, en los últimos años con todo lujo de detalles gracias a las magníficas crónicas de Ángeles Espinosa, corresponsal de El País.
No voy a contar lo que está pasando estos días en Irán, y fundamentalmente en su capital Teherán, porque ya lo están haciendo los periódicos, las emisoras de radio y los canales de televisión españoles y extranjeros, desde ayer amenazados por una feroz censura que el régimen ultraconservador de Ahmadineyad ha extendido a las redes sociales que, como YouTube y Facebook, han sido elegidas por los reformistas partidarios de Musaví y otros descontentos para comunicarse entre sí y expresar su protesta por el fraude electoral del 8 de junio. Cuando un regimen amordaza a la prensa, bloquea los móviles y el servicio de sms, o reprime los sitios que ofrece la red para recibir o cruzar información, es que tiene miedo. Pero el miedo desde el poder es muy peligroso y, por lo general, desencadena represión, que es una forma que los dirigentes totalitarios emplean como demostración de fuerza cuando se ven desbordados por los acontecimientos. Por eso, desde que se inició la protesta de los partidarios de Musaví, viene actuando el aparato represivo policial y parapolicial de Ahmadineyad, como es el caso de los basiyis, milicia de puristas islámicos acostumbrados a ejercer el terror cuerpo a cuerpo.
Quien piense que los sucesos que se están produciendo en Irán van a suponer un cambio drástico se equivocan. Existen diferencias conceptuales entre el autoritario Ahmadineyad y el reformista Musaví, pero ambos están ubicados dentro de los márgenes políticos que permite el sistema, amén de que el primero tiene el poder y la fuerza. No obstante, lo que está ocurriendo, aparte de crearle un desgaste a líder ultraconservador -muy envalentonado por sus permanentes desafíos y amenazas a Occidente-, agranda y fortalece el espacio de oposición política, siempre que esta no termine acallada como ahora se intenta con la prensa o con los móviles de quienes piensan diferente. De momento el Consejo de los Guardianes de la Revolución ha determinado un recuento de votos, lo que ya es poner en entredicho a Ahmadineyad. Éste, como si no pasara nada, se ha ido a Rusia de visita oficial.